Ana Cuevas
Iñaki
Gabilondo describe en su video-blog la actualidad corrupta de nuestra
política como un hedor indescriptible que se agarra a los cerebros y que
impide pensar con claridad sobre los acontecimientos. Algo así como una
cloaca cuya pestilencia tiene narcotizada a la sociedad. Y es que no
hay día que no amanezcamos con un nuevo escándalo, o se reavive uno
antiguo, para estupefacción saturada de la ciudadanía. Aún no hemos
salido del shock de todo el asunto de Soria y su frustrado nombramiento
cuando doña Rita nos ofrece otra lección de la desfachatez en la que se
mueven algunas élites políticas. Pese a ser "investigada" y haber
abandonado "voluntariamente" el PP, se agarra como una lapa a su sillón
de senadora y los cinco mil y pico eurejos mensuales que conlleva el
puesto. Pero no es solo el PP quién tiene muertos vivientes abarrotando
sus armarios. Susana Díez y el PS de Andalucía también van a ver como
sus zombis desfilan salerosamente a los juzgados por haberse apropiado
del dinero ajeno.
Los
dos partidos que se han alternado históricamente en el poder han
consentido, cuando no compartido, comportamientos delictivos y poco
dignos con absoluta normalidad. Sacar tajada de la política era lo
normal. Algunos habían mamado esta conducta directamente de sus padres y
de esa época de "extraordinaria placidez" que fue el franquismo y la
democracia no había supuesto ningún obstáculo para seguir con sus
tejemanejes. Otros no se sabe bien si ya venían corruptos de serie, y
por ello se metieron en política, o se fueron pudriendo al tocar un poco
de poder. En cualquier caso parece que las mordidas, las comisiones y
todas las demás miserias de las que nos vamos enterando se toleraban
como una tradición no explícita de cuya existencia los gerifaltes de los
partidos tenían que ser sabedores. O sea, cómplices.
Esto
de hablar de tradiciones repugnantes, como la del latrocinio al pueblo
por parte de los servidores de la patria, me ha traído a la cabeza el
asunto del Toro de la Vega y la defensa de la tradición gore de
lancearlo hasta la muerte que hacen sus partidarios. Ustedes pensarán
que no guarda relación. Más de lo que parece. En defensa de la tradición
un lugareño enarboló una lanza, pese a su prohibición este año, que
llevaba una pequeña bandera de España atada a su alrededor. Mientras la
guardia civil se lo llevaba, el bragado cromañón gritaba que lancear al
toro era una sagrada tradición. Una tradición muy española.
Luego
tuve la oportunidad de escuchar en televisión a un caballero que se
presentó como presidente del observatorio del toro francés. Flipé con el
gabacho tanto casi tanto como con que existiera un observatorio del
toro en Francia. Entre otras perlas, el buen hombre comparó a los
veganos animalistas con los nazis, aseguró que los animales no tienen
derechos ni sentimientos y remató la faena aseverando que los
anti-taurinos eran los que, antes que los yihadistas, iban a provocar
una gran confrontación de civilizaciones.
Boutades
aparte, no le faltaba razón al energúmeno del otro lado de los
Pirineos. Dos civilizaciones se están enfrentando continuamente en el
coso patrio. Pasa en política y pasa en otros ámbitos de la vida como la
tauromaquia. Dos maneras contrapuestas de pensar y entender la
realidad. Normalmente, quienes postulan tradiciones deleznables como
meter la mano en la caja común, evadir capitales o blanquear dinero se
llenan la boca proclamándose patriotas. Los salvajes que se empecinan en
lancear una bestia hasta la muerte también.
Esta
patria que defienden es enemiga de la mía. Efluvios de la cloaca de la
que hablaba Iñaki. Un pozo negro y maloliente que no se ha cerrado desde
la dictadura y del que surgen reptando personajes siniestros que
pretenden apropiarse la patente de la patria en su interés personal.
Pueden situarse a la izquierda o a la derecha. Son camaleónicos. Y se
ponen la sensibilidad y la vergüenza por montera.
Son la España negra y profunda. Esa España que lancea a la otra media.
DdA, XIII/3365
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