Ana Cuevas
En el último programa de Salvados,
Jordi Évole ha traído a la desmemoriada memoria de nuestro
pasado reciente otro capítulo oscuro y despreciable. Se trata de los
esclavos del franquismo, presos políticos de la dictadura obligados a
trabajar en la reconstrucción del país tras la contienda civil en
condiciones infrahumanas. Gran parte de la audiencia, sobre todo los más
jóvenes, ignoraban esos hechos. No es de extrañar. La denominada
"reconciliación nacional" se cimentó sobre el silencio y la ignorancia.
Sobre un olvido premeditado que abandonó miles de cadáveres en fosas
improvisadas e hizo desaparecer páginas de la historia manchadas con la
sangre de nuestros conciudadanos. El relato del hambre, de las torturas,
de las ejecuciones y los trabajos forzados se barrió bajo la alfombra
con la excusa de no reabrir las heridas. Ni siquiera la llegada de la
democracia pudo desamordazar la sórdida realidad que padecieron muchos
hombres y mujeres sometidos a toda clase de abusos y vejaciones.
Los
esclavos del franquismo fueron víctimas de la venganza de los golpistas
pero, sobre todo, contribuyeron al enriquecimiento de algunas
corporaciones y empresas afines al régimen fascista. Empresas que, hoy
en día, continúan siendo punteras en el estado español.
Hablamos
de Dragados y Construcciones, Entrecanales y Távora (actualmente
conocida como Acciona), Infraestructuras Ferroviarias (ADIF), RENFE o
Huarte (OHL), cuyos dirigentes no reconocieron, ni reconocen, la
explotación. Compañías públicas y privadas que en la actualidad cotizan
en el IBEX 35 y se invisten de legitimidad moral para interferir en la
política contemporánea. Amén de seguir consiguiendo contratos públicos y
adjudicaciones gracias a sus alianzas con algunos círculos del poder.
Es
cierto que en Alemania ocurrió algo parecido tras la segunda guerra
mundial. Pero, a diferencia de aquí, las empresas implicadas pagaron por
estos actos. La mitad de las indemnizaciones fueron a su cargo y la
otra mitad a cuenta del estado.
El
Valle de los Caídos fue construido con la sangre de estos trabajadores
forzados y todavía hoy, para vergüenza nacional, alberga el mausoleo de
celebres fascistas como Primo de Rivera y el propio Franco. También los
pantanos que inauguraba el "chaparrito" como símbolo de prosperidad y
modernidad fueron edificados con la explotación forzosa de presos
republicanos. El testimonio del historiador Antonio Martínez revela como
la construcción de uno de estos pantanos fue denominado "La Tumba"
porque el cemento acabó siendo la sepultura de los esclavos que morían
gracias a las condiciones penosas en que debían realizar sus labores.
Otro aspecto deleznable era el de la corrupción de los mandos
responsables de estos presos que escatimaban en su alimentación y se
quedaban con sus paupérrimos salarios sin ningún escrúpulo.
La
dictadura franquista "alquilaba" a empresas privadas a los trabajadores
forzosos. Un negocio redondo que explica el enriquecimiento acelerado
que algunas, hoy respetables compañías, experimentaron entre los años
1936 y 1957. En "Franquismo y trabajo esclavo, una deuda pendiente"
el investigador José Luis Martínez Molina expone una relación de más de
90 empresas que se beneficiaron de este convenio con el régimen. Una
treintena corresponden a organismos oficiales, once a la Iglesia
Católica, ocho al Ministerio del Ejército y el resto a compañías
privadas.
Ahora que los
casos de corrupción son el pan nuestro diario de la actualidad política
quizás deberíamos poner la lupa en las grandes empresas que han seguido
manteniendo alianzas lucrativas con las esferas del poder. Son los
mismos perros, con collares similares, que se lucran del dinero público y
que, a través de las organizaciones patronales, propugnan un nuevo
modelo de esclavitud para las trabajadoras y trabajadores españoles. La
CEOE afirma que es necesario contener las subidas salariales para poder
crear empleo. Como su otrora líder ideológico Gerardo Díaz Ferrán, hoy
encarcelado por sus múltiples chanchullos, sueñan con una clase
trabajadora que reciba el salario del hambre mientras ellos se reparten
los dividendos que genera la explotación laboral.
En
esa nueva tumba, que se denominó Reforma Laboral, alentada primero por
el PSOE y luego por el PP, quieren encementar los derechos que durante
décadas fuimos arrancando a fuerza de sangre, sudor y lágrimas. El pacto
entre PSOE y Ciudadanos, que se regocija en llamarse progresista y
reformista, no tiene intención de levantar esa fosa en la que
permanecemos enterrados. La Reforma Laboral no se derogará. Basta con
unos meros retoques estéticos que no modifiquen el trasfondo. Así los
gerifaltes podrán continuar amasando fortunas multimillonarias mientras
la pobreza y la inestabilidad avanza entre los currantes españoles, Sin
reparación ni memoria estamos condenados a sus modernos grilletes. ¡Ave
IBEX 35, vuestros nuevos esclavos os saludan! Algunos incluso, os apoyan
depositando su voto en vuestros aliados. Quizás ignoren que están
cavando su propia tumba por un módico precio que satisfaga la voracidad
de los mercados.
DdA, XII/3233
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