Juan Carlos Monedero
Parece que la jugada va asentándose. La Gran Coalición debía
tomar, poco a poco, sus contornos hispánicos -diferentes de los
germánicos-, que no necesariamente iba a configurarse como un gobierno
formal entre el PSOE y el PP. Para llegar a esos acuerdos la democracia
española necesita tiempo y desnazificación (algo para lo que el tiempo
se está pasando). Aún así, no estaría claro que funcionase. Si el PSOE
no ha terminado como el PASOK o el Partido Socialista Italiano es porque
el PP, al tener dentro a la extrema derecha, le da siempre oxígeno para
que siga pareciendo que es de izquierdas. Aunque sea responsable de
haber abierto la puerta a todos los desmanes que ha culminado después el
PP (privatización de la sanidad, reforma laboral, especulación
inmobiliaria, corrupción, uso de las instituciones del estado en interés
propio, privatización de las pensiones, cesiones a Europa). Al PSOE le
fue dado cumplir con las exigencias de un país en lucha que desde los
finales del franquismo presionaba en una dirección democratizadora.
Articuló de una manera cicatera esas exigencias ciudadanas -tenemos el
Estado social más débil de nuestro entorno, como ha demostrado Vicenç
Navarro- y en cuanto hubo la ocasión, dirigió el desmantelamiento.
Alemania siempre ha mandado mucho en el PSOE. Desmantelamiento que nunca
se le hubiera permitido a la derecha. Ya vale de decir, pues, que el
PSOE trajo el estado social: lo trajo el pueblo y lo perdió también el
pueblo cuando dejó de defenderlo delegando la política con el argumento
de que habíamos mejorado mucho. El PSOE puso en marcha el estado social
con el pueblo apoyando ese cambio, y lo empezó a desmantelar con el
pueblo en la calle en su contra, haciendo al PSOE la huelga general que
no le había tenido que hacer a la derecha.
El 15-M lanzó el mensaje de que la Constitución del 78 ya no daba más
de sí. Bastaron dos preguntas: ¿por qué no me representas? y ¿por qué
me excluyes? Porque somos una democracia representativa y, según el
artículo 1 de la CE78, un estado social. El “no nos representan” fue
tomando en Cataluña cuerpo como “derecho a decidir”. El pueblo en la
calle y la periferia empujando son sinónimos de cambio.
Una vez más, como con Carlos IV, con Fernando VII, con Isabel II y
con Alfonso XIII, con una corte corrupta, rodeada de cortesanos ladrones
y ociosos, y una ciudadanía expulsada e indignada, se presionó para que
la Constitución diera cabida a las nuevas exigencias democráticas. Como
con la Constitución de Cádiz se recordó al Rey que la monarquía era un
depósito de la nación, como con Isabel II y Alfonso XIII se recordó que
la monarquía podía dejar paso a una república (la primera vez que el
constitucionalismo español es democrático es en 1931). Como con Fernando
VII, los 100.000 hijos de San Luis de la Troika solventaron las cuitas
europeas en suelo hispano, e hicieron su parte para que las cosas
permanecieran en su sitio mientras el pueblo reclamaba soberanía
nacional y popular. Somos, como dice Pérez Royo, el único país que
restaura monarquías. El Rey Juan Carlos I tuvo que abdicar, pero ni el
PSOE ni el PP quisieron que la jefatura del Estado pasara por un
referéndum. Felipe VI sigue esperando entrar en escena con algo que le
permita justificar en el siglo XXI ser rey solo porque pertenece a la
familia de los Borbones. Si su padre lo obtuvo con la farsa del 23-F, el
hijo lo va a intentar haciendo un tinglado de la nueva farsa en
Cataluña.
La única pieza que rompió los planes (los planes en política se hacen
siempre, pero no significa que se cumplan) fue el surgimiento de
Podemos. La primera reacción fue de sorpresa (tan grande ha sido la
impunidad del turnismo bipartidista). La segunda, impulsada por la
banca, la creación de Ciudadanos como muleta nueva de lo viejo. Han sido
meses de confusión donde las bolas de cristal estaban desajustadas.
Tanto que se han repetido unas elecciones.
Pero el poder presiona para que las aguas vuelvan a su cauce. Más
sucias y con menos caudal pero a su monárquico cauce. Y vuelven a marcar
el futuro con su precisión material. Y los norteamericanos, por fin,
contentos. Ya hay nuevo gobierno. El PP se apoya, obviamente, en
Ciudadanos. Rivera, que es un mandado, se traga sus palabras gruesas
sobre Rajoy, porque Rajoy nunca ha sido solo Rajoy sino una parte del PP
enfrentada con otra parte, y obtiene, de momento, una presencia en la
Mesa del Congreso que no se corresponde con su magro resultado
electoral. El pacto PP-Ciudadanos estaba escrito en las estrellas
porque, de no ser así, a Ciudadanos le pasaría lo mismo que a UPYD
cuando no entendió que no podía personarse en la querella de Bankia sin
que la banca le castigara. El PP necesita igualmente apoyarse en los
viejos socios nacionalistas de derechas mientras se ve qué ocurre con
las mayorías absolutas (que parecen cosa del pasado). Para ello, da
presencia al PNV en la Mesa del Congreso y garantiza grupo parlamentario
también al maltrecho PDC, antigua Convergencia. Esos que ayer eran tan
malvados, tan independentistas y con los que nadie quería pactar. Y que
deciden acordar con el PP porque Unidos Podemos les ha ganado en votos
tanto en Euskadi como en Cataluña. Qué flexible es la vieja política.
Les ayudan a salir de su deriva independentista y pactan un nuevo
acuerdo fiscal (que es la medalla que se apuntará Felipe VI, el
pacificador del Ensamble) como solución constitucional falsa a la
petición desde abajo del derecho a decidir. Y, seguramente, intentan, en
la medida de lo posible, aliviarle los problemas penales que arrastran
los Pujol, Mas y compañía. De momento, se cargan al Ministro de la
Brigada Político y Social Fernández Díaz.
¿Y qué pinta el PSOE en todo esto? Pues que, por fin, la vieja
guardia ejecuta a Sánchez por desobediente y por haber llevado al
partido al peor resultado de su historia. Carga con las culpas de que
gobierne Rajoy, apela a la responsabilidad nacional para salvar la cara
(de aquella manera) y su partido empieza su camino al turnismo -para
cuando le toque, que en ese marco siempre termina tocándole- con su
peculiar forma de empezar de nuevo, esta vez con la recién llegada
Susana Díaz. Al final, lo que tenemos es una nueva restauración
borbónica, después de la de 1876 y la de 1978 (posibilitada por Franco
al nombrar en 1969 a Juan Carlos de Borbón su sucesor a título de Rey
siguiendo las leyes franquistas), que acalla el movimiento popular que
nace del 15-M y que sigue exigiendo una España que deje de ser
posfranquista. Una España más joven, urbana, formada, feminista, que se
mueve con soltura en internet, que no ve lo de fuera ni con miedo ni con
devoción. y que ve a la España de Rajoy, Rita Barberá, Granados y los
reyes de refilón en el salón comedor a través de un televisor en blanco y
negro con el sonido distorsionado.
Pero eso es solamente el plan de las élites. Porque estamos en una
fase final del ciclo económico y queda mucha batalla para no perder
todos los derechos sociales ganados desde hace más de medio siglo. Queda
por ver si Unidos Podemos completa su conversión en un Frente Amplio
que confronte esta conspiración fatigada de lo antiguo y le permita
tanto recuperar el millón de votos que se quedó en casa este 26-J como
ganar otros dos millones demostrando que tiene un plan diferente,
realista, comprometido, audaz y desobediente para España y sus mayorías.
Para que la tercera restauración borbónica, vendida como una segunda
transición, tenga, por fin, los elementos necesarios de ruptura para que
no volvamos a comernos los gatos que quieren poner en nuestros platos
los señoritos que quieren quedarse, otra vez, con todas las liebres.
Como en aquel 18 de julio de hace ochenta años que hoy algunos no
quieren no sólo condenar sino ni siquiera recordar. Por qué será.
Comiendo Tierra DdA, XIII/3323
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