Angel Viñas
En el post de la
semana pasada me referí al número extraordinario de HISPANIA NOVA que
pondrá al descubierto el blanqueamiento a que han sometido la figura de
Franco el profesor Stanley G. Payne y el periodista Jesús Palacios
montándose al caballo de una presunta objetividad. Como el primero tiene
a gala mostrar en su currículum alguna que otra incursión por la
política soviética de los años treinta y cuarenta en relación con España
me permitiré en este post llamar la atención de mis amables lectores
acerca de una obra nueva sobre Stalin que combina tres características,
propias de cualquier ejercicio historiográfico, de las que carece la
mencionada biografía “objetiva”.
La
primera característica es que se trata de un libro no muy largo (con
notas e índices no llega a las 400 páginas) que une los conocimientos
aportados por obras serias previas sobre Stalin y la URSS de su tiempo y
los que se derivan de un estudio sistemático de las fuentes primarias
relevantes. Nuestros blanqueantes autores rehuyen lo primero y se pasan
por el forro lo segundo.
La siguiente
caraterística es que el peso de los argumentos descansa esencialmente en
obras y fuentes rusos, prestando eso sí siempre atención a las
aportaciones de autores extranjeros. Es lo normal en cualquier trabajo
de historia nacional. Son los historiadores del país en cuestión quienes
se encuentran en mejores condiciones para entender las fuentes y
registrar las sinuosidades de una trayectoria política. Descartado el
aficionado Palacios, hubiera debido corresponder a Payne la tarea de
asumir la interpenetración de fuentes primarias y secundarias.
La tercera es que el
autor de la biografía, Oleg V. Khlevniuk, tiene detrás de sí una obra
impresionante caracterizada por el desbrozamiento continuo y permanente
de fuentes primarias. Algo que el profesor Payne jamás ha hecho, ni
probablemente se le ha ocurrido, en relación con las españolas.
Finalmente una
cuarta característica que me ha llamado la atención es que Khlevniuk no
alberga el menor recelo en referirse a Stalin con su título de vozhd. Es
el que se le daba. Como a Hitler el de Führer o a Franco el de Caudillo
o a Mussolini el de Duce. Nadie puede saltar sobre tales hechos.
¿Cuáles son los
resultados? El primero es que Khlevniuk tiene buen cuidado de reconocer
las principales aportaciones realizadas por especialistas extranjeros
cuando todavía no se habían abierto los archivos soviéticos. Destaca, en
particular, y en esto no puedo sino reconocer su acierto, las obras de
Adam B. Ulam y Robert Tucker, que constituyeron hace ya muchos años mi
primera introducción al tema.
El segundo es que
Khlevniuk, historiador brillante y sumamamente cuidadoso, es muy
consciente de cuando sus afirmaciones están basadas en EPRE y/o
literatura secundaria y cuando por los huecos que existen en los
archivos o por la inaccesibilidad de documentos -en general relacionados
con las autoridades a cargo de la seguridad del Estado- ha de utilizar
hipótesis insuficientemente contrastadas.
El tercero es la
EPRE se utiliza siempre críticamente. Los documentos por sí solos no
hablan. Hay que explorarlos con cuidado y en conexión con su origen, el
contexto y las finalidades a que sirven. En todos los casos Khlevniuk
dedica el espacio necesario a familiarizar al lector con
interpretaciones lo más congruentes posibles.
En modo alguno se
trata de una biografía blanqueadora de Stalin. Los rasgos caracteriales
que fueron combinándose para integrar su personalidad se discuten
extensamente. Su comportamiento se pasa por un estrecho cendal
documental, tanto dado a conocer en la época como el que se refleja en
sus papeles. Mal orador, solía dar órdenes, instrucciones y
explicaciones por escrito. En ocasiones Khlevniuk lo contrapone con el
que presentaba una propaganda obsesionante e invasiva del tejido social.
Estamos muy lejos de
la actitud de Payne/Palacios de liquidar la responsabilidad del
Caudillo en cuatro páginas por la represión multimodal que abatió sobre
España desde 1936 a 1951 y que luego continuó con otros métodos, algo
más “civilizados”.
Nada de lo que
antecede significa que Franco y Stalin fueran comparables ni en
personalidad, comportamiento, objetivos y nivel y alcance de sus
respectivas decisiones dictatoriales. El origen, contexto y situación
geográfica y geopolítica de sus dictaduras no lo permiten.
De lo que se trata
es de destacar hasta qué punto, y en el plano estrictamente deontológico
y metodológico, la biografía de Payne/Palacios es falaz. Por lo demás,
ninguno de ambos autores hubiesen tenido necesidad de a acudir a
ejemplos lejanos porque uno más próximo lo tenían bien cerca: la
biografía de Franco escrita por Paul Preston hace ya bastantes años. Los
procedimientos heurísticos del historiador británico se asemejan, como
es lógico, a lo que todo biógrafo serio suele hacer, al menos en lo que
se refiere al conocimiento lo más exhaustivo posible de los archivos en
los que se remansa la evidencia primaria relacionada con el biografiado y
en la utilización juiciosa, que no sesgada, de la literatura
secundaria.
En Rusia, como en
España, los últimos veinte o veinticinco años han sido de floración de
una literatura histórica de base empírica que ha puesto de relieve hasta
extremos insospechados el funcionamiento de las respectivas dictaduras y
el papel estelar que en ambas tuvieron los dictadores en la cúpula.
También subsiste una literatura mediocre, apologética, generosa con
respecto a ellos. Aberraciones para apaciguar los sentimientos de
sectores sociales desvalidos al verse confrontados con sus pasados.
En español se han
traducido varias biografías de Stalin (no siempre buenas) e incluso
algún autor español se ha atrevido a escribir una de por sí. Entiendo,
sin embargo, que la biografía de Khlevniuk necesitaría una traducción
urgente. La versión en inglés es brillante y si no se hiciera del ruso
directamente podría acudirse a la publicada en un idioma más asequible.
Aviso a los
navegantes: cuando yo estaba haciendo mis pinitos por los archivos
moscovitas años atrás, Khlevniuk fue una de mis referencias. Sus
interpretaciones de la relación entre Stalin y la guerra civil, que era
el objeto de mi investigación, se vieron perfectamente documentadas en
la EPRE que pude localizar. Para Khlevniuk el episodio no era ni es
marginal. La experiencia española aceleró la paranoia de Stalin contra
una eventual “quinta columna” y encontró su reflejo en la aceleración
del terror de los años 1937 y 1938. El tratamiento que de este período
no ya oscuro sino oscurísimo y desgarrador ofrece Khlevniuk es, en mi
opinión, una de las aportaciones más brillantes, y desasogantes, del
libro.
La referencia es: Olg V. Khlevniuk, Stalin. New Biography of a Dictator, traducción del ruso de Nora Seligman Favorov, Yale University Press, New Haven y Londres, 2015.
DdA, XII/3119
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