Lazarillo
Por el respeto que me merece como credor y persona Víctor Érice, director de algunas de las películas que para este Lazarillo pueden estar sin ninguna duda entre las mejores del cine español, pongo a consideración de los lectores de este DdA el artículo que bajo el titular Una vida robada firma hoy en el suplemento de cultura Babelia del diario El País, en el que Erice califica la utilización de la vida y el nombre de su compañera Adelaida García Morales por parte de la autora de una novela como un robo. Desconozco el valor literario del texto , que Víctor Erice descalifica rotundamente, y tampaco estoy dispuesto a leerlo, dado la autoridad que para mí tiene el criterio del director de El Sur y El espíritu de la colmena al desarrollar los argumentos de su crítica. Si la novela, como él afirma, entraña una falsa reivindicación de Adelaida, banaliza su memoria como escritora y su identidad como ser humano, espero que quien la escribió no tenga oportunidad de repetir la faena en el porvenir, ni que ninguna editorial decente se lo permita. Escribe Erice:
Adelaida no fue una persona común; tampoco una fantasmagoría. Logró cierta fama literaria, aunque efímera. Escribió siempre desde un dolor verdadero.
Su herida primordial era muy profunda, venía de lejos. Nunca logró
integrarse en la sociedad de su tiempo, y eso la honra. Vivía en
precario en todos los planos de la existencia. Lo sé porque convivimos
durante mucho tiempo; también porque, tras nuestro divorcio, me mantuve
siempre próximo a ella. Sin embargo, el libro de Elvira Navarro entraña
una falsa reivindicación de su figura; desde una ignorancia temeraria,
no sólo banaliza su memoria como escritora, sino —lo que es peor— su
identidad como ser humano. Hechizada por arquetipos y leyendas con las
que abonar sus ideas, Navarro ni siquiera pensó seriamente que Adelaida
pudiera tener hijos, familiares y amigos dignos de respeto. Pero resulta
que sí: existen hijos, familiares y amigos que, en la medida de lo
posible, ayudamos a Adelaida, y que hoy, a la vista de ese libro que se
vende como una reconstrucción de sus últimos días —el equívoco está
servido y los medios ya han empezado a alimentarlo—, están sufriendo.
De este dolor puedo dar fe, y no solamente en nombre propio. El caso
más cercano es el del hijo menor de Adelaida, que vive conmigo desde
hace 17 años, para quien la persona de su madre ha sido y sigue siendo
decisiva. El efecto de este libro en su conciencia puede ser grave.
Hay pocos casos en la literatura española más o menos reciente que
cumplan de forma tan completa ese papel que a partir de ahora algunos le
van a adjudicar a Adelaida (y no sólo como escritora). Me refiero a esa
leyenda trufada de sensacionalismo periodístico y mala literatura que,
si nadie lo remedia, no va a hacer otra cosa que crecer y crecer. He
aquí un par de ejemplos: “Adelaida García Morales, Ángel Negro de la
literatura española”, según una crónica publicada en el diario Abc; “De vender miles de ejemplares a pedir dinero para el autobús”, titula El Confidencial.
Como era de esperar, al cabo de unas semanas de entrevistas a toda página, la advertencia de Navarro de que su obra pertenece al género de ficción ha acabado por resultar irrelevante. No pocos titulares mediáticos se han lanzado a pregonar que el libro es una crónica de los últimos días de Adelaida en la que ésta aparece como una indigente, “hambrienta y desahuciada”, poseída además (gracias al fervor creativo de Elvira Navarro) por grotescos delirios góticos. En suma, una imagen estrafalaria y esperpéntica que nada tiene que ver con el carácter, el aliento y el humor —sí, el humor— de la mujer que conocimos y cuya memoria conservamos con el mayor de los respetos.
Léase + en El País
DdA, XIII/3350
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