Bombardeo sobre Madrid de la aviación nazi, en la que se apoyó el bando golpista del general Franco para
repetir la operación sobre la población civil en muchas otras ciudades de España. No fue solo Guernica.
Lidia Falcón
Desde que se instauró en España un régimen supuestamente
democrático a raíz de las elecciones de 1977, ninguno de los gobiernos
que se han sucedido en estos largos ya 40 años ha difundido la verdad de
lo acaecido en la Guerra Civil y la Dictadura franquista, ni ha
restablecido la justicia ni pedido perdón a las víctimas ni reparado el
daño causado.
Lo que en España no se ha logrado todavía después de 77 años, en
Alemania, en Italia, en Portugal, en Grecia, en Argentina, en Chile, en
Uruguay, en Sudáfrica, en Camboya, se realizó inmediatamente o en un
tiempo prudencial después de derrotadas sus dictaduras. Pero ya sabemos
que España es diferente.
Tan diferente que en este bendito año de 2016 un Comité de la Memoria
Histórica, elegido a dedo por el Ayuntamiento de Madrid, está
decidiendo cuáles son las personas y cuales no las que merecen el
reconocimiento de su ciudad después del martirio a que fueron sometidas
bajo la dictadura fascista. Y nos encontramos con que esos árbitros de
la Memoria de nuestro país nos endilgan un relato lleno de falsedades,
para acabar escogiendo a falangistas y cómplices del franquismo con que
sustituir a los encumbrados militares y verdugos que hasta hoy lucían
sus nombres en el callejero ciudadano. Y para justificar tan
injustificable elección publican en El País el 26 de julio pasado un
inaceptable artículo titulado Una Medida Pedagógica.
Con una arrogancia que recuerda a la de los jerifaltes de la
dictadura se sienten con autoridad y capacidad para darnos lecciones a
todos los madrileños de cómo debemos reparar el daño causado por ocho
décadas de asesinatos, torturas, encarcelamientos, injusticias y
humillaciones, mediante el cambio de nombres en las calles. Por ello nos
enseñan, con esa medida pedagógica de la que presumen, que “hay
que rechazar, desde luego, todo ánimo revanchista”. Frase que sin duda
hubiera suscrito Manuel Fraga Iribarne. Desde hace 40 años los
franquistas, cuyos nombres constan en el callejero de todas las ciudades
españolas, y que ellos y sus hijos han seguido estando en nómina de
ministerios, diputaciones, alcaldías y empresas públicas y privadas, ya
en plena democracia, repiten que exigir una Comisión de la Verdad para
restablecer la justicia y la reparación a las víctimas, como se ha hecho
en todos los países que he mencionado anteriormente, constituye una
“venganza” o una “revancha” y que “reabre heridas” cuando hay que
“reconciliarse”. No necesitábamos que vinieran Francisca Sauquillo y
José Álvarez Junco a repetírnosla.
El inefable artículo tiene la desvergüenza de decir que “no se trata
de enmendar la historia”, sin que nos aclare a qué historia se refiere:
¿A la que nos contó Franco y sus secuaces durante cuatro décadas? Porque
en ese caso es evidente que hay que enmendarla. Hay que enmendarla en
la memoria de los ciudadanos a los que se ha engañado miserablemente
durante todo ese periodo; en la escuela en la que no se enseña a los
alumnos la “verdadera” y triste historia de nuestro país; en la
Universidad que cuenta con profesores como Andrés Trapiello y otros
colegas que encubren con torcidos argumentos la masacre que perpetró el
franquismo; en la mendaz propaganda distribuida por los medios de
comunicación y los propagandistas de la “conciliación” y el “olvido. Sí,
es imprescindible, señores Álvarez Junco, Andrés Trapiello, Francisca
Sauquillo, Amelia Valcárcel, Teresa Arenillas, Santos Uría y Octavio
Ruiz Manjón, enmendar esa falsificada y culpable versión de la historia
de nuestro país en honor a la verdad y a la justicia, suponiendo que a
esos ilustres personajes les importe la verdad y la justicia. Y hay que
enmendar la versión falsa de la historia que se sigue difundiendo, para
que los señores y las señoras de esa Comisión de la Memoria no se atreva
nunca más a decir que han desaparecido “aquellas pasiones políticas que
llevaron a la gente a la barbarie del exterminio mutuo”, que es como
resumen la Guerra Civil.
Es inaceptable que los firmantes del artículo, escritores, filósofas,
políticas, se atrevan a afirmar que fueron “las pasiones políticas las
que llevaron a la gente a la barbarie del exterminio mutuo”.
Como todo historiador sabe, la guerra civil, como todas las guerras
civiles, son la expresión última de la lucha de clases. Fue el propósito
de las oligarquías de aniquilar el proyecto republicano, de derrotar al
movimiento obrero y campesino y de entregar inerme y exhausto al pueblo
español a la fauces insaciables de la codicia de la aristocracia
latifundista del sur y del oeste, de los consorcios industriales del
norte, de la banca española, de la Iglesia católica. Todos los grupos de
las oligarquías a los que la República comenzaba a arrebatar el poder
omnímodo que habían detentado durante siglos. Esas clases dominantes
pagaron a un sector del Ejército español para que se levantara en armas
contra el gobierno legítimo de la II República, elegido por mayoría
absoluta en unas elecciones absolutamente limpias pocos meses atrás. Esa
parte del ejército golpista recibió la ayuda económica, militar y
armamentística de los gobiernos de Alemania y de Italia y el apoyo
explícito del Reino Unido, de Francia y de Estados Unidos, además de la
infame propaganda que se desató en varios otros países a favor de los
fascistas. Al terminar la contienda con la derrota de las tropas
republicanas la dictadura franquista desató la represión más feroz
contra todas las organizaciones y personas que no pertenecían al bando
nacional. Esa persecución duró más de cuarenta años, como se demostró
con los asesinatos de Atocha en enero de 1977. De modo que el exterminio
no fue mutuo ni estuvo inducido por las pasiones políticas. Sería bueno
que los articulistas leyeran El genocidio español de Paul Preston, poco sospechoso de actuar por pasiones políticas que le induzcan a ninguna barbarie.
Constituye un indigno enmascaramiento de la verdad, poco digno de
alguna de las firmantes como Francisca Sauquillo que se inició en la
política en las filas de la ORT, y que tiene entre sus allegados a
víctimas de la masacre de Atocha, decir que fueron las pasiones
políticas las que llevaron a la gente a la barbarie del exterminio
mutuo, ante lo que todo el mundo conoce como golpe militar y represión
salvaje del gobierno fascista.
Las declaraciones del artículo son tantas y tan inaceptables que no
cabrán en el espacio limitado de este artículo, pero vaya mi repulsa a
la afirmación de que “no se trata, pues, de establecer una versión
canónica del pasado que fije los méritos y responsabilidades de cada uno
en conflictos internos muy complejos y las deudas derivadas de tales
actuaciones. Tampoco en adentrarnos en pantanosos debates sobre la
personalidad colectiva ni de hacer proyecciones de culpas y méritos
pretéritos sobre grupos sociales del presente”. Con este lenguaje
misterioso, lleno de referencias solo aptas para los que estén enterados
de quienes son los protagonistas de tales alusiones, se quiere defender
que no se modifique la versión oficial franquista de que la guerra
civil fue una lucha fratricida en la que nadie tenía razón, y que se
cometieron atrocidades iguales por los dos “bandos”, como muchos
historiadores y politólogos tienen la desfachatez de afirmar,
calificando de bando al gobierno legítimo de la República, situándolo en
igualdad de condiciones con la banda de criminales golpistas fascistas.
De igual modo al afirmar que “no se trata de establecer una versión
canónica del pasado que fije los méritos y responsabilidades de cada uno
en conflictos internos muy complejos y las deudas derivadas de tales
actuaciones. Tampoco en adentrarnos en pantanosos debates sobre la
personalidad colectiva ni de hacer proyecciones de culpas y méritos
pretéritos sobre grupos sociales del presente”, quieren decir que no
vayamos a exigirle responsabilidades a Martin Villa y a Willy el Niño,
criminales reclamados por la justicia argentina por la comisión de
delitos de lesa humanidad, que disfrutan de libertad y buenos ingresos
en diversos puestos lucrativos. Como tampoco vayamos a recordarles a los
sucesores y herederos de los ministros y empresarios franquistas, que
los capitales de que hoy disfrutan tranquilamente fueron adquiridos
mediante el expolio de sus legítimos propietarios al amparo de la
dictadura.
Estos imparciales, objetivos y conciliadores articulistas repiten en
otro párrafo lo que ya se ha convertido en mantra: “no queremos dar una
lección de historia, ni mucho menos imponer una determinada versión del
pasado”. No, claro, porque hemos de quedarnos para siempre con la
impuesta por los ideólogos del franquismo, no vaya a ser que los
supervivientes y los hijos y los nietos de los que se beneficiaron de
aquel infame periodo se enfaden.
Para concluir este ejercicio de falsedad, eclecticismo e hipocresía,
afirman que las instituciones “han de reconocer y proclamar en nombre de
la comunidad, que entre 1939 y 1975 se cometieron actos y se vivieron
situaciones de violencia que afectaron de manera injusta a muchos de
nuestros conciudadanos”, sin que se sepa quienes realizaron los actos ni
quienes fueron las víctimas.
Como colofón a este indigno ejercicio de eclecticismo y conciliación,
esa Comisión va a otorgarle una calle a la que ellos mismos califican
de falangista-feminista –como si tal absurda contradicción fuese
posible- Mercedes Fórmica, una destacada dirigente de la Sección
Femenina de Falange, el partido que indujo y apoyó el golpe militar y en
el que se basó el dictador para fingir que tenía una ideología.
Fórmica, entre otras actuaciones, escribió una infame novela titulada Monte de Sancha
donde se describe la Guerra Civil como una insana lucha entre hermanos y
a los republicanos como criminales sedientos de sangre. Mientras las
feministas siguen esperando en su olvido el reconocimiento de todas las
luchas que protagonizaron durante un siglo, para lograr que las mujeres
de hoy no estén recluidas en el confesionario y el bordado como defendía
la Sección Femenina de Falange.
Ciertamente la historia de España es la más triste de las naciones
europeas cuando ni cuatro décadas después de terminada la dictadura es
posible que se defienda la verdad de la historia y se imparta justicia y
reparación a nuestras víctimas. Pero aún más triste es comprobar que
aquellos que presumen de imparciales y dispuestos a ser árbitros de la
reparación imprescindible se comportan con tanta falsedad y cobardía.
DdA, XIII/3327
No hay comentarios:
Publicar un comentario