Jaime Richart
Es posible que tenga fundamento la ideología
liberal. De hecho, los que la detestamos pero somos capaces siempre de encontrar
alguna base para las teorías sobre los sistemas políticos de todos los
tiempos, somos comprensivos y no descartamos que el liberalismo económico no
pueda tener también alguna virtud (a diferencia de ellos, los que defienden
el liberalismo económico, que en cuanto oyen comunismo sacan a relucir a
Stalin y el muro de Berlín, sin aportar ninguna razón concreta en contra del socialismo
real más allá de la reacción explosiva de las sociedades donde los abusos de
los poderosos llegaron hasta el paroxismo).
Así es que si el liberalismo puede tener
alguna justificación, su manejo en general es terriblemente abusivo por parte
de quienes lo profesan, lo enseñan y lo practican, en unos países menos y en
otros más, como España. Haciendo del sistema y de ellos mismos además un
compendio de cinismo insoportable. Pues quienes lo profesan, lo enseñan y lo practican
presencian el mismo espectáculo que nosotros y sin embargo no les parece razón
suficiente para proscribirlo: abusos escandalosos escudados en la ideología y
contradicciones exasperantes y constantes de ésta que afloran cuando
aquellos, triunfantes, están en el poder, no les
lleva a reconocer que el liberalismo por sí mismo acaba siendo siempre un gigantesco
pozo de injusticia social, desde luego en España. Pues en el liberalismo están
aquí, tanto el partido político que lo profesa sin tapujos, como la socialdemocracia
y sus tibios gobiernos que, sin enarbolarlo aparatosamente, lo consienten y a
menudo lo apoyan en beneficio final de todos o parte de sus miembros, sobre
todo cuando han salido de ellos.
Por eso somos honestos y decimos que bien está
la iniciativa privada, la libre concurrencia, el mérito y la excelencia como
motores de la prosperidad y de la economía. Pero la pedagogia sobre la
iniciativa privada que da fundamento al liberalismo, incluye las pérdidas, la
quiebra y la ruina. Es decir, el fracaso. (Y todo ello podría explicar también
el por qué de la excitación vital que en una sociedad el liberalismo introyecta
a la sociedad, a diferencia de la apatía que la falta de competencia puede
originar en otras sociedades de socialismo real en sus primeras fases).
Quiero decir con todo lo anterior que crujen
los pilares del liberalismo y del sistema en España por muchos motivos, pues
está muy claro que los liberales son principales enemigos del sistema que
defienden. Pues no hacen más que ponerlo en evidencia y llevar los abusos a
unos extremos escandalosos. Y ahora la última fechoría escandalosa es que la o
las sociedades mercantiles de 8 autopistas en quiebra no pagan las consecuencias
de su pésimo cálculo cuando sus consejos de administración decidieron, y por tanto se arriesgaron, a
explotarlas ahora comprobado que sin éxito. Ellos y sus accionistas sencillamente
se han arruinado. Sin embargo el Estado español, campeón del liberalismo
económico -que somos a fin de cuentas los 47 millones de españoles- se apresta
a rescatar a esas empresas y a pagar los platos rotos de sus malas cabezas,
resarciendo a dichos accionistas con millones de euros (sin haber movido en
cambio un dedo para aliviar la situación penosa de miles de preferentistas).
Una situación pública más que tensa a la sociedad española en conjunto,
dominada por necios relativamente ilustrados y por malhechores de todas
clases. Pues no hay asunto que no esté contaminado por el despojo, por el
latrocinio, por el cinismo o por la mentecatez de los gobernantes y por los
sinsentidos del odioso Mercado.
DdA, XIII/3412
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