Dentro de poco se abre una
legislatura sin mayorías absolutas en la que asumimos que tendremos que
dialogar también con nuestros adversarios políticos para concretar
constitucionalmente los acuerdos para un nuevo compromiso histórico.
Pablo Iglesias
El pasado 6 de diciembre, en el 37º aniversario de la Constitución del 78, celebramos un evento histórico.
Por la mañana, en un acto protocolario en el Congreso de los Diputados,
habíamos escuchado al presidente de la Cámara, Jesús Posada, manifestar
su preocupación por la ruptura de España y blandir el texto
constitucional como límite a cualquier cambio. Por la tarde, en el
Círculo de Bellas Artes de Madrid, presentamos un llamamiento al cambio
constitucional. En actos simultáneos desde Las Palmas, Santiago de
Compostela, Barcelona, Valencia y Madrid tomaban la palabra la
magistrada en excedencia y candidata Victoria Rosell; Xosé Manuel
Beiras, figura histórica del socialismo soberanista gallego; la
alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, y la vicepresidenta de la Comunidad
Valenciana, Mónica Oltra.
Cinco rostros y cinco ciudades para
presentar cinco grandes acuerdos para el futuro; cinco garantías para
una Constitución que asegure un nuevo marco de convivencia y prosperidad
a las gentes y pueblos de nuestro país.
La crisis económica en
España desnudó los límites del modelo de desarrollo pilotado por las
élites; un desarrollo económico basado en burbujas especulativas, el
ladrillo y la desindustrialización, que formó la base estructural de la
corrupción política. La degradación de los servicios públicos y de los
derechos sociales junto a la corrupción permitieron que se rompiera el
gran acuerdo de la Transición que aseguraba la igualdad de oportunidades
y una mínima prosperidad para las mayorías sociales.
La gestión
de la crisis a través de recortes sociales (que han provocado que
aumente la desigualdad amenazando los derechos humanos), la corrupción
convertida en forma de gobernanza, las interferencias políticas en la
justicia y los enormes déficits democráticos derivados tanto del
inmovilismo de las élites como de un sistema electoral con
circunscripciones anacrónicas y límites absurdos a la participación
ciudadana, requieren de cambios constitucionales de calado.
A
ello se une la insatisfacción generalizada con un modelo territorial que
tal vez sirvió para salir del paso hace 35 años, pero que también se ha
quedado obsoleto. El crecimiento sin precedentes del independentismo en
Cataluña es, en gran medida, una respuesta a la cerrazón inmovilista de
quienes no entendieron que España es un país plurinacional que requiere
de encajes territoriales nuevos que se basen en la libre voluntad de
las gentes y pueblos de nuestro país.
El movimiento 15-M inició
una nueva Transición creando una nueva gramática política que sentó las
bases para el cambio. Esa fuerza del cambio que despertó en las plazas
fue despreciada inicialmente por las élites políticas que no supieron
ver que el magma que se había asentado en el subsuelo de nuestra
sociedad era más intenso si cabe que la voluntad de cambio de los
españoles en el tardofranquismo.
Aunque no se expresara con los
mismos códigos ni en las mismas frecuencias ideológicas, el lenguaje del
15-M que impregnó la vida española encarnaba lo mejor de las
tradiciones democráticas y de luchas sociales en España. En aquel
imponente movimiento que cambió nuestro país renacían las aspiraciones
de prosperidad, libertad y justicia social que tantas veces se
expresaron en nuestro país en los últimos 150 años.
Podemos ha
sido la expresión (que no la representación) político-electoral más
obvia de aquel magma de cambio, pero el mismo ha afectado a todos los
actores políticos que han tratado, con mayor o menor éxito, de vestir
las nuevas ropas de la regeneración.
Sin embargo, Podemos, como
expresión de esos anhelos y del protagonismo ciudadano y de la sociedad
civil, no bastaba para el cambio. Era necesario construir una fuerza
política plurinacional con capacidad para aliarse en pie de igualdad con
otras fuerzas políticas y otros sectores que representan la pluralidad
consustancial a un país como el nuestro.
El llamamiento del día
6, al expresar la idea de fraternidad en términos políticos y
electorales, es por ello histórico. Habría que remontarse a la
Transición para recordar un momento de encuentro semejante. Nuestra
candidatura no solo puede ganar las elecciones sino que puede ser
también la superación del inmovilismo que amenaza con perpetuar el clima
de sordera y enfrentamiento.
Dentro de poco se abre una
legislatura sin mayorías absolutas en la que asumimos que tendremos que
dialogar también con nuestros adversarios políticos para concretar
constitucionalmente los acuerdos para un nuevo compromiso histórico.
Los ejes de ese nuevo compromiso que propusimos al país el pasado 6 de
diciembre creemos que son la expresión de una voluntad constituyente que
ya existe en España.
En primer lugar: democracia real
representativa, igualitaria y participativa. Hace falta reformar el
sistema electoral y garantizar la posibilidad de que, en caso de
incumplimiento flagrante del programa, el presidente del Gobierno se
someta a la evaluación de los ciudadanos a mitad de mandato.
En
segundo lugar: justicia independiente. Hay que despolitizar el Tribunal
Constitucional y garantizar de esa manera la participación ciudadana en
la elección de los órganos de gobierno de los jueces.
En tercer
lugar: garantías constitucionales contra la corrupción. La Constitución
debe prohibir las puertas giratorias entre los Consejos de Ministros y
los consejos de administración de empresas estratégicas.
En
cuarto lugar: blindaje constitucional de los derechos sociales y
medioambientales que deben tener el mismo reconocimiento que los
derechos civiles y políticos.
Y por último, reconocimiento de la
plurinacionalidad de nuestro país y del derecho a decidir. El referéndum
es una fórmula democrática adecuada para que las catalanas y catalanes
decidan su encaje en España.
Las próximas elecciones del 20 de
diciembre no son una cita electoral más; son un momento crucial de la
nueva Transición que vive nuestro país. El momento histórico que estamos
viviendo requiere de un nuevo compromiso que esté a la altura del
esfuerzo de las generaciones anteriores y que haga a las gentes y
pueblos de España protagonistas del futuro.
Se conoce que ya no está Inda en El Mundo y el diario se puede permitir algo más de objetividad a la hora de valorar las noticias. Para quienes tengan demasiado en cuenta las encuestas al uso,
PUNTOS DE PÁGINA
Se conoce que ya no está Inda en El Mundo y el diario se puede permitir algo más de objetividad a la hora de valorar las noticias. Para quienes tengan demasiado en cuenta las encuestas al uso,
estas imágenes puede dar idea de lo que está pasando y no consta en esas encuestas pero sí en los aforos y en las audiencias.- Lazarillo
El País DdA, XII/3151
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