La ficción de que el máximo responsable de un partido es ajeno a
todas sus corruptelas sólo puede mantenerse en circunstancias como las
actuales, cuando el afectado está a la cabeza del poder
ejecutivo y no hay un solo juez en activo con bemoles para pedir un
suplicatorio.
Juan Carlos Escudier
Las cábalas sobre Rajoy y el cerco al que la corrupción del PP le
tiene sometido se han centrado en exclusiva sobre su futuro político,
que se imagina más crudo que el carpaccio. Sólo los marhuendistas más
acérrimos, que vienen a ser como Norman Bates en Psicosis, se
han empeñado en conservar en formol el cadáver político del presidente y
no es descartable que algún día les veamos colocarse una barba postiza y
sisear como él en las tertulias para insuflarle vida. De la guardia de
corps mediática queda, por tanto, Paco el guardaespaldas.
A Rajoy se le pide que se vaya ahora mismo, que se vaya si la
investidura de Sánchez triunfa, que se vaya de igual forma si fracasa y
que, en todo caso, se vaya antes de una eventual repetición de las
elecciones para que el PP pueda presentar a otro candidato. En el
partido, al parecer, también se lo pedirían pero a sus disciplinados
dirigentes les ha comido la lengua una manada de gatos, de tantas
lenguas que han tenido que zamparse los pobres felinos. De ahí que en
las reuniones del Comité Ejecutivo nadie diga esta boca es mía mientras
Rajoy les aconseja que no se pongan histéricos.
Se ha llegado de esta manera a una situación kafkiana en la que las
detenciones, las imputaciones y los registros se suceden mientras el
líder un día hace la estatua, otro se indigna y al tercero le expide un
salvoconducto a Rita Barberá, que se pone muy contenta y se va a la
peluquería. No ha habido corrupto en el PP que no haya recibido
previamente el aliento de Rajoy –“en la vida tú confías en la gente
mientras no tienes un dato”, ha dicho hace unas horas- por eso de que
hay que ser justo y respetar la presunción de inocencia. Y, según
parece, su intención es repetir como candidato, algo para lo que no
necesita ni el apoyo de su partido ya que estatutariamente es
irremplazable salvo que dimita, se muera o sea declarado incapaz, vía
ésta que nadie se ha atrevido a explorar por el momento.
Como su obstinación no puede tener una motivación política, en la
medida en que una cabra al frente de las listas quizás tuviera mayor
apoyo electoral, no hay que descartar que obedezca a razones jurídicas.
¿Qué ocurriría si Rajoy cediera el paso a otro dirigente del partido y
no sólo dejara de ser presidente sino también diputado? Pues que
perdería el aforamiento del que ahora disfruta y muy posiblemente no
tardaría en ser llamado a declarar por algunos de los juzgados en los
que se investigan causas contra el PP.
La ficción de que el máximo responsable de un partido es ajeno a
todas sus corruptelas sólo puede mantenerse en circunstancias como las
actuales, es decir, cuando el afectado está a la cabeza del poder
ejecutivo y no hay un solo juez en activo con bemoles para pedir un
suplicatorio. Rebajado a ciudadano raso, nada impediría que, al menos,
Rajoy diera explicaciones en sede judicial sobre todo lo que
supuestamente ignoraba, que es mucho.
Es comprensible el pavor que ha de sentir Rajoy a explicar a un
magistrado su conocimiento sobre la contabilidad B del partido o su
presunta implicación en el ocultamiento sistemático de pruebas
solicitadas por los tribunales, ya sea el borrado de los discos duros de
los ordenadores de Bárcenas, la eliminación de los libros de visita de
la sede central o la destrucción de las agendas de los extesoreros,
todos ellos encausados por corrupción. Resulta muy difícil creer que el
responsable último de una “organización criminal”, como se ha llegado a
definir por parte de la Guardia Civil al partido en Valencia,
desconociera absolutamente todo de lo que se cocía en sus fogones.
Rajoy será una persona honrada como sostienen él mismo y Norman Bates
pero ello no debería ser un obstáculo para que ofreciera su versión y
colaborara con la Justicia, algo que su aforamiento impide. No dejaría
de ser triste que ésta fuera la causa de su empecinamiento, ahora que la
cueva de Alí Babá está abierta al público todos los días, no como las
de Altamira.
Público.es DdA, XII/3222
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