No
es que aquí esté arribando el fascismo. Es que nunca se fue. Permaneció
latente, arropado en la impunidad que le proporcionaron las
instituciones cómplices o cobardes.
Ana Cuevas
Se
conoce como oligofrenia a una deficiencia de tipo intelectual que
etimológicamente tiene su origen en un vocablo griego que significa
"poca mente". Los nazis pretendían aniquilar a todo ser que no encajara
en los cañones de lo que consideraban la súper raza.
Había
que eliminar a los renglones torcidos. Judíos, enfermos mentales,
homosexuales, enanos, minusválidos... eran catalogados como seres
inferiores cuyo exterminio garantizaría la pureza del pueblo ario. Una
selección genética que se practicaba en las cámaras de gas y que produjo
la muerte de millones de inocentes.
Coincidiendo
con la manifestación neo-nazi que se produjo en Madrid recientemente,
bajo la complaciente connivencia de la delegada del gobierno doña
Concepción Dancausa, en un colegio de educación especial de Fuenlabrada
aparecieron unas denigrantes pintadas. "Muerte a los niños en silla de
ruedas", "Minusválidos de mierda", "Todos a la cámara de gas"... eran
algunas de las lindezas que podían leerse en estos muros aderezadas, con
escasa virtud plástica, por una serie de esvásticas contrahechas. Y es
que ser nazi no es tarea sencilla para sus acólitos. Amén de tener que
intentar plasmar su ideología de mierda esbozando frases completas y
comprensibles, estos individuos superiores sufren graves problemas para
reproducir una cruz gamada. La dificultad del trazado supera las
capacidades aero-espaciales de los "artistas" y, con frecuencia, el
resultado es un truño en el que las puntas de su símbolo recuerdan a una
araña dibujada por un niño de dos años.
En
otra de las pintadas podía leerse: "Tontos, mongólicos, retrasados".
Aquí no cabe duda. Con esta firma, sus autores, se adjudicaban la
autoría de la hazaña. Especímenes de poca mente, oligofrénicos
funcionales, que agrupan su idiocia profunda al servicio del odio
irracional. Mientras en el país se había desencadenado una absurda
guerra de banderas, engendrada por la misma delegada que pretendía
prohibir las esteladas en el campo de fútbol, un centenar de tarados se
paseaba impunemente por las calles madrileñas haciendo apología del odio
y la xenofobia.
No
debemos ignorar que es un argumento que vende. La historia nos ha
demostrado el horror de su eficacia en el pasado. Y hoy en día, los
ultrafascistas suben como la espuma de la cerveza rubia en Austria,
Alemania, Hungría o Francia. Millones de europeos se entregan a una
doctrina que les exime de pensar en quienes son los auténticos
responsables de la precariedad y el paro. Es más sencillo repetir las
consignas martilleantes de sus ideólogos que poner a trabajar la materia
gris de la que andan tan escasos.
Personalmente,
no soy amiga de símbolos, consignas o banderas. Como miembro de la
familia humana me repelen las circunscripciones que tratan de constreñir
en un mismo discurso la diversidad y la libertad de las personas. Creo
que somos algo más que españoles, vascos, aragoneses, catalanes,
madridistas o culés. Morir o matar por un trozo de trapo, del color que
fuera, me parece cosa de imbéciles.
Pero
cuando lo que representan rememora algo tan depravadamente enfermizo
como el Holocausto y quien debiera evitar su apología, según dicta la
ley, les da alas, el asunto se vuelve peligroso La señora Dancausa, con
un conocido pedigrée falangista, incendió la opinión pública con la
surrealista ocurrencia de prohibir la exhibición de la estelada en el
fútbol. Los jueces rectificaron sus desvaríos pero la sociedad española
ya estaba enzarzada en una polémica muy conveniente al partido al que
pertenece. Pretendió apagar un fuego arrojando gasolina. Sin su
tentativa, hubiera sucedido lo que de hecho sucedió: nada de nada. Sin
embargo incendió adrede a la sociedad para intentar rentabilizar
políticamente la gresca de banderas. Si esto no es romper España, al
menos apunta maneras.
Pero
los oligofrénicos genocidas no tuvieron nada que temer. Desfilaron
orgullosos, exhibiendo su rabia de cortitos mentales agrupados,
sintiéndose protegidos por otro ser "superior" que también parece
admirar el embrujo de la brutalidad y la sinrazón.
No
es que aquí esté arribando el fascismo. Es que nunca se fue. Permaneció
latente, arropado en la impunidad que le proporcionaron las
instituciones cómplices o cobardes. Esperando el momento oportuno para
imponer su régimen de alimañas.
DdA, XIII/3279
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