Lucía Méndez
Apareció de repente y el
recuerdo es como una congoja que no se va. Una llamada procedente de la
cavidad más honda del cuerpo y del alma de los seres humanos. Allí,
agazapada de forma absurda en las páginas de Deportes de los diarios,
estaba María Antonia Horrach. Una mujer morena de luto en el funeral de su hijo.
Con el rostro agotado y la cabeza rapada. Lanzando un beso al aire tan
agotador como un parto. Tan estremecedor como los días pasados desde la
muerte del niño -con 24 años era un niño-, de quien nunca se había
separado. Primero lo crió y después lo acompañó en los circuitos donde
corría con la moto.
Luis se empeñó en llevar esa clase de vida, ella le siguió por este mundo y después de perderlo en un accidente en Montmeló quiso acompañarle también en su viaje por otro mundo. María buscó desesperadamente una forma de irse con él. Y la encontró. Se cortó esa melena que le daba tanta personalidad y colocó los rizos con mimo en las manos del hijo muerto. 'Luis no se subía nunca, ¡jamás!, en la moto sin acariciar la melena de su madre', ha relatado Jordi, uno de los mecánicos del corredor fallecido.
La maternidad es protagonista principal de obras literarias célebres, óperas desgarradoras, tragedias griegas y dramas teatrales como los de Federico García Lorca. Pero la cabeza rapada de María Horrach alcanza tanta grandeza y majestad, que se ha situado por encima de cualquier creación artística. Ella encarna el significado último de la palabra maternidad. La maternidad como gloria, esplendor, generosidad, adoración, vida, ternura, muerte y amor más allá de cualquier límite, muy por encima de cualquier límite humano. Ella es la imagen más hermosa, espléndida, radiante, serena y apacible de la maternidad. Desprendida de su preciosa personalidad para regalársela al hijo. Su auténtico propietario.
La madre de Luis Salom ha dado sentido al dolor más grande que puede sufrir cualquier ser humano. Sentido y consuelo al mismo tiempo. El consuelo de acompañar al hijo más allá de la muerte. El consuelo que la ayudará a seguir cuidando aquí del resto de sus hijos.
Luis se empeñó en llevar esa clase de vida, ella le siguió por este mundo y después de perderlo en un accidente en Montmeló quiso acompañarle también en su viaje por otro mundo. María buscó desesperadamente una forma de irse con él. Y la encontró. Se cortó esa melena que le daba tanta personalidad y colocó los rizos con mimo en las manos del hijo muerto. 'Luis no se subía nunca, ¡jamás!, en la moto sin acariciar la melena de su madre', ha relatado Jordi, uno de los mecánicos del corredor fallecido.
La maternidad es protagonista principal de obras literarias célebres, óperas desgarradoras, tragedias griegas y dramas teatrales como los de Federico García Lorca. Pero la cabeza rapada de María Horrach alcanza tanta grandeza y majestad, que se ha situado por encima de cualquier creación artística. Ella encarna el significado último de la palabra maternidad. La maternidad como gloria, esplendor, generosidad, adoración, vida, ternura, muerte y amor más allá de cualquier límite, muy por encima de cualquier límite humano. Ella es la imagen más hermosa, espléndida, radiante, serena y apacible de la maternidad. Desprendida de su preciosa personalidad para regalársela al hijo. Su auténtico propietario.
La madre de Luis Salom ha dado sentido al dolor más grande que puede sufrir cualquier ser humano. Sentido y consuelo al mismo tiempo. El consuelo de acompañar al hijo más allá de la muerte. El consuelo que la ayudará a seguir cuidando aquí del resto de sus hijos.
El Mundo DdA, XIII/3292
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