Antonio Aramayona
Ayer, conmemorando el 85º aniversario de
la proclamación de la II República española en 1931, el equipo de Gobierno del
Ayuntamiento de Zaragoza (ZeC, Zaragoza en Común) decidió colgar una bandera
republicana en el balcón del Ayuntamiento de la ciudad, como también se hizo en
otras ciudades del país.
Así, en el caso de Zaragoza se cumplió el
dicho o expresión popular “éramos pocos y parió la abuela”, ya que, gota a
gota, los pequeños detalles están haciendo del Consistorio zaragozano un
considerable guirigay en el que cada vez se acuerdan o tratan con cierta
normalidad menos asuntos entre los distintos grupos municipales y más
discusiones (algunas bizantinas, otras por torpeza o impericia de las partes)
se entablan ante el asombro de la parroquia. De hecho, por no poder ponerse de
acuerdo, desconocíamos si el sábado siguiente habría o no habría Pleno
municipal, pues podemos percibir básicamente los reproches mutuos entre las
partes a este respecto.
Soy republicano y quiero taxativamente que
en mi país y en mi ciudad haya valores republicanos. Otra cosa es que ayer decidiera
poner en la entrada del edificio donde
vivo una bandera republicana, pues conozco a algunos de mis convecinos y sé que
les irritaría. El edificio no es mío (aunque estuviese ejerciendo este año las
funciones de Presidente de la Comunidad) y creo que por sentido común debería
contar con el acuerdo de al menos la mayoría simple de la Comunidad de vecinos
para hacer algo así, pues una cosa es decidir llamar al albañil para que
reparen un desperfecto aparecido en la entrada del edificio y otra bien
distinta colocar por mi cuenta un símbolo que seguramente va a crear más
disensos y conflictos que otra cosa.
El Ayuntamiento y la ciudad tampoco son
del equipo de Gobierno de ZeC. Supongo en sus miembros arraigados ideales y
sentimientos republicanos, pero por prudencia y por concordia deberían pensarse
más algunas cosas, porque en el Ayuntamiento hay muy distintas ideologías,
sensibilidades, intereses y concepciones políticas (todas con el mismo derecho
a existir y a manifestarse que los suyos propios) y con los que siempre deberían
contar. Coincido con ZeC en buena parte de sus objetivos y medidas, y
precisamente por ello lamento tanto algunos de sus desaciertos. Es posible que
hablasen previamente con otros equipos de Gobierno del mismo signo y color de otras
ciudades y que acordasen colgar la bandera tricolor en los respectivos balcones
municipales (las coincidencias por azar raramente existen), pero, visto como
está el patio, eso no hace aconsejable hacerlo por su cuenta y riesgo, sin el
acuerdo previo con otros grupos municipales.
ZeC está ante todo para gobernar y por
muy convencidos que estén sus miembros de la verdad y la bondad de su programa
y de sus actuaciones, no se debería gobernar así: si en algo ha fallado el
equipo de Gobierno de ZeC desde que está al mando del Ayuntamiento es en su inhabilidad
(me remito a los hechos) de llegar a acuerdos y concertar medidas con el resto
de los grupos municipales. Ciertamente, algunos de estos son expertos en poner
zancadillas, pero precisamente por ello el equipo de gobierno de ZeC debería
ser más hábil y estar dispuesto a ceder y hacer ceder desde la discreción. Un
buen repaso de El Príncipe, de Nicolás Maquiavelo, va de perlas a cualquier
político de todo signo y condición.
Quien entra en mi casa, ve en su pequeño
vestíbulo un aparador de mimbre sobre el que descansa una banderita republicana
junto con otros objetos más de entrañable recuerdo. Es posible que esa bandera
no guste a algunos de quienes vienen a mi casa, pero es mi casa y la bandera es
un signo primario de la identidad de su inquilino, pero –repito- soy consciente
de que no me asiste derecho alguno a imponer su visión o su presencia a otras personas
en un sitio público y común. De lo contrario, sería un iluminado o un sectario, o ambos.
Una ciudad, más en los tiempos que
corren, necesita sobre todas las cosas bonanza y moderación en un clima que dé
pie a que se hable primordialmente de logros de y para la ciudadanía.
DdA, XIII/3254
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