sábado, 27 de febrero de 2016

POR LA DIMISIÓN DE GUSTAVO ALCALDE

 Ana Cuevas
 
Soraya era una joven de 37 años, trabajadora y madre de un niño pequeño, dueña de una sonrisa que irradiaba luz a su alrededor. Como casi todo el mundo, Soraya buscaba amar y ser amada. Pero se topó con un psicópata que confundía el amor con la posesión y el sometimiento. Le bastaron unas pocas semanas para detectar en él comportamientos alarmantes y decidió romper la relación. Es lo que todo el mundo nos dice que debemos hacer cuando nuestra pareja desarrolla unas características similares. Y ella lo hizo. La reacción del individuo fue una explosión de ira y frustración que le condujo a mantener a Soraya y a su hijo secuestrados a punta de pistola durante seis angustiosas horas. "Voy a mandar a tu madre a un sitio del que jamás podrá regresar", sentenció el agresor dirigiéndose al niño de seis años. Nos dicen que debemos denunciar hechos parecidos y pedir protección. Y ella lo hizo. Unos días más tarde Soraya fue asesinada a tiros en su puesto de trabajo.
El crimen del que fue víctima es la crónica de una muerte anunciada. Su ejecutor había manifestado con hechos y palabras su firme intención de enviarla a un viaje eterno del que no podría regresar. Soraya hizo todo lo que los manuales recomiendan en estos casos pero nadie la estaba protegiendo cuando ocurrieron estos hechos. La policía había interpretado que el riesgo era mínimo y que bastaba con una orden de alejamiento. Una orden cuyo cumplimiento no iba a ser vigilado por nadie en absoluto.
El sindicato unificado de policía denuncia que la unidad de prevención y protección a las víctimas de la violencia machista ha perdido nueve de los diecisiete agentes que la integraban en Zaragoza. Al parecer, pese a las vergonzosas cifras de mujeres asesinadas a manos de sus parejas o ex-parejas, algún gerifalte entendía que dedicar fondos y efectivos a este asunto era tirar el dinero. Y decidió recortar sin considerar que, al hacerlo, estaba recortando las posibilidades de supervivencia de Soraya y de otras mujeres que se hayan en la misma situación.
El delegado del gobierno en Aragón, el "señor" Gustavo Alcalde, hizo unas sorprendentes declaraciones culpabilizando a la víctima. En su opinión, era la propia Soraya quien debía haber avisado de que existía un riesgo real de que el malnacido homicida pudiera viajar 400 kilómetros para cumplir con su profecía.  Con un doble salto mortal y pirueta moral, la carga de la culpa recayó sobre Soraya por no prever su propio asesinato. Gustavo Alcalde (que cuenta con escolta personal y pone querellas criminales y órdenes de alejamiento a un profesor paralítico que reclama pacíficamente el fin de la ley mordaza porque se siente amenazado por el filo de sus cartulinas) dice que se interpretaron mal sus palabras. Sin embargo, no da lugar a ninguna mala interpretación por el desafortunado comentario de una diputada de Podemos que utilizó, con poco tino, una comparativa con el asesinato de Miguel Ángel Blanco. "Podemos no tiene pudor en pactar con quienes asesinaron a Miguel Ángel Blanco"- ha manifestado el delegado para zanjar el asunto. De nada sirvieron las disculpas de la diputada ni que asegurara haber condenado en su momento el asesinato del joven concejal. El ventilador de la mierda se había puesto en marcha frente a las peticiones de dimisión que todos los grupos parlamentarios aragoneses, excepto PP y PAR, estaban reclamando. Por cierto don Gustavo: ¿No son los mismos asesinos a los que su, otrora líder ideológico señor Aznar, definió como gudaris del Movimiento Vasco de Liberación y con los que reconoció haber negociado? ¡Ah pero la diferencia está en que Aznar no era de Podemos! Para ser tan buen cristiano se ha olvidado del capítulo del evangelio que habla de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio.
Al final, pese al ruido de sables y los lapsus lingüísticos, la realidad es que Soraya ha sido asesinada y podría haberse evitado. Como en el viejo refrán: Entre todos la mataron y ella solita murió. Soraya, igual que los ruiseñores, no tuvo mayor pecado que derramar su corazón. Un cazador sin escrúpulos decidió que era mejor derramar su sangre. Una sangre que mancha de responsabilidad a alguien más que a su asesino material. ¿Cómo explicárselo a su hijo, a su familia?¿Cómo decirles que su sangre no la redime de la culpa?
Señor delegado, no existe mayor pecado que matar a un ruiseñor. Pero no tratar de impedir su muerte también es una falta grave. No se si a usted le bastará con la confesión. Pero los que no somos tan creyentes preferimos su dimisión porque nos importa más la seguridad de las mujeres amenazadas que la salvación de su alma inmortal. Sinceramente.
 
DdA, XII/3225

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