miércoles, 18 de noviembre de 2015

MI AMIGO IBRAHIM


 Ojalá que Hollande no tenga que reconocer dentro de unos años las nefastas consecuencias de sus bombardeos actuales.
Esperanza Ortega

Siempre me ha gustado la Marsellesa; incluso en mi juventud revolucionaria, la prefería a la Internacional. La Internacional era un himno melancólico, que llevaba consigo el pasado de humillaciones e injusticias, en cambio la Marsellesa nos retrotrae al momento del primer impulso, cuando nos decidimos a saltar la muralla. Nada existe detrás, todo en ella es luz y esperanza. Por eso la Marsellesa no es sólo el himno de La France, sino el himno de la libertad, la igualdad y la fraternidad universal. ¿Lo cantará también Jean-Maríe Le Pen? Paradojas que tiene la vida, lo cantará igual que Napoleón mientras lanzaba a sus soldados a la muerte. Estos días pasados, mientras oía cantar la Marsellesa en esa ciudad de todos que es París, me acordé de  Ibrahim. Le conocí cuando ambos estudiábamos en la Universidad de Valladolid. Él estudiaba Medicina y yo Filosofía y Letras, pero me ayudó a aprobar el Árabe, que me había quedado pendiente. Cuando cerrábamos la Gramática de Oliver Asín, empezaba la clase más interesante. Me hablaba de Siria, su país de nacimiento, pues Ibrahim era panarabista y consideraba que su patria se prolongaba más allá de los límites de un solo país. Para nosotros era uno más de “los árabes”: palestinos, libaneses, egipcios… que formaban un nutrido grupo en la Universidad. Sus ideas no diferían de las nuestras, entre el socialismo y el anarquismo, y muy atentos al Mayo francés. Ibrahim nos preparaba dulces de miel, y nosotros le correspondíamos con meriendas de queso y  aceitunas, porque a él, que era tan laico como cualquiera de nosotros, el embutido de cerdo “le hacía daño a la vesícula”. Como a los vascos, que también abundaban, les echábamos en cara que todos fueran de sexo masculino. Pero al terminar cantábamos juntos la Marsellesa. ¿Qué habrá sido de Ibrahim y sus grandes esperanzas? Cuánta decepción y cuánta rabia correrá por sus venas, si es que ha sobrevivido. Nosotros tampoco somos ajenos a las tribulaciones, atentados como el del viernes en París lo corroboran. Aunque hay que reconocer que si los terroristas hubieran elegido una discoteca de Siria o de Irak –cosa imposible porque el ISIS prohíbe tales esparcimientos diabólicos-, los muertos no hubieran pasado de ser una anécdota que apenas hubiera ocupado minuto y medio en los informativos. ¿Y quién saca ventaja de este crimen?. La señora Clinton reconoció que los norteamericanos habían armado a los ayatolas para perjudicar a la Unión Soviética en Afganistán. Hace muy poco, Tony Blair admitió que la invasión de Irak trajo como consecuencia la radicalización del islamismo, ni el más ignorante ignora que Arabia saudita potencia a los radicales para perpetuarse en el poder. ¿Y quién vende ahora las armas al ISIS? ¿Quién compra su petróleo en el mercado negro? No lo sabe quien no lo quiere saber, pero seguro que no se trata de mi amigo Ibrahim. Aunque los misiles franceses descarguen sus bombas en  Raqa, la ciudad siria en poder de los bárbaros, el atentado se organizó en Bélgica. ¿Bombardearemos a los belgas también? Ojalá que Hollande no tenga que reconocer dentro de unos años las nefastas consecuencias de sus bombardeos actuales. Quien sigue tan ufano de su actuación es Aznar. Hace unos días nos escandalizó diciendo que la participación en la Guerra de Irak tuvo muchas ventajas para España. No hay nada como ser un desalmado para dormir tranquilo. Yo me pregunto ahora quién sacará ventaja de lo sucedido en París el viernes por la noche. Y solo veo seguro que entre los ventajistas no estará nunca mi amigo Ibrahim.


DdA, XII/3134

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