Ignacio González
"Y he aquí que nosotros, aún no salvados, vivos,
golpeamos la sombra, en medio de la noche” (Carlos Bousoño)
Nada dijo de todos sus desvelos,
se acostumbró al silencio
pespunteando los sueños de los hijos.
se acostumbró al silencio
pespunteando los sueños de los hijos.
Procedía 
de un dolor muy antiguo, junto al pecho 
tenía las cicatrices de los años de infancia,
de un padre ebrio y putero
y una madre enfermiza y dolorida.   
Siempre tuvo las piernas encogidas
de fregar de rodillas.
Desde los ocho años,
usó cofia  y mandil como sirvienta 
en casas bien de una ciudad lejana.
Algunas noches,
mi hermano y yo, la oíamos llorar
y luego, al alba,
servía el café con pan del desayuno
y recorría despacio con nosotros 
las calles ateridas, 
los rincones
donde la soledad busca refugio.
Nunca supo escribir, ni falta que hizo,  
las ausencias, 
no tuvieron cabida en texto alguno.  
Amó sin condiciones, tuvo suerte,
buscando compañero para el viaje.
Amamantó la vida
con canciones de cuna y con coplillas
que aún resuenan, a veces, por los patios
mientras tiendo la ropa al sol  
que ya no verá nunca.
Soy la historia de todos sus desvelos,
por eso alumbro puentes 
por rutas que no van a ningún sitio,
construyo soledades con las migas
que me dejó su ausencia,
en la cocina,
aparto las lentejas como, a veces,
lo hacía en su regazo
y mantengo la lumbre por si vuelve.
Nunca decir te quiero fue tan cierto
como cuando salía de sus labios.
DdA, XII/3111 

No hay comentarios:
Publicar un comentario