miércoles, 28 de septiembre de 2016

ESPAÑA VIVE INMERSA EN UNA ANOMALÍA HISTÓRICA


Pedro Luis Angosto

Parece más que evidente que Europa, mecida por el miedo y la xenofobia, está girando hacia la derecha, hacia la sinrazón y la insolidaridad de un modo cada vez más radical e inexorable. No es un movimiento que afecte a un solo país sino que comprende a los más ricos y civilizados del norte y a los más pobres y ayunos del sur. España no es en eso una excepción, sino un país gobernado por una derecha extrema desde el poder central y por derechas también neoconservadoras en la periferia. Esta deriva hacia la caverna, hacia el oscurantismo, hacia el odio no es novedad en el continente, más bien un elemento recurrente que aparece entre nosotros desde la Edad Media en momentos de crisis e incertidumbre, la última vez en los años treinta del pasado siglo con el resultado que todos conocemos. Empero, la derecha estatal española tiene unas características genuinas que la distinguen claramente de sus homónimas europeas, es hija del nazi-fascismo.

Perdonen que insista tanto sobre esta cuestión, pero cuando se analizan las razones de ciertos comportamientos se tiende a soslayar esta que considero fundamental para entender qué nos está pasando. Hace unos días el ministro que habló con Dios y que creó la Ley Mordaza –seguramente siguiendo sus instrucciones- afirmó que aquellos que hablan de dar voz a los silenciados, de sacar a los asesinados de la cunetas y las tapias de los cementerios para darles sepultura digna querían ganar la guerra setenta y cinco años después. Aunque en las redes sociales se ha dado cumplida respuesta a tan salvaje afirmación, no ha trascendido demasiado en los medios convencionales que pronto la ocultaron o justificaron porque la mayoría de ellos, posiblemente, estén más próximos al pensamiento del ministro que a otra cosa.

Es aquí dónde nos encontramos con la anormalidad histórica, Fernández Díaz, como otros muchos dirigentes y militantes de su partido, ganó la guerra y por eso dice y hace esas barbaridades. La Segunda Guerra Mundial terminó con la derrota de las potencias nazi-fascistas en todo el continente salvo en España, país en el que había empezado dicho conflicto. En la Conferencia de San Francisco se condenó al régimen de Franco y se votó por buscar rápido final a la dictadura, lo que no se hizo porque Estados Unidos y Reino Unido, al comenzar la Guerra Fría, vieron mucho más útil mantener a Franco al mando de una nación sumisa y amiga que negociar con un país democrático y soberano. Desde ese mismo momento, España se separó del devenir europeo quedando como una isla atormentada entre el terror, la mediocridad y la resignación. Ajenos a lo que pasaba en Europa, acallados los díscolos por la fuerza de las pistolas y la tortura, dormidos los demás con los cuentos del NODO, la televisión, la prensa toda del régimen, los partes radiofónicos, el turista un millón y el cine llorón y patriótico, los españoles fuimos educados en la indolencia que lleva a la incivilidad, desarrollando como todos los pobres que comienzan a dejar de serlo –aunque sea un espejismo- un exacerbado sentido de la propiedad privada y un desprecio absoluto hacia la pública y  lo público, hacia todo lo que venía de un Estado opresor que secularmente había fundado su razón de ser en la defensa de los intereses de los más poderosos aunque fuese a costa del hambre y la sangre de los más.

Ese espíritu que en buena parte del Estado pareció superado en los primeros ilusionantes años de la transición, regresó en cuanto la recién nacida democracia comenzó a hablar de reconversiones industriales impuestas por la fuerza bruta, aunque de manera tímida debido a medidas sociales históricas como el reconocimiento de la universalidad de las pensiones y la sanidad pública, llegando al paroxismo tras la llegada de Aznar a la Moncloa y la irrupción de la gran estafa financiero-inmobiliaria que por unos años nos convirtió a todos en multi-propietarios con muchas posibilidades de acceder a la riqueza perpetua en dos pelotazos. Conviene tener todo esto en cuenta para aquilatar por qué hay tanto pirómano en este país, no sólo en el sur sediento se agua, sino en sitios muy bien regados como Galicia o Cataluña; por qué se destroza sin ningún cuidado el mobiliario público, bancos de parques, contenedores, árboles, autobuses urbanos con motivo de protesta o sin ella; por qué la tremenda corrupción que padecemos no pasa factura política alguna en los lugares donde más daño hace y por qué hay millones de personas necesitadas y pensionistas que votan al Partido Popular pese a haberse gastado dos tercios de la hucha de las pensiones sin haber arbitrado ningún medio para que sigan existiendo dentro de dos años.

Como dice el título de este artículo, España vive inmersa en una anomalía histórica, una anomalía que permite que cientos de miles de cadáveres yazcan en lugares que nadie conoce o que si se conocen no se excavan como exigen las normas más mínimas de civilidad y decencia humana, que seamos el país con más desaparecidos del planeta tras Camboya: ¿se puede vivir así?; que todavía haya muchos que no son capaces de decir sin circunloquios que ETA desde 1978 se dedicó a asesinar dando carta de naturaleza a una derecha retrógrada y egoísta que destroza cuanto toca; que en Catalunya crean que van a ser felices porque quienes se dedicaron a hacer negocio con la Sanidad, la Escuela pública y los porcentajes por obra hayan decidido embarcar al país en un camino que no lleva a ninguna parte mientras que los otrora poderosos movimientos sociales catalanes languidecen esperando a Godot; porque en cuarenta años ni siquiera hemos sido capaces de cambiar el costosísimo y viejuno sistema de Registros y Notarías que mantenemos como si fuese nuestro bien más querido; porque, en fin, no hemos sido capaces de darnos un sistema educativo que cambiase todo ese orden de cosas, un sistema capaz de mostrarnos nuestro pasado y de inculcarnos esas mínimas nociones éticas que impulsan a toda persona formada y justa a repudiar al corrupto, al trepa y al embaucador.  

No sé lo que ocurrirá con la formación del próximo gobierno, aunque intuyo tras la paliza que los suyos están dando a Sánchez por intentar que su partido sobreviva que de nuevo nos mandará Rajoy. Ese nuevo gobierno popular aumentará de modo exponencial la anomalía histórica de que hablamos y con ella todas las fracturas que ha abierto en tan solo cuatro años de gobierno.

DdA, XIII/3347

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