Hay rodando hoy por las redes, con motivo del fallecimiento del escritor y semiólogo italiano, un vídeo en el que Eco recorre los pasillos de su casa, abrigados de estanterías y estanterías repletas desde el suelo hasta el techo, en busca de un libro. Tenía 32.000. Ese gran legado le queda a su país y a quienes -como el que suscribe- algún día puedan visitar e interesarse por el contenido de esa tan copiosa como enjundiosa biblioteca. Umberto Eco escribió 42 ensayos y 7 novelas. El artículo que firma en su edición de hoy Silvina Friera en el diario argentino Página/12 me parece excelente. Me he permitido la libertad de alterar el titular y elegir el que muy sabiamente aparece hoy en la portada del diario La Republica, porque realmente lo que Eco significó fue eso y estamos cada vez más y más urgentemente necesitados de esa pasión."El libro -dijo o escribió Eco- es como la cuchara, el martillo, la
rueda, las tijeras. Una vez que se han inventado, no se puede hacer nada
mejor".- Lazarillo
Silvina Friera
La congoja
percute las sílabas de un nombre y apellido entrañable, una de las voces
más importantes de la semiótica del siglo XX, el paradigma de un modelo
de erudición enciclopédica que se extingue irremediablemente. “La
lectura de los periódicos, como decía Hegel, es la oración de la mañana
del hombre moderno. Y yo no consigo tomarme mi café de la mañana si no
hojeo el diario; pero es un ritual casi afectivo y religioso, porque lo
hojeo mirando los titulares, y por ellos me doy cuenta de que casi todo
lo había sabido la noche anterior. Como mucho, me leo un editorial o un
artículo de opinión. Esta es la crisis del periodismo contemporáneo. ¡Y
de aquí no se sale!” Esto comentaba Umberto Eco el año pasado, cuando se
publicó la que sería su última novela: Número cero, la trama de la
preparación de “Domani”, un diario que entre abril y junio de 1992 nunca
saldrá a la calle, pero que condensa las peores prácticas del
periodismo de un modo tan brutal que a veces parece una parodia de cabo a
rabo. El gran escritor, filósofo y semiólogo italiano, autor de una
voluminosa obra compuesta por 42 libros de ensayos y 7 novelas, entre
los que se destacan El nombre de la rosa, que ha vendido 50 millones de
ejemplares en el mundo desde su publicación en 1980, murió ayer a los 84
años en su casa de Milán como consecuencia de un cáncer que lo había
mantenido alejado de la vida pública en los últimos meses.
Eco nació en la ciudad de Alessandria, en la región italiana de
Piamonte, el 5 de enero de 1932. A pesar de la Segunda Guerra Mundial,
de las noches que pasó en los refugios, en un sótano oscuro y húmedo
desde donde escuchaba las bombas, tuvo una infancia que evocaba como
agradable, más allá de que, reconocía, podría haber muerto en esos años.
La marca de la educación salesiana que recibió se prolongaría en varias
de sus novelas. En 1954 se doctoró en Filosofía en la Universidad de
Turín con una tesis que versó sobre El problema estético de Santo Tomás
de Aquino, ensayo que publicaría dos años después. Ese interés por la
filosofía tomista y la cultura medieval se explicitó en El nombre de la
rosa, novela ambientada en el siglo XIV que narra la meticulosa
investigación que realizan fray Guillermo de Baskerville y su pupilo
Adso de Melk en torno de una serie de crímenes que ocurren en una
abadía. Por esta novela que fue reeditada en numerosas ocasiones y fue
adaptada al cine en 1986 por el cineasta francés Jean-Jacques Annaud,
Eco recibió el Premio Strega (1981) y el Premio Medicis en Francia. En
la década del 60 fue profesor agregado de Estética en las universidades
de Turín y de Milán, durante años fue catedrático de Filosofía en la
Universidad de Bolonia, donde puso en marcha la Escuela Superior de
Estudios Humanísticos. El preludio de su vida académica empezó en el
neovanguardista Grupo 63 de intelectuales, colaboró en la mítica Tel
Quel y durante 35 años trabajó en la editorial Bompiani. Publicó el
clásico Apocalípticos e integrados (1964), sobre cultura de masas y
medios de comunicación; La estructura ausente (1968), Tratado de
semiótica general (1975), El super-hombre de masas (1976), Desde la
periferia al imperio (1977), Lector in fabula (1979), Semiótica y
filosofía del lenguaje (1984), Los límites de la interpretación (1990),
Seis paseos por los bosques narrativos (1990), Kant y el ornitorrinco
(1997) y Cinco escritos morales (1998), entre tantos otros ensayos.
Como escritor de narrativa, estaba convencido de que la realidad es
más novelesca que la ficción. Eco publicó las novelas El péndulo de
Foucault (1988), acerca de una conspiración secreta entre sabios en
torno a temas esotéricos; La isla del día de antes (1994), Baudolino
(2000), La misteriosa llama de la Reina Loana (2004) y El cementerio de
Praga (2010). Entre los premios que recibió se destacan la Legión de
Honor de Francia, el premio austríaco de Literatura Europea, el premio
Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, además de que
acumuló la impactante cifra de 38 Doctor Honoris Causa de universidades
de todo el mundo. El único premio que se le resistió, como a muchos
otros escritores, fue el Nobel de Literatura. En Nadie acabará con los
libros mantuvo un valioso contrapunto con el dramaturgo y guionista
Jean-Claude Carrière. “El libro es como la cuchara, el martillo, la
rueda, las tijeras. Una vez que se han inventado, no se puede hacer nada
mejor. No se puede hacer una cuchara que sea mejor que la cuchara. El
libro ha superado la prueba del tiempo. Quizás evolucionen sus
componentes, quizá sus páginas dejen de ser de papel, pero seguirá
siendo lo que es”, afirmaba el escritor y filósofo italiano que
profesaba una admiración mayúscula por Jorge Luis Borges desde temprana
edad.
“Recuerdo que tenía 22 o 23 años cuando se publicó por primera vez
Ficciones. Se habían hecho una 500 copias, prácticamente nadie se había
dado cuenta. Entonces vino un poeta italiano (¿Sergio Sogni?), que me
dijo: ‘Lea este libro. Es de un argentino que nadie conoce aquí’. Me
enloqueció. Me pasaba noche y noches leyéndoselo a mis amigos. Me
reconocí de inmediato en Borges. Fue un amor a primera vista”, recordaba
Eco en una entrevista que le hizo Jorge Halperin en 1992 y reconocía
que había un homenaje al escritor argentino en El nombre de la rosa a
través de un personaje: el ciego ex bibliotecario Jorge de Burgos. Un
periodista español le dijo que Número cero, su última novela, no parecía
escrita por él. “Mis novelas anteriores eran sinfonías, ésta es un solo
de Charlie Parker. Lo mejor fue la llamada de mi editor francés, que me
hizo mucha ilusión: ‘Umberto, ¡esta novela parece escrita por un
jovencito!’. Mis novelas anteriores me tomaron al menos seis años de
trabajo cada una, pero ésta se basa en experiencias personales, en
noticias políticas fáciles de encontrar y sólo me ha ocupado durante un
año”, explicaba el escritor, el hombre que parecía saberlo todo, un
intelectual luminoso y detectivesco, una especie de Sherlock Holmes con
anclaje en el Medioevo, que escribía acompañado por el eco de los 35 mil
volúmenes de su excepcional biblioteca.
DdA, XII/3219
No hay comentarios:
Publicar un comentario