¿Qué puede unir estos cuatro nombres y
precisamente por el orden del título, se preguntará el lector? No
constituyen un grupo evidente por sí mismo. Sí lo es cuando nos
aproximamos a él desde la perspectiva adoptada por el distinguido
académico de la Historia profesor Luis Suárez Fernández. Durante mi
reciente tournée por España he tenido tiempo para leer una buena parte
del libro, todo calentito, al que me he referido en el anterior post.
Confieso que he terminado desechándolo. Me imaginé que lo haría al leer
las dos primeras páginas de texto. No obstante, las impresiones
iniciales suelen engañar. No es este el caso.
Ángel Viñas
Al
comienzo del tercer párrafo del texto de tan magna obra –y no más
tarde– el lector puede llevarse un susto mayúsculo. Nuestro autor
advierte coincidencias y disensiones entre Franco y Hitler. No podría
estar más de acuerdo pero ¿cuáles son? La respuesta se da a dos niveles.
El primero es absolutamente banal. Uno murió en la cama. El otro se
suicidó en Berlín. Nadie podría objetar nada a tales afirmaciones,
totalmente de cajón.
Es en el segundo nivel en donde empiezan las bromas. Escribe tan eximio autor: “La más importante de las divergencias, según la documentación fehaciente,
se halla relacionada con la religión. Hitler era un materialista
dialéctico, derivado hacia el racismo, pero el Holocausto tenía también
derivaciones religiosas”.
Se impone un STOP
en mayúsculas y en rojo. ¿Habré leído bien? ¿Dónde se encuentra esa
“documentación fehaciente” que he puesto en itálicas y que demuestre el
materialismo dialéctico de Hitler?. Ya se me han olvidado muchas
lecturas de mis años mozos cuando, alevín de economista, quería
especializarme en las economías de dirección centralizada. Todavía
recuerdo que el DIAMAT (según el acrónimo habitual) constituía la base
filosófica fundamental de la interpretación oficial del marxismo en el
Estado soviético. Uno puede detectar similitudes técnicas y operativas
entre las dos dictaduras pero ¿también en el plano de las ideas
esenciales? Naturalmente no cabe pedir al profesor Suárez que salte de
la filosofía predominante en la época medieval a la marxista pero un
mínimo de conocimientos se supone para ingresar en la Real Academia de
la Historia. Por si acaso podría darse una vuelta por la biblioteca de
la Escuela Diplomática o enviar a alguien. En ella se encuentran
numerosos volúmenes, en tres o cuatro idiomas y entre ellos lógicamente
en alemán, que regalé en materia de filosofía, historia, política y
economía de la URSS y de los entonces llamados países del Este. Más
prosaicamente, y con toda facilidad, podría ojear también la entrada
“materialismo dialéctico” en Wikipedia, versión española o inglesa.
Me llena de perplejidad, estupor, desazón y asombro
que nuestro eminente autor afirme con toda seriedad que Hitler “derivaba
hacia el racismo”. Servidor trató de leer Mein Kampf cuando
preparaba mi tesis doctoral allá por los primeros años setenta del
pasado siglo (tras obtener el correspondiente permiso de la biblioteca
de la Universidad de Bonn). Recuerdo perfectamente que a su autor no le
subyacía una tendencia hacia el racismo. Era racismo puro y duro.
Existen, por cierto, numerosas ediciones completas de Mein Kampf
en varios idiomas que pueden obtenerse fácilmente por Internet. He
manejado con frecuencia la versión en inglés a la espera de que el año
que viene se publique la edición comentada por el Instituto de Historia
Contemporánea de Munich. Para numerosos autores, de los que nuestro
ilustre académico no cita uno solo, es casi imposible explicar
coherentemente mucho de la política interior y exterior de la dictadura
nacionalsocialista si no se hace referencia a tal orientación
fundamental. No olvido, por lo demás, que eminentes autores,
confrontados con el mal absoluto que fue la Shoah, han desarrollado enfoques teológicos para explicar lo inexplicable: ¿cómo permitiría el Señor que tamaña atrocidad ocurriese?
Ahora llegamos a Franco. Afirma nuestro ilustre
historiador que el dictador español se sometía “a la obediencia del
Vaticano” y aduce que el Vaticano fue el “primero en condenar
doctrinalmente el nazismo” en la encíclica de Pío XI Con ardiente angustia (Mit brennender Sorge). Ergo, Franco también lo condenaría (lo cual está por ver).
Sin embargo la afirmación principal bien merece una
diminuta acotación. Si Franco, católico practicante (no en vano se
autotituló “por la Gracia de Dios”), se sometió a tal obediencia,
¿habría que trasladar al Estado vaticano una parte de responsabilidad
por la brutal, desatada y mortífera represión que practicaron Franco y
su dictadura durante tantos años? ¿O quizá debiéramos concluir que el
Vaticano no pudo, no quiso o no supo domesticar a su amado hijo?
La segunda afirmación también merece una acotación
algo menos especulativa. No en vano el profesor Suárez tiene una cierta
tendencia a planear sobre los hechos y a no penetrar en lo que hubo
detrás. De haber leído algo de la génesis de la famosa encíclica quizá
hubiese podido informar a sus lectores que salió a la luz un pelín tarde
(no se leyó en los púlpitos alemanes hasta el 21 de marzo de 1937), que
diluyó considerablemente todos los trabajos preparatorios llevados a
cabo en el Vaticano en unos textos muchísimo más duros, que incomodó
grandemente al secretario de Estado cardenal Pacelli (el posterior Pío
XII no quería antagonizar a Hitler) y que Pío XI, quizá un tanto
asustado, procuró evitar que al menos los periódicos italianos no
interpretaran la encíclica como una denuncia del nazismo sino como un
alegato en defensa del concordato que Pacelli había negociado cuando era
nuncio en Alemania.
Me permito, pues, sugerir a nuestro alabado autor que eche un vistazo al libro de David I. Kertzer, The Pope and Mussolini,
donde podrá encontrar un trabajo bien hecho, con referencias archivales
adecuadas y una metodología investigadora que él no sigue. Trata de las
relaciones entre el Vaticano y las dictaduras fascistas en los años
anteriores a la guerra europea. Con ello podría quizá ponerse en
ambiente.
Comprendo que estas pequeñas acotaciones puedan
parecer exageradas pero en la página tercera de su texto el profesor
Suárez afirma que “son los hechos los que cuentan”. Pues bien, solo
mencionaré uno que llevaría al suspenso inmediato del alumno que lo
hubiese escrito en el caso de haberse examinado con servidor.
En un intento de explicar el proceso de
internacionalización inicial de la sublevación (plagado de errores más o
menos gordos), el profesor Suárez ha hecho un descubrimiento por el que
merecería que se le aumentara su, sin duda, numerosa colección de
“chapitas”. A la luz de tal hallazgo, uno podría temer que gran parte de
lo que se ha escrito sobre el tema debiera revisarse.
En contexto: al explicar las intenciones que movieron
a Mussolini a ayudar a Franco, el profesor Suárez, apegado a los
“hechos”, no siente la necesidad de especular acerca de las razones que
pudieron llevar al Duce a autorizar la venta, el 1º de julio de 1936, de
moderno material aéreo para quienes iban a sublevarse.
El ha encontrado un matiz (¿no especulativo?) que aclara con estas palabras que transcribo en itálicas: “El
Duce esperaba obtener (…), junto al prestigio de sus divisiones
vencedoras en la guerra, la anulación del acuerdo entre Léon Blum y el
gobierno de la República que autorizaba a Francia a usar suelo español
en caso de guerra con Italia” (p. 47).
¡Plaf! Se me cae el cielo encima. ¿Qué es ese
acuerdo? No lo cita nadie. ¿Quién lo firmó? ¿Pasó por Cortes? ¿Dónde
está la referencia? ¿En qué contexto pudo hacerse? ¿Antes de la
sublevación de julio de 1936? Son preguntas pertinentes que no se le
ocurren a nuestro estimado autor. No hay que subrayar demasiado que un
acuerdo de tal tipo habría sido difícil porque el Gobierno Blum llevaba
actuando solo mes y medio y las políticas francesa y española en el
plano interior y exterior han sido investigadas pormenorizadamente. ¿Se
firmó tal vez más tarde, tras la sublevación militar? Decenas de
historiadores franceses, ingleses, españoles, norteamericanos, alemanes,
italianos, etc. han estudiado con lupa las relaciones hispano-galas
durante el Gobierno Blum y no han encontrado nada de tal suerte. Por
cierto, ya que presuntamente el profesor Suárez ha trabajado en archivos
italianos, ¿podría decirnos dónde ha encontrado documentadas las
motivaciones del Duce?
Concluyo, salvo prueba en contrario nuestro
distinguido autor puede aportar en cualquier momento, que su afirmación
es una broma. De naturaleza generalizable.
Había albergado la intención de destacar algunos
otros ejemplos señeros. Son demasiados. Renuncio a dar un repaso en
profundidad a los errores fácticos y conceptuales que salpican su obra.
Solo convencerá a los convencidos y, más particularmente, a quienes
tanto siguen admirando, como él ha dicho, el genio inmarcesible del
Caudillo. De todas formas, si los lectores están interesados, puedo
volver a la carga.
¡Ah! Espero que no vean en estas líneas crítica “ideológica” alguna. Yo sí me atengo a los hechos. A otros hechos.
DdA, XII/3145
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