Si hoy he buscado el artículo de Manuel Vicent en el diario El País es porque sospechaba que su habitual columna dominical iba a tener posiblemente la dirección que finalmente he podido comprobar. Este Lazarillo piensa que la agresión verbal perpetrada por un académico recental de la RAE, con el expreso objetivo de ofender a la alcaldesa de la ciudad donde este escritor tiene su residencia, merecía el artículo que mi estimado don Manuel suscribe hoy en el mencionado periódico. Claro que la columna de Vicent sobrepasa al no mentado y afecta a cuantos, en cualesquiera de los ámbitos de la vida política y social buscan ese tipo de resonancia mediáticas con inmediata repercusión en las redes sociales, en lugar de buscar la
resonancia magnética para descubrir si es odio o frustración lo que
arrastra uno por dentro. Magnífico Vicent, aunque me temo que nunca llegará a académico de la RAE como su exjefe Cebrián, a quien sobrepasa largamente en méritos y agudeza:
El exabrupto que suelta un personaje ilustre, sea artista o intelectual;
la basura infame que expande un programa de televisión; la idiotez que
emite en una tertulia el pelanas más inane, toda esa excrecencia humana
está irremisiblemente condenada al éxito. Cualquier insulto que lances
en público en un momento de cabreo siempre encontrará un número de
oyentes o lectores que estén de acuerdo, y si eres conocido te abordarán
por la calle para felicitarte. Lo que importa hoy es la resonancia.
Nada más fácil. Se han colapsado las centralitas, se decía antiguamente
como prueba del impacto de un suceso; ahora, el nivel de un agravio solo
se mide por su capacidad de incendiar las redes sociales. La cultura y
la política española están pobladas de gente airada, de cualquier edad e
ideología, que compite por ocupar como héroe del día la plataforma
digital a cambio de exhibir las vísceras. La ira es una corona que
sienta muy bien en la cabeza de los jóvenes, pero nada hay más patético
que un viejo cabreado, y mucho más si es un escritor, intelectual o
artista pasado de época, que busca la resonancia mediática dando
lanzadas. A una edad, la única resonancia favorable es la magnética, que
se utiliza para detectar algún deterioro interior del cuerpo, pero a
veces sucede que uno cree que es cólera contra la injusticia lo que en
el fondo solo es odio enfrascado contra uno mismo al verse tan viejo en
el espejo. La propia imagen deteriorada te obliga a recordar la
seducción, los sueños y el humor perdidos, lo bien que escribías,
pintabas, ligabas cuando eras un joven radical de izquierdas. Podrías
creer que con asaltos coléricos vas a recuperar protagonismo y
resonancia en la Red, pero, lo dicho, un viejo solo debe buscar la
resonancia magnética para descubrir si es odio o frustración lo que
arrastra uno por dentro.
DdA, XIII/3249
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