Lazarillo
Lo han venido repitiendo desde el presidente de la República francesa hasta el primer ministro Valls, pasando por no pocos medios de información y diarios que han inscrito en sus portadas la palabra guerra. No hay nada más desacertado que propalar a voz en grito que Francia está en guerra. Primero, porque la guerra estaba y está en Siria, y en ello no tiene ninguna responsabilidad el pueblo que la padece desde hace cuatro años con un cuarto de millón de víctimas mortales y cuatro millones de refugiados. Segundo, porque esa guerra -como la que en su día tuvo lugar en Irak tras la invasión de los ejércitos occidentales y sin que tampoco aquel pueblo tuviese ninguna culpa- es la que ha originado el terrorismo que acaba de cebarse en París. Valls ha dicho que existe la posibilidad de que se produzcan nuevos atentados en su país. Una ciudadana francesa, tal como nos cuenta José Antonio Bautista, dejaba escrito este rótulo junto a la sala Bataclan: "Dejen de decir que estamos en guerra, no lo estamos ni queremos estarlo". La guerra ya estaba en Siria y quienes la armaron lo saben y no pretenden arrepentirse. Antes al contrario. El gobierno francés está en guerra y su ministro del Interior prevé más terrorismo en Francia.
José Antonio Bautista
"A nuestros políticos: guerra no. Dejen de decir que estamos en guerra, no lo estamos ni queremos estarlo. No lo hagan en nuestro nombre”.
Una ciudadana colgaba esta frase muy cerca de la sala Bataclan, en uno
de los cientos de altares sin dios que han brotado en París durante el
fin de semana.
A poca distancia miles de personas se daban cita este domingo en la plaza de la República,
desafiando el Estado de emergencia decretado por el gobierno que
prohíbe cualquier tipo de manifestación pública. La célula humana allí
congregada cantaba Is this love, de Bob Marley; L´hymne de nos campagnes, del grupo francés Tryo; Aleluya, de Jeff Buckley. Igual que en enero, niños y viejos volvieron a postrarse para dejar flores y velas ante Marianne, la alegoría femenina del Liberté, Egalité, Fraternité de la República francesa.
Esa misma plaza, escenario por excelencia de todas las
manifestaciones sociales en París, estaba habitada hasta el jueves
pasado por emigrantes y refugiados, de esos que huyen de los mismos que
vinieron a causar dolor. Los sin techo aprovechaban la presencia de
árboles para anudar plásticos con los que protegerse de la lluvia. Pocas
ciudades ofrecen escenarios tan surrealistas como ese, con los
“invisibles” que diría Galeano durmiendo a la intemperie rodeados de
hoteles de lujo de estilo haussmaniano. La policía los expulsó
el jueves por la noche. Hoy me pregunto dónde se resguardaron del miedo y
el estruendo de las sirenas en la trágica noche del viernes, cuando el gobierno pidió que nadie saliera de casa.
A un cigarro de République está Belleville, barrio
de barrios en el distrito 10 en el que es posible disfrutar las
maravillas de China, Argelia, Turquía e Israel, entre otros, sin apenas
desplazarse. Cómica tragedia que una masacre como la del viernes tenga
lugar en el corazón multicultural de París, ejemplo fascinante y único
de la simbiosis cosmopolita que caracteriza a esta gran urbe, a pesar de
los pesares. Por cierto, Belleville fue un barrio español
tiempo atrás, cuando los españoles eran lo que hoy son los sirios y los
malos no eran los islamistas sino los comunistas.
Decir que el pánico no se apoderó de París este fin de semana
es mentir. Afirmar que el terror reina en la ciudad, también. Este
domingo por la tarde unos petardos (unos supuestos petardos)
interrumpieron los cantos en République y desataron el pánico. En Belleville y otros lugares de la ciudad el miedo prendió con rapidez, la misma con la que se apagó.
La gente volvió a la plaza a seguir expresándose con silencios y
cantos. Los miserables que perpetraron los ataques consiguieron sembrar
mucho pavor, pero tras el ruido inicial, lo que primero floreció fue el
coraje.
Ahora son “los buenos” los que vienen a sembrar miedo.
Llevan haciéndolo mucho tiempo, promoviendo guerras, alimentando a
quienes las crean y a sus fusiles “made in Europe”. Acaba de decirme el teléfono que Francia ha iniciado un bombardeo masivo sobre Siria.
Vivo en el barrio 11 de París, entre la antigua redacción de Charlie Hebdo y la sala Bataclan.
Me ha tocado lidiar con esas dos tragedias y sin duda tendré que volver
a aguantar a más enfermos de miedo crónico, también llamados xenófobos,
empeñados en convencerme de que el verdadero problema es Djamel, el anciano argelino de la tienda de ultramarinos.
Esta noche antes de volver a casa pasé por su tienda, la única
que abre hasta tarde. Tengo fresca la imagen de Djamel, bajito y menudo,
con el rostro desencajado sin saber cómo explicarme que su vecino y
amigo, el jefe de Les Cent Kilos, nuestro bar, murió acribillado en el local Belle Equipe, de
la calle Charonne. Djamel apenas tiene fuerzas para sostener su dolor
pero tendrá que encontrar energía donde no la haya para seguir mostrando su carnet de no terrorista, porque es musulmán.
Los muertos ya están camino del cementerio y en París empezamos una lenta y dolorosa digestión. Le robo una cita a Gerardo Tecé: “atención, que hay nuevas explosiones. Tranquilos, ahora es allí”.
La Marea DdA, XII/3132
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