Después de haber vivido una de las campañas electorales más
intensas y participativas desde los inicios de la Transición, es con toda
seguridad un fracaso que los resultados en las urnas no hagan posible un
gobierno de cambio -tras el oscuro cuatrienio de don Mariano Rajoy en La
Moncloa-, porque quienes están llamados a verificarlo se dejen llevar por
intereses partidistas y no por el criterio expresado en las urnas por más de
once millones de ciudadanos.
La secuela de ese fracaso se dejará notar sin duda en la
participación del electorado. Bajará del 73,2 por ciento registrado el pasado
20 de diciembre, trayendo consigo, además, un decrecimiento notable del interés
por la política, sensiblemente incrementado a lo largo de la pasada campaña
electoral. Es lo que ocurre cuando sobre un país, tal como sucedió en Grecia
por dos veces (2012 y 2015), se cierne un contexto de ingobernabilidad y las
circunstancias sociales y económicas ahogan a una mayoría de la población.
Esa apatía y escepticismo de los electores no sólo afectará
a los dos grandes partidos que se han turnado en el gobierno de la nación, ya
castigados en las urnas el 20-D, sino a aquellos que han propiciado unas nuevas
expectativas en los métodos de hacer política. No creo por esto que, a menos
que haya un acuerdo de confluencia con Izquierda Unidad/Unidad Popular, Podemos
obtenga mucho mejor resultado en los nuevos comicios.
Quien peor lo va a tener -aparte de Ciudadanos, que dejará
muchos de sus votos al Partido Popular- será el PSOE. La invitación al diálogo de
Pablo Iglesias al sector sensato de este partido para realizar una alianza que lleve a una segunda transición, dejando al margen al que es
proclive a un pacto con el PP, podría ser a la postre la tabla de salvación
para que el Partido Socialista no desemboque en el negro porvenir que le cupo
al PASOK en Grecia, con un 5 por ciento de votos tras las elecciones de 2015,
como consecuencia de su pacto con la derecha en el gobierno de aquel país.
Cabe esperar,
también, que unas nuevas elecciones generales den como resultado algo muy parecido a lo
que ahora tenemos, por lo que además de incrementar los gastos que ocasionan
las urnas -130 millones de euros el 20-D-, tendremos los mismos problemas para formar gobierno.
DdA, XII/3175
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