Domingo Sanz
Sustituida, por la de las urnas, aquella autoridad franquista 
heredada de la que el rey anterior hizo uso para ordenar a un joven 
Suarez que desmontara los restos de un tiempo cruel sin ajusticiar 
culpables ni cambiar lo principal, Rivera comprendió por fin que 
parecerse hoy a quien probablemente fue su político más admirado 
consistía en aprovechar su única oportunidad, la de jugarse todo a la 
carta de hacer contra Rajoy lo mismo que Iglesias intentó contra Sánchez
 tras el 20D.
Por eso, demostrada la incapacidad de los otros tres para pronunciar 
desde el 26J ni media frase que sirviera de algo, Rivera dictó seis más 
una para obligarle a que intente convertirse en un pelele disfrazado de 
presidente del gobierno, o a no conseguir ni eso. Ni siquiera le ha dado
 la opción de elegir entre lo malo y lo peor, salvo la de salir huyendo 
por la puerta que la historia reserva para los cobardes, que solo les 
gusta mandar cuando pueden aplastar.
Pocos semblantes como el que Rajoy nos estaba enseñando han reflejado
 con mayor claridad la aceptación de una sentencia dictada, hace más de 
una semana, por la “bisagra” de marca Rivera que los electores compraron
 el pasado 26 de junio a buen precio, si nos atenemos a la cantidad de 
giros y vueltas que está haciendo dar al resto.
También serán difíciles de olvidar las maneras con las que los 
periodistas acosaban a un presidente tan en funciones como en franco 
retroceso, quién a regañadientes y sacando a pasear su famoso desdén, 
pero sin oponer resistencia, ha tenido que aceptar en público que vivirá
 de prestado, si es que se lo consienten.
Pocas expresiones de satisfacción contenida han sido tan elocuentes 
como la que traducía la mirada de Albert mientras explicaba, dos horas 
antes que Rajoy, la reunión que acababa de mantener con el presidente 
más humillado de nuestra historia reciente, y además ahora, cuando la 
tecnología “desnuda” a cualquiera que se ponga delante de los focos. 
Nunca lo hubiera hecho, pero solo le faltaba exhibir la imagen del 
trofeo cazado, sujeto con la misma mano que utilizaba para enseñar las 
fotocopias de la corrupción del PP durante los debates electorales.
Menos veces aún podrán regresar a nuestra memoria acuerdos políticos 
cuyo primer paso haya consistido en la derrota pública y notoria, aunque
 solo con argumentos, infringida por el pequeño contra el grande.
En marzo pasado me preguntaba  “¿Qué hacemos con los bienes del PP?”,
 y añado que de cualquier grupo político, pero aún hay clases. No debe 
estar bien resuelto el asunto porque partidos muertos hace años con el 
veneno de su propia corrupción, y la inestimable ayuda de la Justicia, 
como la “bisagra” UM fabricada en Mallorca, siguen teniendo cuentas 
bancarias con dinero efectivo mientras sus líderes duermen entre rejas. 
Creo que se trata de una más de las reformas a las que los nuevos 
diputados deberían dar solución.
Por fin podrán dictar leyes nuevas que, en lugar de aprobarlas a las 
órdenes del ejecutivo, serán los ministros quienes estén obligados a 
aplicarlas, les gusten o no. Como debe ser.
DdA, XIII/3342 
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