Pedro Luis Angosto
Parece más que evidente que Europa, mecida por el miedo y la 
xenofobia, está girando hacia la derecha, hacia la sinrazón y la 
insolidaridad de un modo cada vez más radical e inexorable. No es un 
movimiento que afecte a un solo país sino que comprende a los más ricos y
 civilizados del norte y a los más pobres y ayunos del sur. España no es
 en eso una excepción, sino un país gobernado por una derecha extrema 
desde el poder central y por derechas también neoconservadoras en la 
periferia. Esta deriva hacia la caverna, hacia el oscurantismo, hacia el
 odio no es novedad en el continente, más bien un elemento recurrente 
que aparece entre nosotros desde la Edad Media en momentos de crisis e 
incertidumbre, la última vez en los años treinta del pasado siglo con el
 resultado que todos conocemos. Empero, la derecha estatal española 
tiene unas características genuinas que la distinguen claramente de sus 
homónimas europeas, es hija del nazi-fascismo.
Perdonen que insista tanto sobre esta cuestión, pero cuando se 
analizan las razones de ciertos comportamientos se tiende a soslayar 
esta que considero fundamental para entender qué nos está pasando. Hace 
unos días el ministro que habló con Dios y que creó la Ley Mordaza 
–seguramente siguiendo sus instrucciones- afirmó que aquellos que hablan
 de dar voz a los silenciados, de sacar a los asesinados de la cunetas y
 las tapias de los cementerios para darles sepultura digna querían ganar
 la guerra setenta y cinco años después. Aunque en las redes sociales se
 ha dado cumplida respuesta a tan salvaje afirmación, no ha trascendido 
demasiado en los medios convencionales que pronto la ocultaron o 
justificaron porque la mayoría de ellos, posiblemente, estén más 
próximos al pensamiento del ministro que a otra cosa.
Es aquí dónde nos encontramos con la anormalidad histórica, Fernández
 Díaz, como otros muchos dirigentes y militantes de su partido, ganó la 
guerra y por eso dice y hace esas barbaridades. La Segunda Guerra 
Mundial terminó con la derrota de las potencias nazi-fascistas en todo 
el continente salvo en España, país en el que había empezado dicho 
conflicto. En la Conferencia de San Francisco se condenó al régimen de 
Franco y se votó por buscar rápido final a la dictadura, lo que no se 
hizo porque Estados Unidos y Reino Unido, al comenzar la Guerra Fría, 
vieron mucho más útil mantener a Franco al mando de una nación sumisa y 
amiga que negociar con un país democrático y soberano. Desde ese mismo 
momento, España se separó del devenir europeo quedando como una isla 
atormentada entre el terror, la mediocridad y la resignación. Ajenos a 
lo que pasaba en Europa, acallados los díscolos por la fuerza de las 
pistolas y la tortura, dormidos los demás con los cuentos del NODO, la 
televisión, la prensa toda del régimen, los partes radiofónicos, el 
turista un millón y el cine llorón y patriótico, los españoles fuimos 
educados en la indolencia que lleva a la incivilidad, desarrollando como
 todos los pobres que comienzan a dejar de serlo –aunque sea un 
espejismo- un exacerbado sentido de la propiedad privada y un desprecio 
absoluto hacia la pública y  lo público, hacia todo lo que venía de un 
Estado opresor que secularmente había fundado su razón de ser en la 
defensa de los intereses de los más poderosos aunque fuese a costa del 
hambre y la sangre de los más.
Ese espíritu que en buena parte del Estado pareció superado en los 
primeros ilusionantes años de la transición, regresó en cuanto la recién
 nacida democracia comenzó a hablar de reconversiones industriales 
impuestas por la fuerza bruta, aunque de manera tímida debido a medidas 
sociales históricas como el reconocimiento de la universalidad de las 
pensiones y la sanidad pública, llegando al paroxismo tras la llegada de
 Aznar a la Moncloa y la irrupción de la gran estafa 
financiero-inmobiliaria que por unos años nos convirtió a todos en 
multi-propietarios con muchas posibilidades de acceder a la riqueza 
perpetua en dos pelotazos. Conviene tener todo esto en cuenta para 
aquilatar por qué hay tanto pirómano en este país, no sólo en el sur 
sediento se agua, sino en sitios muy bien regados como Galicia o 
Cataluña; por qué se destroza sin ningún cuidado el mobiliario público, 
bancos de parques, contenedores, árboles, autobuses urbanos con motivo 
de protesta o sin ella; por qué la tremenda corrupción que padecemos no 
pasa factura política alguna en los lugares donde más daño hace y por 
qué hay millones de personas necesitadas y pensionistas que votan al 
Partido Popular pese a haberse gastado dos tercios de la hucha de las 
pensiones sin haber arbitrado ningún medio para que sigan existiendo 
dentro de dos años.
Como dice el título de este artículo, España vive inmersa en una 
anomalía histórica, una anomalía que permite que cientos de miles de 
cadáveres yazcan en lugares que nadie conoce o que si se conocen no se 
excavan como exigen las normas más mínimas de civilidad y decencia 
humana, que seamos el país con más desaparecidos del planeta tras 
Camboya: ¿se puede vivir así?; que todavía haya muchos que no son 
capaces de decir sin circunloquios que ETA desde 1978 se dedicó a 
asesinar dando carta de naturaleza a una derecha retrógrada y egoísta 
que destroza cuanto toca; que en Catalunya crean que van a ser felices 
porque quienes se dedicaron a hacer negocio con la Sanidad, la Escuela 
pública y los porcentajes por obra hayan decidido embarcar al país en un
 camino que no lleva a ninguna parte mientras que los otrora poderosos 
movimientos sociales catalanes languidecen esperando a Godot; porque en 
cuarenta años ni siquiera hemos sido capaces de cambiar el costosísimo y
 viejuno sistema de Registros y Notarías que mantenemos como si fuese 
nuestro bien más querido; porque, en fin, no hemos sido capaces de 
darnos un sistema educativo que cambiase todo ese orden de cosas, un 
sistema capaz de mostrarnos nuestro pasado y de inculcarnos esas mínimas
 nociones éticas que impulsan a toda persona formada y justa a repudiar 
al corrupto, al trepa y al embaucador.  
No sé lo que ocurrirá con la formación del próximo gobierno, aunque 
intuyo tras la paliza que los suyos están dando a Sánchez por intentar 
que su partido sobreviva que de nuevo nos mandará Rajoy. Ese nuevo 
gobierno popular aumentará de modo exponencial la anomalía histórica de 
que hablamos y con ella todas las fracturas que ha abierto en tan solo 
cuatro años de gobierno.
DdA, XIII/3347 

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