Por si no fuera bastante sorpresa el furibundo ataque directo de los
barones a Pedro Sánchez parece que toca procesar también los ataques
indirectos de los columnistas destacados de la democracia del 78. La
patria está en peligro y todos escuchan la trompeta de Susana Díaz.
Toca considerar a los que con la voluntad de disparar contra Sánchez
enfilan sus cañones contra Pablo Iglesias buscando, parece, alejar la
posibilidad de un pacto PSOE-Podemos. Pacto que, por vez primera desde
los ayuntamientos democráticos, podría representar en el gobierno esa
mayoría de población progresista de nuestro país que por su sempiterna
fragmentación ha permitido locuras como una mayoría absoluta de Rajoy
con menos del 30% de los votos. Junto a las calumnias contra Podemos
–financiación, ilegalidades mil, malas intenciones e, incluso, suciedad-
hay una orquestada intención de descalificar al Secretario General de
Podemos, asumiéndose así que debilitado el referente se debilita el
partido. Qué les voy a contar que ustedes no sepan y no tengamos algunos
nuestra experiencia.
No siempre es sencillo ver la intención, porque algunos de esos
columnistas han solido guiarse por la sensatez. Pero parece evidente que
la situación actual de la democracia parece haberles torcido el gesto.
Recuerda a lo que pasó con la memoria histórica. Muchos de esos
columnistas estaban dispuestos a asumir una crítica al franquismo
siempre y cuando eso no se trasladara al presente. En el momento en el
que la memoria histórica pudo traducirse en revisar la “justicia”
franquista o poner al estado al servicio de la verdad, la justicia y la
reparación, viraron asumiendo posiciones que en algunos casos sólo se
habían atrevido a representar accidentes folclóricos de la
historiografía neofranquista como Pío Moa.
En el momento actual, es la primera vez que el PSOE puede pactar un
gobierno con una fuerza política que se sitúa “abajo a la izquierda” de
lo que significa históricamente la socialdemocracia española. Felipe
González pudo hacerlo en 1993 con Izquierda Unida, pero prefirió pactar con Convergencia i Unió,
reforzando la idea de que la identidad catalana tenía más de excusa
chantajista que de entidad real, al tiempo que dio alas a la corrupción
permanente del pujolismo que terminaría estallando. ¿Es la novedad de la
situación eso lo que da miedo al statu quo de la opinión mediática?
Me ha llamado la atención la virulencia de Enrique Gil Calvo en su artículo Insolencia (El país, 1 de febrero de 2016), donde llama a Iglesias, abandonando su habitual circunspección, bufón, insolente, efectista, vendedor de crecepelo y nihilista.
Demasiados adjetivos para expresar lo que quizá simplemente es falta de
humildad para asumir la incapacidad de entender que la democracia
española está cambiando. Aunque es cierto que lo que parece enfadar
realmente a Gil Calvo no es la capacidad de Podemos de crear agenda
política, sino la dependencia del PSOE a la agenda que marca Podemos.
¿No será entonces el PSOE el adecuado destinatario de la diatriba?
Llama la atención que al lado de los tabloides, los periódicos de la
extrema derecha, los libelos mercenarios y los órganos de partido, la
prensa que representa a los medios españoles en el mundo caiga en un
estilo similar de descalificación y ataque ad hominen. Debiera
el PSOE y la prensa afín solventar sus cuitas internas y aclararse al
fin, para ahorrarnos al resto este ventilador que enturbia en vez de
profundizar. Podríamos discutir, evidentemente, el lugar del espectáculo
en la política -la actualidad de Debord es abrumadora- pero no vale
repartir interesadamente papeles atribuyendo a unos afinados Shakespeare
y a otros histriónica ópera bufa cuando lo que en verdad retrata
nuestra democracia es el esperpento, incluida la ley de fugas que hoy
representa la exclusión social de los más pobres.
Necesitamos mucho debate, una prensa atenta que señale defectos,
derivas, errores, junto a todos los asuntos propios del patriotismo de
partido tradicional que enturbian nuestra democracia. Y sería bueno
poder leer análisis que dieran claves de dónde está ahora mismo Cinco Estrellas
y Beppe Grillo en la deteriorada democracia italiana, algo que no
otorga llamarle sin más “bufón” buscando descalificar a Pablo Iglesias
más que intentando explicar la parálisis política italiana. En nada
ayuda convertir las columnas de opinión en espacios de impotencia donde
el mensaje al final no va más allá de la descalificación. Y produce
tristeza ver que la impotencia de la vieja política española termina
trasladando su debilidad a los análisis que en otras ocasiones nos han
alumbrado.
Comiendo Tierra DdA, XII/3201
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