miércoles, 14 de diciembre de 2016

EL LIBERALISMO Y LAS AUTOPISTAS EN QUIEBRA


Jaime Richart

Es posible que tenga fundamento la ideología liberal. De hecho, los que la detestamos pero somos capaces siempre de en­contrar al­guna base para las teorías sobre los sistemas políti­cos de todos los tiempos, somos comprensivos y no descarta­mos que el libera­lismo económico no pueda tener también al­guna virtud (a diferen­cia de ellos, los que defienden el libera­lismo económico, que en cuanto oyen comunismo sacan a relu­cir a Stalin y el muro de Berlín, sin aportar ninguna razón con­creta en contra del socia­lismo real más allá de la reacción explo­siva de las sociedades donde los abusos de los poderosos llegaron hasta el paroxismo).

Así es que si el liberalismo puede tener alguna justificación, su ma­nejo en general es terriblemente abusivo por parte de quie­nes lo profesan, lo enseñan y lo practican, en unos países me­nos y en otros más, como España. Haciendo del sistema y de ellos mismos además un compendio de cinismo insoportable. Pues quienes lo pro­fesan, lo enseñan y lo practican presencian el mismo espectá­culo que nosotros y sin embargo no les parece razón suficiente para proscribirlo: abusos escandalosos escuda­dos en la ideología y contradicciones exasperantes y constantes de ésta que afloran cuando aquellos, triunfantes, están en el po­der, no les lleva a reco­nocer que el liberalismo por sí mismo acaba siendo siempre un gi­gantesco pozo de injusticia social, desde luego en España. Pues en el liberalismo están aquí, tanto el partido político que lo profesa sin tapujos, como la socialde­mocracia y sus tibios gobiernos que, sin enarbolarlo aparatosa­mente, lo consienten y a menudo lo apo­yan en beneficio final de todos o parte de sus miembros, sobre todo cuando han salido de ellos.

Por eso somos honestos y decimos que bien está la iniciativa pri­vada, la libre concurrencia, el mérito y la excelencia como moto­res de la prosperidad y de la economía. Pero la pedagogia sobre la iniciativa privada que da fundamento al liberalismo, in­cluye las pérdidas, la quiebra y la ruina. Es decir, el fracaso. (Y todo ello podría explicar también el por qué de la excitación vital que en una sociedad el liberalismo introyecta a la socie­dad, a diferencia de la apatía que la falta de competencia puede originar en otras so­ciedades de socialismo real en sus primeras fases).

Quiero decir con todo lo anterior que crujen los pilares del libe­ra­lismo y del sistema en España por muchos motivos, pues está muy claro que los liberales son principales enemigos del sistema que defienden. Pues no hacen más que ponerlo en evi­dencia y lle­var los abusos a unos extremos escandalosos. Y ahora la última fe­choría escandalosa es que la o las sociedades mercantiles de 8 autopistas en quiebra no pagan las consecuen­cias de su pésimo cálculo cuando sus consejos de administra­ción decidieron, y por tanto se arriesgaron, a explotarlas ahora comprobado que sin éxito. Ellos y sus accionistas sencilla­mente se han arruinado. Sin embargo el Estado español, cam­peón del liberalismo económico -que somos a fin de cuentas los 47 millones de españoles- se apresta a rescatar a esas empre­sas y a pagar los platos rotos de sus malas cabezas, resar­ciendo a dichos accionistas con millones de eu­ros (sin haber mo­vido en cambio un dedo para aliviar la situa­ción penosa de miles de preferentistas). Una situación pública más que tensa a la sociedad española en conjunto, dominada por ne­cios relativa­mente ilustrados y por malhechores de todas clases. Pues no hay asunto que no esté contaminado por el despojo, por el latrocinio, por el cinismo o por la mentecatez de los gober­nantes y por los sinsentidos del odioso Mercado.

DdA, XIII/3412

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