Ojalá que Hollande no tenga que reconocer dentro de unos años las nefastas consecuencias de sus bombardeos actuales.
Esperanza Ortega
Siempre me ha gustado la Marsellesa; incluso en mi juventud
revolucionaria, la prefería a la Internacional. La Internacional era un
himno melancólico, que llevaba consigo el pasado de humillaciones e
injusticias, en cambio la Marsellesa nos retrotrae al momento del primer
impulso, cuando nos decidimos a saltar la muralla. Nada existe detrás,
todo en ella es luz y esperanza. Por eso la Marsellesa no es sólo el
himno de La France, sino el himno de la libertad, la igualdad y la
fraternidad universal. ¿Lo cantará también Jean-Maríe Le Pen? Paradojas
que tiene la vida, lo cantará igual que Napoleón mientras lanzaba a sus
soldados a la muerte. Estos días pasados, mientras oía cantar la
Marsellesa en esa ciudad de todos que es París, me acordé de Ibrahim.
Le conocí cuando ambos estudiábamos en la Universidad de Valladolid. Él
estudiaba Medicina y yo Filosofía y Letras, pero me ayudó a aprobar el
Árabe, que me había quedado pendiente. Cuando cerrábamos la Gramática de
Oliver Asín, empezaba la clase más interesante. Me hablaba de Siria, su
país de nacimiento, pues Ibrahim era panarabista y consideraba que su
patria se prolongaba más allá de los límites de un solo país. Para
nosotros era uno más de “los árabes”: palestinos, libaneses, egipcios…
que formaban un nutrido grupo en la Universidad. Sus ideas no diferían
de las nuestras, entre el socialismo y el anarquismo, y muy atentos al
Mayo francés. Ibrahim nos preparaba dulces de miel, y nosotros le
correspondíamos con meriendas de queso y aceitunas, porque a él, que
era tan laico como cualquiera de nosotros, el embutido de cerdo “le
hacía daño a la vesícula”. Como a los vascos, que también abundaban, les
echábamos en cara que todos fueran de sexo masculino. Pero al terminar
cantábamos juntos la Marsellesa. ¿Qué habrá sido de Ibrahim y sus
grandes esperanzas? Cuánta decepción y cuánta rabia correrá por sus
venas, si es que ha sobrevivido. Nosotros tampoco somos ajenos a las
tribulaciones, atentados como el del viernes en París lo corroboran.
Aunque hay que reconocer que si los terroristas hubieran elegido una
discoteca de Siria o de Irak –cosa imposible porque el ISIS prohíbe
tales esparcimientos diabólicos-, los muertos no hubieran pasado de ser
una anécdota que apenas hubiera ocupado minuto y medio en los
informativos. ¿Y quién saca ventaja de este crimen?. La señora Clinton
reconoció que los norteamericanos habían armado a los ayatolas para
perjudicar a la Unión Soviética en Afganistán. Hace muy poco, Tony Blair
admitió que la invasión de Irak trajo como consecuencia la
radicalización del islamismo, ni el más ignorante ignora que Arabia
saudita potencia a los radicales para perpetuarse en el poder. ¿Y quién
vende ahora las armas al ISIS? ¿Quién compra su petróleo en el mercado
negro? No lo sabe quien no lo quiere saber, pero seguro que no se trata
de mi amigo Ibrahim. Aunque los misiles franceses descarguen sus bombas
en Raqa, la ciudad siria en poder de los bárbaros, el atentado se
organizó en Bélgica. ¿Bombardearemos a los belgas también? Ojalá que
Hollande no tenga que reconocer dentro de unos años las nefastas
consecuencias de sus bombardeos actuales. Quien sigue tan ufano de su
actuación es Aznar. Hace unos días nos escandalizó diciendo que la
participación en la Guerra de Irak tuvo muchas ventajas para España. No
hay nada como ser un desalmado para dormir tranquilo. Yo me pregunto
ahora quién sacará ventaja de lo sucedido en París el viernes por la
noche. Y solo veo seguro que entre los ventajistas no estará nunca mi
amigo Ibrahim.
DdA, XII/3134
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