Jaime Richart
No es nuestra actitud la de quien no sabe perder. Es la duda sólida de
quienes, ya hartos de sentirnos gobernados durante años por gentuza dedicada al latrocinio metódico, al saqueo científico de las
arcas públicas, a la trapisonda, a la mentira, a la simulación, al abuso, al caciquismo y
a la asquerosa zafiedad... nos encontramos primero con sospechas, luego con
indicios y luego con pruebas de que aquí ha habido, no un pucherazo sino un
"amañazo" electoral. Los resultados electorales en conjunto y en
circunscripción por circunscripción son el producto de operaciones redondeadas
aritméticamente por quienes han manejado el recuento de los votos en las
delegaciones de gobierno primero y en el ministerio del interior después;
redondeadas con la minuciosidad del comerciante marrullero que resta aquí y
suma allí el mismo tanto por ciento por artículos y por secciones.
Esto es así, o ésa es nuestra convicción, que viene a ser una misma
cosa. Pero no tenemos más remedio que resignarnos, hacer una inútil impugnación
de las elecciones o salir a las calles para hacer la revolución. El caso es que
si el resultado electoral fuese normal, no tendríamos más remedio que dirigir
el foco hacia el electorado para interrogarnos sobre su catadura. Porque,
aparte de lo dicho, lo cierto es que la culpa es de 7 millones de personas que,
despreciándose a sí mismas por miedo, por indiferencia o por estupidez nos han
llevado al resto a maldecirlas por haber decidido miserablemente, una y otra vez, el destino de este
país.
Perfectamente localizados esos votantes entre
los muy acomodados, los panzistas, los
codiciosos, los chulos, los proxenetas sociales, los cínicos, los hipócritas, los prepotentes
y los capaces de coger una pistola cuando oyen la palabra "cultura"
(como dijo un fascista del franquismo), nos obligan al resto a renegar de ser
español con la misma fuerza centrífuga con la que vive actual y
mayoritariamente Cataluña. Militantes y votantes de traje impecable y corbata,
o con camisa rosa de manga larga a guisa de uniformes (ellos); rubias de bote,
mayormente con falda, enjoyadas o bisuteadas según la edad (ellas), que han
vuelto a entregar el país a malhechores permitiendo encima que sigan
interfiriendo cómodamente en la acción de una Justicia ya demasiado maltrecha
por culpa de ellos mismos.
DdA, XIII/3310
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