Ana Cuevas
Existe un grupo terrorista que produce lobos
solitarios programados para crímenes escalofriantes. Su origen es muy
antiguo por lo que cuesta mucho hacer un balance estimado de sus
víctimas. Solo en los últimos veinte años 1378 personas han sido
asesinadas en nuestro país a sus manos. Ni ETA ni los yihadistas han
conseguido un récord tan macabro. Sin embargo, el reguero de cadáveres
no cesa, tres más en los últimos días en apenas 72 horas. A estas
alturas sabrán que hablo del terrorismo machista. Una lacra social de
cuya filosofía han participado hombres y mujeres aceptando roles
arcaicos y educando en la desigualdad a su prole. La epidemia es global y
en algunos países alcanza una virulencia, incluso institucional, que
pone los pelos de punta. Generalmente, tras una lapidación, una religión
misógina impulsa la mano que lanza la piedra.. En España tampoco nos
libramos de su influjo. El polémico libro Cásate y se sumisa
define meridianamente la actitud que se espera de una buena cristiana. A
cada hostia que te de tu pariente, ponle la otra mejilla. Pero eso sí,
un mejilla maquillada que enmarque una sonrisa boba de cordero. Quizás
sea una propuesta de santidad a través del martirio. En realidad, me
importa un carajo el enfermizo mecanismo de su doctrina machista. Pero
no podemos obviar que la iglesia católica ha contribuido e incentivado a
la dominación de un sexo sobre otro hasta el presente. Alguna
responsabilidad tendrán. El otro día vi una viñeta en la que rabinos,
obispos, imanes y otros padres espirituales montaban en una nave con
destino a Marte. El texto rezaba: Un pequeño paso para el hombre pero un
gran paso para la humanidad. No puedo estar más de acuerdo.
Pero
no están solos. Los recortes dejaron a las mujeres más desprotegidas
frente a sus agresores. La política de protección a las víctimas se
convirtió en papel mojado. Si habláramos de 1378 concejales o diputados
asesinados en los últimos 20 años,¿se habrían recortado medios y efectivos para asegurar su protección? Es evidente que no.
Miles
de mujeres y hombres tomaron el día 7 de noviembre las calles de Madrid
para lanzar un grito unísono y unisex: ¡Basta ya!. Y alrededor de las
mismas horas que se estaba celebrando este acontecimiento, tres mujeres
más engrosaron la macabra lista.
Oigan miren, a riesgo de que
me acusen una vez más de feminazi u otras gilipolleces similares, tengo
la sensación de pertenecer a un subgénero, una subespecie humana, cuya
vida no es igual de valiosa que la de sus depredadores. ¡Toc, toc! ¿Hay
alguien ahí?
Me dirijo a los responsables políticos. Ya
perdonarán por las molestias. Se que están con esas cosas suyas de la
campaña de hacer brindis al sol y ejercer de showmans televisivos. Lo
que pasa es que nos están matando. Sí, sí, ya se que no es nada nuevo.
Pues por eso mismo habrá que ponerse cuanto antes manos a la obra. Y no
vale cualquier cosa. Tiene que ser un plan global y ambicioso que
garantice la seguridad de las víctimas y ataque a la raíz del problema
apostando por una educación en la equidad y el respeto entre los sexos.
Casi nada. Ya no nos basta con una declaración de buenas intenciones.
Nos llueven muertas a diario en los informativos. Y no se sabe nada de
los dramas que aguantaron hasta el fatal desenlace. A veces la muerte no
es el peor de los destinos por muy descarnado que parezca. Vivir
sometida por el terror es una muerte en vida. ¿No sería lógico y justo
aplicar a los verdugos las leyes anti-terroristas?
Lo de la
sumisión no va conmigo. Soy un espíritu libre o al menos hago lo que
puedo. Observo con estupor que muchas chicas jóvenes aceptan gozosas los
roles y estereotipos preconcebidos. Me cela porque me ama- mantienen
mientras muestran sus vulnerables cuellos de gacela.
Queda
mucho que hacer y todos y todas debemos ser autores. Es un reto común
que debemos afrontar hombro con hombro entre ambos géneros. Ninguno
queremos que nuestros hijos e hijas el día de mañana se transformen en
víctimas o maltratadores.
¡Basta
ya! Ya basta de seguir interpretando ese papel secundario. La mujer y
el hombre pertenecen al mismo género, el género humano. Pero mientras
mantengamos el la herencia machista representamos mejor a otro género:
el género tonto.
DdA, XII/3126
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