Ilustración: Alfonso Blanco
Antonio Aramayona
Francisco Mora, neurocientífico y catedrático de Fisiología Humana en la Complutense de Madrid y en Iowa, nos invita en su libro El yo clonado
a colocarnos ante el espejo en una situación algo insólita: contemplar
nuestra cara en el espejo a los setenta años tras no haberla visto desde
que teníamos veinte. La impresión emocional no solo sería mayúscula
ante la visión de un ser extraño, aviejado y deteriorado, sino que
probablemente no nos reconoceríamos, pues nos habríamos quedado con la
imagen guardada cuando teníamos veinte años.
El hecho es que cada
día nos miramos varias veces en algún espejo, aun sin el menor asomo de
narcisismo: vamos al cuarto de baño por la mañana, encendemos la luz y
la mirada se dirige generalmente al espejo, donde nos miramos también al
cepillarnos los dientes, afeitarnos, maquillarnos, lavarnos las manos,
peinarnos, etc. De paso, nos reconocemos y vamos sedimentando nuestra
identidad, a la vez que integramos cada día los cambios, la cara
ensanchada o alargada con los años, las arrugas, las cicatrices y las
huellas del tiempo en esa identidad que queremos expresar cuando decimos
"yo".
El espejo atestigua silenciosamente el paso del tiempo
sobre nosotros. Sin embargo, también la mirada de los demás y hacia los
demás cumple esa función. La mirada ensambla la imagen guardada del
amigo en pleno vigor y juventud o del compañero con el que jugábamos con
la imagen de ese amigo o ese compañero por el que el tiempo ha ido
dejando también huellas profundas. Nos sorprendemos de su imagen cuando
llevamos mucho tiempo sin verlo y algo similar producimos cuando los
demás nos ven tras un prolongado periodo de tiempo y su mirada se
detiene en nuestra cara, nuestra piel, nuestras manos o nuestras canas.
Nos
volveríamos locos si no nos identificásemos ante el espejo, si no
lográsemos reunir en una sola identidad la imagen de nuestra madre joven
y esa madre anciana que ahora tenemos ante los ojos. Seríamos unos
inadaptados si no aceptásemos que también los demás observan todo lo que
hemos ido cambiando a lo largo de los años. Hay personas que viven en
la ficción de que el tiempo se ha detenido y han obtenido el secreto de
la eterna juventud. De paso, se aplican pociones mágicas anti-edad y
actúan como si su vida hubiese conseguido una prórroga sin término. Para
esas personas mirarse en el espejo puede llegar a ser una tortura, a la
vez que un ejercicio diario de negación de lo que ven.
Por
eso mismo buscamos gente en nuestro entorno que nos devuelva con su
mirada la imagen apetecida. Las amistades y los colegas con quienes nos
relacionamos no vienen desde el azar, sino desde la necesidad de quedar
recíprocamente reflejados según nuestros deseos en la mirada del otro.
En cada situación los demás nos devuelven una determinada identidad, que
podemos aceptar o rehuir, y por esa misma razón los demás nos buscan o
nos evitan, e incluso nos ensalzan o denigran. Al final el mundo es un
inmenso poliedro de espejos en cuyas superficies nos vemos reflejados,
aunque también podemos sucumbir a la tentación de cerrar los ojos o
dirigir la mirada solo hacia donde no creamos dañadas nuestras
conveniencias.
Hay otro espejo, interior, sujeto también al
transcurrir del tiempo, desconocido para muchos por usarlo raramente. En
ese espejo la imagen reflejada son nuestras convicciones y valores,
nuestras horizontes y metas irrenunciables, nuestras posibilidades y
limitaciones. A veces se nos rompe ese espejo, pero podemos siempre
recomponerlo. En ese espejo recobramos la identidad más honda, la
serenidad y la quietud, la firmeza en la zozobra, la indulgencia que
alivia la fiebre, la palabra y el silencio, el placer y la alegría.
Está
acabando un año y empezando otro. Repetiremos un año más la ficción de
que nos es posible borrar a discreción los fantasmas pretéritos y
confiar en que el año por empezar será venturoso y nuevo, pero los
espejos serán los mismos: la mirada del otro, nuestra mirada hacia el
mundo y los demás, la mirada en el espejo de cada día en el cuarto de
baño de casa. Incluso alguno se adentrará en su espejo interior y
contemplará allí los daños, los logros, las heridas abiertas y los
tesoros que siguen latiendo dentro y confiriendo a sí mismo la identidad
más veraz, en ocasiones también dolorosa.
Empieza otro año y te
deseo cordial y sinceramente que los demás te asocien a un espejo amable
y acogedor, que cuentes con muchos espejos amigables y cálidos, que
busques cada día contemplarte con sosiego y sin prisas en ese espejo
interior que debes procurar que no mienta, que no castigue y sobre todo
que también te acaricie cuando lo necesites.
El Huffington Post DdA, XII/3173
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