Los “hombres de negro” de
Bruselas vuelven a planear sobre España. De hecho, Dijsselbloem,
socialdemócrata holandés jefe del Eurogrupo, nos recordó hace pocos días
que los recortes están a la vuelta de la esquina.
Rafael Mayoral
“Godot no vendrá hoy, pero mañana seguro que sí”. Interesante
giro becketiano el del presidente en funciones Mariano Rajoy. Pero a
diferencia de Vladimir y Estragon, Pedro Sánchez va a tener que dar
buena cuenta “a su público” de a qué o a quién espera. Con la propuesta
concreta de un gobierno de cambio sobre la mesa, sería aconsejable que
el PSOE supere rápidamente su “miedo escénico” y deje de escurrir el
bulto hablando de atenerse a los tiempos institucionales como si de
cumplir con una cierta forma de cortesía se tratara…. “usted primero, señor Rajoy”. Cuando el país está pidiendo cambio, altura de estado y valentía, esperar no parece lo más adecuado.
Existen condiciones para materializar un gobierno de cambio pero
también para forzar una restauración conservadora. Junto a esos dos
escenarios aparece entreverado un incómodo ajuste por valor de 9000
millones de euros que de cuando en cuando se cuela en la actualidad
política nacional a modo de psicofonía; casi como un fantasma del pasado
al que parece nadie quiera hacer caso. Los “hombres de negro” de
Bruselas vuelven a planear sobre España. De hecho, Dijsselbloem,
socialdemócrata holandés jefe del Eurogrupo, nos recordó hace pocos días
que los recortes están a la vuelta de la esquina. Todo un miura en el
horizonte: 9000 millones de euros son poco menos que el equivalente al
total en recortes que hizo Mariano Rajoy en educación y sanidad en su
primer año de gobierno. Quien quiera entender que entienda; quien quiera
oír que oiga.
Una lección aprendida de estos últimos dos años es que no bastan los
buenos argumentos, ni el entusiasmo, ni las ganas de cambio, para
convencer a otras formaciones políticas. Al adversario no se le
convence, se le condiciona y se le obliga a asumir nuevas posiciones
políticas. No ha sido ningún proceso lógico deductivo el que ha llevado a
los portavoces del turnismo a usar palabras como “desahucios”, “pobreza
energética”, “desigualdad” o “violencia machista”. Ha sido la
movilización ciudadana y el surgimiento de un “extraño objeto político”
llamado Podemos los que han modulado y modificado el léxico político en
nuestro país nombrando “lo innombrable”. Con movilización y organización
ciudadana no es segura la victoria, sin ella es sencillamente
impensable.
Dentro de la pluralidad de opciones que abre el escenario político
presente en el que tendremos que actuar sólo hay una variable que debe
ser independiente: la construcción de un movimiento democrático popular.
Hará falta movilización popular si queremos constituir un gobierno
de progreso; hará falta organización ciudadana para enfrentar los
recortes de Bruselas desde un gobierno del cambio o ejerciendo el
liderazgo desde la oposición. En definitiva, movimiento democrático
popular en cualquier escenario y sobre todo para que nos creamos las
instituciones solo en su justa medida. Al igual que en el parlamento
británico existe la figura del “whip” para supervisar la asistencia de
sus miembros, necesitamos que la gente sea “el látigo” que haga que los
diputados y diputadas del cambio estemos más tiempo de pie que sentados
en nuestros escaños. Gramsci usaba la figura de una esfinge para hablar
de la naturaleza bifronte de la política. Si perdemos esa doble
dimensión seremos un cadáver.
Así pues, mientras Rajoy continúa sumido en la abulia de los
personajes de Samuel Beckett, al tiempo que Sánchez trata de ganar
tiempo antes de que le consuman las dudas o el Comité Federal, Podemos
debe seguir proponiendo un proyecto de país reformista, democrático y
popular que deje atrás estos años de saqueo y corrupción. El nuevo país
se juega en diferentes escenarios y Podemos no espera a Godot.
Público.es DdA, XII/3197
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