(Dedicado a la asociación de abuelos indignados del barrio zaragozano de Las Delicias).
Ana Cuevas
"No
quiero pasar el tiempo que me queda jugando a las cartas o a la
petanca. Quiero contribuir a la lucha para recuperar los derechos
perdidos para nuestros hijos y nietos. Aportar mi experiencia para
conseguir un futuro mejor para las generaciones venideras".
Ayer
recibí una llamada de una mujer llamada Charo a la que no conocía
personalmente. Me contó que pertenece a una asociación de abuelos
indignados y me hizo un encargo que gustosamente trataré de llevar a
cabo. Charo, junto a otras personas mayores, no se resigna a quedarse en
la cuneta del ostracismo a la que son relegados muchos jubilados. Puede
que sus ojos o sus piernas no cuenten con la viveza y la agilidad que
gozaron en sus años mozos. Pero su corazón sigue manteniendo esa chispa
de rebeldía que se prende frente a la injusticia y la hipocresía de una
sociedad que parece rendida a los argumentos de los poderosos. En
realidad, son más jóvenes que otros ancianos prematuros, cadáveres con
carcasas maqueadas, que deambulan por la vida como nuevos fariseos
siempre prestos a descargar la frustración de sus estériles existencias
sobre las víctimas del sistema mientras asumen los falsos sofismas de
los filibusteros.
Charo,
como muchos de nuestros mayores, no tuvo una vida fácil. Ellas y ellos
vivieron los años de la posguerra, de los salarios del hambre, de la
falta de libertades de una dictadura cuya fantasmagórica sombra colea
hasta nuestros días. Se comprometieron, a veces pagando un alto precio
por ello, para que sus hijos y nietos no tuvieran que atravesar las
mismas penurias que ellos padecieron. Para dignificar sus derechos
laborales y sociales. Para enseñarles que el camino de la libertad y la
justicia social debe pasar siempre por la solidaridad con los más
débiles. Pero todo su esfuerzo, sus esperanzas depositadas en la
gestación de un mundo mejor, se vienen abajo cuando observan el egoísmo
cicatero y miope que reina a su alrededor.
"Quiero pedirte que escribas- me apremiaba Charo- sobre esa gente mezquina que culpabiliza a los desahuciados, a los caídos en desgracia, de su propia ruina" .
Me relató como se le abrían las carnes cuando oía emitir juicios
irreflexivos a quienes han tenido la suerte de conservar su trabajo y
sus posesiones durante esta crisis impostada que se ha llevado a tantos
por delante. Vivían por encima de sus posibilidades, apostillan los
nuevos fariseos (así los define ella). Se metieron en créditos e
hipotecas con alegría inconsciente y ahora deben asumir las
consecuencias. Ese es el mantra que los poderes fácticos, a fuerza de
repetirlo, grabó en las neuronas de muchos individuos acríticos para
tranquilizar a la voracidad de los mercados. Pero, ¿qué hay de cierto en
todo esto?, ¿Quién vivía por encima de sus posibilidades?, ¿los
ciudadanos?, ¿el Estado? ¿Qué querían decir con vivir por encima de
nuestras posibilidades? Algunos se referían a quienes se dejaron
embaucar por esa España que iba como un tiro económicamente en la que
los bancos apremiaban a endeudarse hasta las cejas prometiéndoles que el
valor de sus adquisiciones se podría incrementar exponencialmente.
Otros señalan al estado de bienestar, con la mezquindad incrustada hasta
la médula, aduciendo que esas ayudas, que muchos de ellos también
recibían, arruinaron definitivamente al país. La cuestión es buscar
culpables en el ciudadano de a pie o en los gastos sociales del estado a
los que tildaban de despilfarradores.
Pocos
recordaban aquellos "maravillosos años" del boom inmobiliario, de los
pelotazos de los gurús del ladrillo y del mercado inmobiliario. España
iba bien- decía el ínclito presidente Aznar- y a nadie se acusó entonces
de vivir por encima de sus posibilidades. Una burbuja ficticia que se
siguió alentando durante el gobierno de Zapatero aún a sabiendas que´,
más pronto que tarde, había de explotar.
La
sensación de crecimiento desenfrenado de la economía en los supuestos
años de bonanza contrastaba con las cifras correspondientes a los
salarios reales, que cayeron un 8% entre 1996 y 2008. En el intervalo de
1999 a 2005 los beneficios empresariales en España crecieron un 73%
-más del doble de la media de la Europa de los 15-, mientras que los
costes laborales aumentaron apenas un 3,7% -cinco veces menos que la
Europa de los 15. La brecha entre las rentas de los ricos y los
asalariados en este país no ha dejado de crecer desde entonces. De estos
datos se puede inferir que no todos los trabajadores se endeudaban por
el placer de comprarse un BMW, sino principalmente por la disminución
real de su capacidad adquisitiva.
Los
ricos se hicieron más ricos durante este periodo pero también se
beneficiaron de la crisis gracias, en gran medida, a la explotación
laboral y a unos beneficios fiscales que son impensables en sociedades
evolucionadas como Suecia o Finlandia (el 1% de las rentas altas solo
pagan el 20% de lo que contribuyen sus equivalentes en estos países
nórdicos).
Hacernos sentir culpables a los ciudadanos es parte
de la estrategia neoliberal para que así se asuman dócilmente los
recortes que acaban beneficiando las entidades financieras y a las
grandes fortunas. Es el precio para redimirnos de nuestros hipotéticos
"pecados".
Charo, y sus
compañeras y compañeros, se definen como "abuelos indignados" pero su
lucidez rechaza los falsos dogmas que otros, muchos más jóvenes, repiten
como loritos amaestrados. Ellas y ellos saben que la solidaridad es la
auténtica ternura de los pueblos aunque no hayan leído a Gioconda Belli
ni tuvieran la oportunidad de acceder a una educación digna ni a una
vida acomodada. Paradójicamente, comprenden mejor el presente y velan
por garantizar el futuro de quienes tomarán su relevo en este planeta.
Merecen toda mi admiración y mi respeto. Sería un crimen imperdonable defraudarles.
DdA, XII/3235
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