Darío fue músico de nacimiento y convirtió el castellano en su orquesta triunfal. El lenguaje fue su instrumento principal.
Darío
cumple 100 años de haber muerto el 6 de febrero de 2016. El simple
hecho de recordar esa fecha nos indica que, en realidad, Darío no ha
muerto. Con insistencia lo recordamos, con justicia lo queremos. Nacido
en Metapa, hoy Ciudad Darío, fue contemporáneo de Darwin, Martí,
Dostoievski, Wilde, Nietszche y Verlaine. Su temperamento azul y
melancólico lo apartó de los círculos sociales. A Darío le dolía ser
Darío. Niño prodigio, bestia de circo que se aprendió antes de los
quince años el diccionario completo de galicismos de Baralt, siempre fue
considerado un raro.
Eterno dipsómano; ¿qué buscaba el príncipe
dentro de cada gota de licor? Tomaba para olvidar pero vivía recordando.
Dueño de una memoria superdotada, su cerebro era como un gran
contenedor de lecturas universales. Desde El Quijote, pasando por La
Biblia hasta llegar a Las Mil y Una Noches, a Darío no se le escapaba un
solo autor clásico. Citaba a los griegos como quien mata un mosquito
durante un aplauso. No le costaba brillar, su luz era tan poderosa que
podía cegar. Voraz y precoz, dedicó gran parte de su vida al amor. Sus
mascotas eran cisnes, sus musas eran ninfas, su ambición era la de un
emperador.
Darío fue músico de nacimiento y convirtió el
castellano en su orquesta triunfal. Hizo malabares con la palabra y el
lenguaje fue su instrumento principal. Tenía un gran oído para leer y
escribir. ¿Quién no recuerda su Sinfonía en Gris Mayor? Es como escuchar
la Flauta Mágica de Mozart o algo mejor. Nuestro “indio divino”, como
lo llamó José Ortega y Gasset, fue siempre más allá de la rima y la
métrica. Se movía entre sonetos y alejandrinos con pasmosa facilidad.
Finalmente practicó el verso libre de Whitman, a quien celebró en uno de
sus poemas e incluyó en la Oda a Roosevelt.
Salió del mundo rural
nicaragüense para enseñarle a escribir a España. Enamorado de Francisca
Sánchez del Pozo, su heredera universal, también la alfabetizó con
amor. Hombre particularmente callado, dueño de un poderoso mundo
interior, Darío tenía algo de barrilete cósmico y de cosmopolitismo
mayor. Observaba la danza infinita de los astros que curvan la materia
del espacio y era capaz de encontrarle notas musicales a la
circunferencia de la luna. Políglota, reservado y lleno de temores,
Darío fue profundamente supersticioso desde niño; algo que nunca superó.
Llegó a medir 1,80 metros de altura (basta ver su traje de diplomático
en el museo que lleva su nombre en la ciudad de León, donde yacen sus
restos inmortales, custodiados por las columnas de la Catedral de
Santiago de los Caballeros) y tenía la voz chillona, tan chillona que no
le gustaba declamar sus propias obras.
Si Bolívar y Martí
independizaron a América Latina de la Corona Española, Darío hizo lo
mismo con nuestro idioma. No se vio tanto genio en el mundo hispano
desde el Siglo de Oro español: Góngora, Quevedo, Lope de Vega y Sor
Juana Inés de la Cruz, por citar algunos maestros. Darío fue un
visionario. Profetizó la entrada del yanqui en las zonas más recónditas
de nuestros países y soñó con grandes patrias. Dueño de una poderosa
intuición, declaró que su juventud montó potro sin freno (¿fue juventud
la suya?) y se atrevió a decir que no era un hombre de muchedumbres,
pero indefectiblemente tenía que llegar a ellas.
Su frente amplia,
su mirada soberbia y su intelecto particular también fueron testigos de
su propia miseria personal. El alcohol lo consumió a los 49 años
rozando así el medio siglo de existencia. Pudo haber ganado el Nobel, de
no haber muerto tan joven. Guía espiritual por su labor de ilustre
mago, dejó en el modernismo su vida entera, incluyendo la cirrosis que
terminó por oxidar su cerebro. El “sabio Debayle”, famoso médico
nicaragüense y amigo íntimo que no supo tratar su enfermedad a pesar de
su brillante paso por Francia, lo terminó de sepultar.
Nuestro
afrancesado Rubén le dio la vuelta al mundo para convertirse en el gran
cronista de su tiempo, un periodista con pluma de cacique y de príncipe a
la vez. Inglaterra, Francia, España, Argentina, Chile, etc.; Darío
trotaba por el mundo mientras se quemaba el hígado con coñac. De Phocas,
el campesino, uno de sus hijos que murió al poco tiempo de haber
nacido, quedó el testimonio de un padre arrepentido de haberlo traído al
mundo.
¿Por qué en Nicaragua celebramos tanto a Rubén si ni
siquiera lo leemos? Aristócrata del pensamiento, no existe una sola
fotografía donde Darío salga sonriendo. Juventud, divino tesoro, ya te
fuiste para no volver: “cuando quiero llorar no lloro, y a veces lloro
sin querer”.
————————————-El autor es escritor / grigsbyvergara@gmail.com.
Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo,
botón de pensamiento que busca ser la rosa;
se anuncia con un beso que en mis labios se posa
el abrazo imposible de la Venus de Milo.
Adornan verdes palmas el blanco peristilo;
los astros me han predicho la visión de la Diosa;
y en mi alma reposa la luz como reposa
el ave de la luna sobre un lago tranquilo.
Y no hallo sino la palabra que huye,
la iniciación melódica que de la flauta fluye
y la barca del sueño que en el espacio boga;
y bajo la ventana de mi Bella-Durmiente,
el sollozo continuo del chorro de la fuente
y el cuello del gran cisne blanco que me interroga.
DdA, XII/3181
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