Julián Casanova
La
CEDA fue primer partido de derecha de masas de la historia de España.
Se creó en febrero de 1933, como gran paraguas político del catolicismo y
de los intereses más conservadores frente a la República. La CEDA
encauzó intereses muy variados, desde los de los pequeños propietarios a
los de un sector de la oligarquía agraria y financiera.
Dominado y dirigido por grandes terratenientes, sectores
profesionales urbanos y muchos ex carlistas que habían evolucionado
hacia el “accidentalismo”, ese primer partido de masas de la historia de
la derecha española se propuso defender la “civilización cristiana”,
combatir la legislación “sectaria” de la República y “revisar” la
Constitución.
Tras la derrota en las elecciones de febrero de 1936, la CEDA inició
un proceso de acercamiento definitivo a las posiciones autoritarias, que
era muy visible desde hacia ya meses en sus juventudes, en el lenguaje y
saludo fascista que utilizaban y en los uniformes que vestían. Esas
elecciones marcaron el fin del “accidentalismo” en el movimiento
católico. Cuando esa “revisión” de la República sobre bases corporativas
no fue posible efectuarla a través de la conquista del poder por medios
parlamentarios, objetivo que compartían Gil Robles y la jerarquía de la
Iglesia católica, comenzaron a pensar en métodos más expeditivos.
A partir de la derrota electoral de febrero de 1936, todos captaron
el mensaje: habían que abandonar las urnas y tomar las armas. El
lenguaje integrista, el del “derecho a la rebeldía”, al que había
apelado ya en un libro de 1934 el canónigo magistral de Salamanca
Aniceto Castro Albarrán, el de una rebelión en forma de cruzada
patriótica y religiosa contra la República atea, ganó adeptos. Las
Juventudes de Acción Popular engrosaban las filas de Falange: alrededor
de quince mil afiliados se pasaron de una organización a otra, y Gil
Robles secundaba en las Cortes la violencia verbal y antisistema de José
Calvo Sotelo.
Tras la muerte de Franco, todos los intentos de crear partidos de
derecha para mantener el orden y los privilegios dentro de la nueva
situación, se encontraron con el reto de cómo deshacerse del pasado y
acercarse a las posiciones más moderadas y democráticas. La sombra del
autoritarismo, la ausencia de tradición democrática, la adhesión a
valores morales reaccionarios, pesaron como una losa. La derecha que
había salido del vientre del franquismo y de Fraga envejeció, sin apenas
escisiones, sin ultraderecha a su derecha, envuelta en escándalos de
corrupción y sin relevo generacional.
Eso
es lo que ofrece ahora Ciudadanos: jóvenes sin conexión con ese pasado,
sin vínculos con las oligarquías de siempre, sin contactos con la
corrupción, con un discurso sobre el orden y el Estado -poco Estado y
mucha libre competencia- que todos pueden asumir, bedecidos por los
grupos financieros y por la mayoría de los medios de comunicación. Una
gran operación casi gratis, después de tanto buscarla -recuerden a la
gran esperanza que fue para muchos Ruiz-Gallardón!!!-, pero ganada
también a pulso por Rivera y su equipo más próximo, surgida en medio del
conflicto entre España y Cataluña, en el marco de un contexto
excepcional de crisis institucional y política.
Nada de lo que pase en España el 20 de diciembre podrá quedarse al
margen de los acontecimientos en Europa, de la guerra en Siria, sobre la
que el nuevo gobierno y la sociedad española tendrán que decidirse, de
la crisis de los refugiados, de la corriente de ultraderecha y de
exclusión del otro que está barriendo a la mayoría de los países del
Este y cuyos vientos corren por Francia y por otros países occidentales
con derechas muy democráticas.
Cuando llegué hace unos meses a Budapest, parecía que Orban estaba
solo en su batalla contra el otro, el no cristiano y no europeo. Hoy, a
punto de despedirme y de regresar con Rajoy, mediados de diciembre de
2015, ya son muchos los que le siguen en otros países defendiendo
fronteras, nacionalismos estrechos y populismos eficaces.
DdA, XII/3154
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