Ahora está a la espera de que muerda por fin el anzuelo ese
atún rojo, que en algunas subastas de pescado aún se sigue llamando
PSOE, una captura necesaria para seguir gobernando a sus anchas sin más.
Picar o no picar, he aquí la cuestión.
Manuel Vicent
El palangre es un arte de pesca compuesto de una boya de la que pende
un sedal con un anzuelo cebado, que se mantiene a la profundidad
necesaria con ayuda de un plomo. No es fácil distinguir a simple vista
una boya de palangre de una boya de amarre, que está trincada con una
cadena a un bloque de hormigón depositado en el fondo del mar, pero
ambas boyas se comportan como Mariano Rajoy: flotan, se balancean a
merced del oleaje y no se hunden. En los días de temporal desde lejos
pueden confundirse con la cabeza de un náufrago que se debate contra la
marea, como sucede también con este político, a quien muchos analistas
consideran un superviviente agónico desde que Aznar lo nombró sucesor
como quien encarga a un compañero de excursión que lleve la sandía,
mientras él se dedicaba cuatro años a hacer abdominales para volver
después al Gobierno dispuesto a salvar a España, si era necesario. El
atentado de Atocha deshizo estos sueños y demostró que Aznar, en medio
de esa grave turbulencia, no supo pilotar el avión. Le habría bastado
con leer a Cicerón para saber que no necesitaba mentir, puesto que en
una tragedia los ciudadanos se agarran al poder constituido por un
instinto de salvación. Mariano Rajoy llevó la sandía de Aznar ocho años
en la oposición sin dejar de flotar, gobernó después con mayoría
absoluta y ahora de nuevo el temporal lo está zarandeando. Muchos
piensan que esta vez va a zozobrar, pero Rajoy es una boya de palangre
adornada con una bandera española que, balanceándose a merced de las
olas sin moverse del lugar, de momento, ya ha enganchado a una ingenua
caballa. Ahora está a la espera de que muerda por fin el anzuelo ese
atún rojo, que en algunas subastas de pescado aún se sigue llamando
PSOE, una captura necesaria para seguir gobernando a sus anchas sin más.
Picar o no picar, he aquí la cuestión.
El País
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