Antonio Aramayona
Cuando el profeflauta motorizado tenía diez
años abandonó la ciudad y marchó a las montañas. Allí gozó de su espíritu y de
su soledad y durante muchos años no se cansó de hacerlo. Durante aquellos años
su corazón se fue transformando, y una mañana, levantándose con la aurora, el
profeflauta motorizado bajó de las montañas sin encontrar a nadie y tan pobre
como había subido años antes.
Cuando llegó a los bosques encontró a un anciano
que había abandonado su choza para buscar raíces en el bosque, que exclamó: Profeflauta motorizado, te noto cambiado. Has despertado,
¿qué quieres hacer ahora entre los que duermen? ¿Qué haces tú, ya bajado de las
montañas? ¿Qué regalo nos traes?
El profeflauta motorizado respondió: ¡Qué podría yo daros a ti y a tu gente! Nada tengo para
vosotros. Tengo lo que ya tienes: el mundo entero, con todos sus insectos y
galaxias, sus océanos y bacterias. Pero no amáis el mundo, lo despreciáis:
queréis vestirlo de transitorio e imperfecto. Nada tengo para ti, anciano, solo
quisiera robarte tus fantasías para arrojarlas al más voraz de los volcanes, y
que así tengas la oportunidad de dejar de ser candorosamente infeliz. Solo me queda
deciros que amo al humano y a lo humano. Y al perro y al áspid. Y al roble y al
cerezo. El rayo, el pájaro y la amanecida me hablan. Escucho el murmullo de
todo, sobre todo su silencio. Son lo que son, disfrutan cuando pueden y saben
que vienen de lo oscuro y volverán a lo oscuro. Escucha, escucha, anciano, la
carcajada cósmica de todos ellos cada vez que hablas de tus dioses y te admiras
de la perfección del universo. En el principio, era el tedio –repiten. Déjalos
en paz, deja que mueran también en paz.
Y así se separaron, riendo como ríen dos muchachos.
Mas cuando el profeflauta motorizado estuvo solo, habló así a su corazón: ¡Será posible! ¡Este viejo santo en su bosque no ha oído
todavía nada de que dios ha muerto!
¿De qué dios
hablas? –le preguntó una ardilla que había contemplado la
escena desde la rama de un árbol. El profeflauta motorizado subió hasta la rama
y habló a la ardilla: Hablo del gran ladrón del
mundo: esquilma a sus adoradores la tierra de donde proceden y donde acaban
fundiéndose. Es la gran creación de sus criaturas. Tú y yo y todos somos hijos de eucariontes perdidos en
la noche de los tiempos, eslabones dentro del proceso evolutivo del cosmos,
ráfagas de polvo de estrellas que morimos por la misma razón que nacemos: sin
motivo. Somos pulsiones vitales que flotan en el azar, somos necesidad de
supervivir, afán de vivir. Somos voluntad de poder, expansión de nosotros
mismos en cueros, no porque queramos someter o dominar al más débil, sino
porque sabemos que la vida solo es vida si la afirmamos con todas nuestras
fuerzas, con fiereza, sin claudicaciones. ¿Cuándo descubriremos que somos pura
voluntad de poder? La voluntad de poder es el despliegue de la vida misma en
todas direcciones. Anhelo el nacimiento de la humanidad del futuro, amante
ilimitada de la tierra y de la vida. Acabemos con la moral de los obedientes,
abracemos con todas nuestras fuerzas la moral de los que solo quieren ser
dueños de sí mismos. La nueva humanidad habrá nacido entonces.
¡Cuánta razón
tienes, profeflauta motorizado!, exclamó una hormiga que pasaba por allí, que
continuó: Conozco esa imperiosa sensación de poder,
mas también su antítesis: el complejo de poder, la voluntad de dominio y de
sometimiento, que pretende por todos los medios aparentar poder, pero que
revela una carencia del poder creador de la vida. Quien realmente es poderoso,
y se sabe tal, no se somete, se quiere independiente, a la vez que no aspira a
someter a nadie, pues quiere que todos sean tan independientes como él.
Realmente poderoso es quien se hace uno con la tormenta y la explosión de una
supernova, con el nacimiento del ternero y el aplastamiento de una flor bajo la
pezuña de un rumiante, el que se siente capaz de crear, el que dice sí a la
vida. Los que quieren asfixiar la auténtica voluntad de poder son los
dictadores, los déspotas, los envidiosos, los dogmáticos: desconfían de su
poder, de su saber y de su obrar; desconfían de que los demás sí puedan, sepan
y obren. De ahí que recurran a privar a los demás del infinito poder que llevan
dentro. Son como el perro del hortelano: ni comen ni permiten comer, sólo
privan de cualquier cosa, a fin de conservar así su falso poder,
dijo finalmente la hormiga antes de proseguir su camino.
Cuando el profeflauta motorizado llegó a la primera
ciudad, situada al borde de los bosques, encontró reunida en el mercado una gran
muchedumbre, pues estaba anunciada la exhibición de un volatinero en Tele15. Y
el profeflauta motorizado habló así al pueblo: Yo deseo
hablar del logro de nuestra propia humanidad. Simplemente vivir es algo que
debe ser superado. ¿Qué habéis hecho para superarlo? Todos los seres han
producido hasta ahora algo por encima de sí mismos, se han superado a sí
mismos; ¿Queréis ir en contra de ese gran flujo y retroceder al animal más bien
que superar al hombre? Algunos curiosos, divertidos, comenzaron a
chancearse del profeflauta motorizado: No estamos
ya para cuentos de Superman. No tenemos ya edad para tebeos y superhéroes.
Déjanos ver tranquilos este programa de Tele15, pero el profeflauta
motorizado continuó hablando como si no oyera otra cosa que el maullido de unos
gatos sobre los tejados: El logro de vuestra propia
humanidad es el sentido de la tierra. Permaneced fieles a la tierra y no creáis
a quienes os hablan de de mundos extraterrenales. Son envenenadores. Manifestad
vuestro hartazgo de Sócrates y Platón, de Buda y Jesucristo, de Mahoma y
Sun-Myung Moon. No estamos reducidos pasivamente a una ciega evolución, sino
abiertos al devenir de su futuro. Podemos superarnos, crear valores creadores,
y orientarnos en nuestra propia evolución. Somos algo inacabado, somos un
puente, no un objetivo. Yo quiero enseñar a cada ser humano el sentido de su
ser: el relámpago de una nube oscura que es el humano. No os dejéis llevar por
la fantasía: el logro de vuestra propia humanidad no es ciencia ficción ni una
raza futura, al estilo de extraterrestres, sino un punto de referencia en el
horizonte: es el gran deseo que late dentro de nosotros y que podemos compartir
con todos los restantes deseos limpios del mundo.
Salió entonces a su paso el cura del pueblo,
diciendo: No seas blasfemo. Ya tenemos nuestros
propios dioses. Somos su pueblo elegido. Pero el profeflauta
motorizado le respondió: ¿Podéis crear un dios? No
sigáis mintiéndoos con las rodillas clavadas en el barro de la tierra,
postrados ante el humo y ante la niebla. Podéis crear un dios, y entonces
reconoceros así ante el espejo. Podéis convertiros en padres y antepasados de
ese humanidad nueva, llevar a cabo así vuestra mejor creación. Hasta ahora
teníais como máximo delito el delito contra dios, que llamáis pecado. Pero lo
más horrible es delinquir contra la tierra, asfixiar el sentido de la tierra
con humo y con engaños.
¡Calla de
una vez y que salga ya el volatinero de Tele15!, gritó alguien
desde la taberna. El profeflauta motorizado contempló al pueblo y sus ojos se
llenaron de preguntas. Luego habló así: Cada persona
es una cuerda tendida entre el animal y el logro cabal de su propia humanidad,
una cuerda sobre un abismo. Un peligroso pasar al otro lado, un peligroso
caminar, un peligroso mirar atrás, un peligroso estremecerse y pararse. La
grandeza de cada persona reside en ser un puente y no una meta: lo que en cada
una se puede amar es que es un tránsito y un ocaso.
Entonces ocurrió algo que hizo callar todas las
bocas y quedar fijos todos los ojos: el volatinero había aparecido en la
pantalla y caminaba sobre la cuerda, tendida entre dos torres, colgando sobre
el mercado y la plaza del pueblo. De improviso, el volatinero perdió el
equilibrio, por lo que todos huyeron, apartándose y atropellándose. El profeflauta
motorizado, en cambio, permaneció inmóvil, y justo a su lado cayó el
volatinero, no muerto todavía. Al poco tiempo recobró la consciencia y vio al
profeflauta motorizado arrodillado junto a él. ¿Qué
haces aquí?, preguntó. Quiero decirte,
le respondió el profeflauta motorizado, que tu vida
ha sido digna y digna ha de ser también tu muerte. Puedes y debes morir
dignamente. Eres libre para proclamar que eres libre. Grita ahora entonces que
nadie es dueño de tu vida y de tu muerte.
Apenas pudo decir el volatinero: Gracias, amigo,
compañero. Y nada más pudo añadir, pero movió la mano como si
buscase la del profeflauta motorizado para poder regalarle su último latido.
El profeflauta motorizado caminó durante dos horas
a la luz de las estrellas, y en medio del bosque, donde ningún camino se abría
ya ante él, colocó al volatinero muerto en un árbol hueco a la altura de su
cabeza, pues quería protegerlo de los lobos, y se acostó sobre el musgo del
sueño. Duerme, volatinero, dijo, y
enseguida se durmió también él, cansado su cuerpo, e inmóvil su alma.
El sol brillaba alto cuando un niño lo despertó. He escuchado tus palabras en el pueblo, mientras mi padre
bebía para olvidar y mi madre escanciaba su copa. Desde entonces no he podido
dormir ni comer, y mi corazón brinca y brinca, pues me has dejado conmovido,
dijo a modo de saludo. El profeflauta motorizado asintió, sonrió y comió con él
algunas moras de la vereda del camino. Después, dijo: Por tres transformaciones del espíritu has de pasar: cómo tu
espíritu se convierte en camello, y el camello en león, y el león, por fin, en
niño. Carga como el camello con lo más pesado y que la fortaleza te regocije.
Como el camello que corre al desierto con su carga, que así también corra tu
espíritu a su desierto. Allí, en lo más solitario de ese desierto, podrás
transformarte en león que quiere conquistar su libertad como se conquista una
presa y ser señor en su propio desierto. Allí buscarás a tu último señor, ahora
contrincante y enemigo, de nombre ‘tú debes’, mientras el espíritu del león
dice ‘yo quiero’. Enorme batalla se librará entre ‘tú debes’ y ‘yo quiero’, y
vencerá el león, libre ya para un nuevo crear. Pero dime, ¿qué es capaz de
hacer el niño que ni siquiera el león ha podido hacer? ¿Por qué el león tiene que
convertirse todavía en niño? Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo,
un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un
venerable decir sí. Escúchame, niño, no lo olvides nunca: por tres
transformaciones del espíritu has de pasar: camello, león, y por fin, niño.
¿Cómo te
llamas, niño?, preguntó, para concluir. Profeflauta motorizado, respondió el niño. Como yo..., musitó el profeflauta motorizado.
Dejó de comer entonces moras el niño y por su boca
salieron palabras extrañas: Valorar es crear,
dijo, huiré del adiestramiento del esclavo y del
sometido a manos del decadente. Hincaré mis dientes en la fofa carne de la
moralina, la haré trizas, seré creador de los valores de ese hombre que ama la
libertad sobre todas las cosas. Lucharé sin tregua contra los negadores de la
vida, contra los resentidos de la vida, contra los acomplejados de la vida,
contra esas tarántulas que oprimen, anulan y adormecen, sin permitir que surja
y mande el logro cabal de mi propia humanidad, de aquello que me hace realmente
humano.
Entonces ocurrió que de repente el profeflauta
motorizado sintió que en él había entrado el mundo entero y que en unos
instantes estallaría en infinitos pedazos. ¿Qué me
ocurre?, exclamó el profeflauta
motorizado en su asombrado corazón, y lentamente se dejó caer sobre una gran
piedra. Mientras movía las manos hacia la copa del árbol que lo cobijaba, le
ocurrió algo aún más raro: su mano se posó sobre una espesa y cálida melena y
al mismo tiempo resonó delante de prolongado rugido de león. La señal llega, dijo el profeflauta
motorizado, y su corazón se transformó y latió como el del niño que seguía a su
lado.
Así habló el profeflauta motorizado al final de su
caminar. La felicidad no es una meta, sino la
consecuencia de lo que hemos hecho con y de la vida. Por eso podemos decirnos
finalmente: todo ha merecido la pena. Vivir es Convivir. Luchar por algo
valioso con otros. Compartir el sol, el agua, el pan y el aire. Agradecer la
palabra y el silencio. Extasiarse con la caricia. Residir en la mente y en el
corazón ajeno. Recitar poemas que alivian la fiebre. Contar cuentos de final
feliz. Y sonreír en la fiesta, el placer y la alegría, también en el dolor, el
espanto y la zozobra.
Así habló el profeflauta motorizado...
DdA, XII/3196
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