Antonio Aramayona
Europa y la América rica se ponen de luto
de vez en cuando. La penúltima vez, por el asesinato de doce trabajadores de la
revista satírica francesa Charlie Hebdo en enero de 2015. La última, en la
noche de 13 de noviembre, también en París, con 128 personas asesinadas y
varias decenas de heridos graves. En ambos casos, como común denominador, unos
exaltados que creen librar una guerra santa contra los infieles perversos
porque su dios así lo dictó: ellos se creen mártires, mientras el adversario
queda convertido en maligno. Por eso a veces se forran de bombas o disparan a
discreción para sacrificar al enemigo (cuantos más, mejor). ISIS o Al Qaeda o
quien sea reivindican sus matanzas. Su fanatismo sueña con un Estado
teocrático, con la uniformidad absoluta de las ideas y las costumbres acordes
con su Libro sacro. Malditos sean, sí. Y hoy, mientras escribo, también soy
francés desde el mismo momento en que unos seres humanos inocentes son
absurdamente privados de sus vidas, esta vez en París.
Sin embargo, hoy también vuelvo a
sentirme impelido a no dejar de mirar y poner de manifiesto otras caras de este
inmenso y cochino poliedro donde vivimos. Escribí estas cosas a raíz de los
atentados en el Charlie Hebdo, aunque un medio nacional no lo publicó “porque
no era el momento”: podía decirse “je
suis Charlie”, pero no “yo soy palestino” o sirio o jordano o afgano o
libio o… Las banderas a media asta se ponen cuando mueren personas del
Occidente rico (y de paso, se desatan guerras, estados de emergencia, luto
nacional e internacional…), muertes que –repito- condeno y desapruebo
profundamente. Pero tengo en cierto modo, una vez más, el alma rota porque
nunca he visto decretado luto, banderas a media asta y condenas desde el poder
por las miles de víctimas inocentes por los bombardeos en el Oriente Próximo
desde aviones franceses, rusos, británicos y otros países de la OTAN (esa OTAN
que está jugando con sus juguetes, despilfarrando el dinero de la ciudadanía
cada vez más empobrecida, desde hace semanas en nuestro país, en mi ciudad).
Dicen que ahora los “terroristas” se
comunican y organizan a través de las redes de Internet y similares para
asesinar más y mejor, pero también sabemos que centenares de drones, guiados desde algún búnker
hipertecnificado sito en los Estados Unidos de Norteamérica, sobrevuelan no
pocos países árabes e islámicos, achicharrando desde el cielo a quienes
consideran líderes o cabecillas de grupos “terroristas”, que planean sembrar
algún día el terror en nuestras calles y barrios, donde últimamente parece
preocupar sobre todo la contaminación. Son tan condenables los unos como los
otros. Es el mismo terror, son tan terroristas los unos como los otros.
Ningún Estado rico adscrito a la
OTAN, y por consiguiente aliado de un Israel
intocable (así lo decreta el capital de Wall
Street y otros centros financieros donde diariamente se perpetra la estafa mundial
a la humanidad), se ha visto oficialmente concernido o ha decretado luto
nacional o ha puesto sus banderas a media asta o ha liado una guerra por los
muros de Cisjordania y Gaza, o en algunos barrios pobres y cada vez más sumidos
en el aislamiento y la miseria del Jerusalén no israelí, o las vallas –de
fabricación española- en Ceuta y Melilla, Hungría, Eslovenia, Serbia, etc. La
UE no quiere vino de los territorios ocupados con etiqueta ”made in Israel”,
pero no ha forzado alguna medida que restituya al pueblo palestino algo de su
libertad y su dignidad.
¿Cuántos seres inocentes mueren cada día
en Palestina, Irak, Afganistán, Siria debido a la política de mirar hacia otro
lado y tener los brazos cruzados por parte de los países ricos, dueños de la energía,
los alimentos, las armas y el dinero. ¿Acaso hay peor “terror” que saberse
condenado a la mugre o a la muerte desde niño? ¿Acaso han mostrado esos países
ricos otro deseo mayor que poseer y controlar todas las fuentes de energía y
las zonas geoestratégicas del planeta?
Sin embargo, las grandes empresas de
fabricación y comercialización de todo tipo de armamento necesitan venderlo,
necesitan conflictos alejados de sus fronteras, necesitan el miedo de la gente,
necesitan hacer de la seguridad el principio por antonomasia, necesitan de
gente que considere peligrosos y alienados a quienes consideren que las armas y
los ejércitos deberían irse todos –sin excepción- al carajo, que el dinero
presupuestado para armas y ejércitos debe destinarse a hacer efectivos los
derechos humanos de todas las personas del mundo, que así no habría otros
terroristas que quienes lo están alimentando para seguir haciendo negocio.
Personalmente, soy una de esas personas, aun a riesgo de que me sigan
considerando peligroso y alienado.
DdA, XII/3131
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