"Que no haya nadie tan rico que pueda
comprar a otro, ni tan pobre que se vea en la necesidad de venderse".
Jaime Richart
Hay una
frase de Voltaire en el Tratado de la tolerancia que hace 50 años me impactó y
nunca se me ha ido de la cabeza: "Que no haya nadie tan rico que pueda
comprar a otro, ni tan pobre que se vea en la necesidad de venderse".
Todas
las leyes españolas, incluidas las fiscales y por supuesto la Constitución,
contienen solemnes declaraciones de principios acerca de los derechos civiles
y de las libertades formales de los ciudadanos, que harían las delicias de
cualquier ciudadano ingenuo si no fuera porque ya no queda ninguno.
En su
exposición de motivos cada ley funda su razón de ser, su justificación, el espíritu
que, como el alma del humano, le da vida y sentido. El espíritu es el derecho
al trabajo, el derecho a la vivienda, el derecho a expresarse libremente, el
derecho a fijar la residencia donde a cada cual le plazca. Claro que el cuerpo
al que da vida esa alma es un cuerpo muerto para inmensas mayorías que no
tienen vivienda, no tienen trabajo, no pueden protestar sin ser perseguidos y
por supuesto no pueden elegir el lugar donde vivir por las razones anteriores.
Pero así se ha construido la democracia a la española. Cierto es que más o
menos eso lo comparten casi todas las legislaciones e incluso las leyes
fabricadas por Franco, por cierto técnicamente muy superiores a las leyes
positivas que luce ahora esta farsa, lo contenían con otras palabras. Pero así
como las competencias no escritas gubernativas franquistas convertían a esos
derechos y libertades en un guiñapo que cubre las zonas pudendas de cualquier
muñeco porque no se cumplían, tampoco ahora la cosa ahora es muy diferente.
Pues en esta democracia repleta de teoría, unas leyes son papel mojado y otras
ofrecen los resquicios suficientes a los cresos, para librarse de los efectos
nocivos que deben derivarse para cualquier ilícito penal. Y si a eso añadimos las
nulas posibilidades de litigar que tienen los desheredados de la fortuna
porque no pueden pagar tasas y abogados, aquí tenemos la descripción completa
de un orden de cosas lamentable para millones de personas que viven de milagro,
que es tanto como decir de la filantropía...
El caso
es que a partir de la tremenda frase de Voltaire fui observando que en la
desigualdad crónica de esta sociedad española subyace un hecho que hace
odiosos a los inmensamente ricos. Si no lo son porque sus antepasados les han
hecho ricos tras crímenes históricos incontables, lo son no por ser más
inteligentes y tener más méritos sino porque su índole cuenta con la protección
de la letra pequeña de las leyes del Estado o de otras disposiciones de rango
inferior a la ley. De acuerdo a lo dicho sobre la exposición de motivos de las
normas, el espíritu de estas apunta a que nadie se enriquezca desmesuradamente.
Pero la línea que separa lo desmesurado y lo razonable es muy tenue. Y por eso
la burlan fácilmente todas las grandes fortunas, con la complicidad de los gobiernos
y del propio Estado.
Es
decir, por muy sagaz y emprendedora que sea una persona, y por mucha suerte que
tenga, es imposible que en los 60 o 70 años que dura una vida activa, con
honradez y conciencia social se enriquezca de manera nauseabunda. La ley
fiscal en su propia formulación lo impide. Nadie podría enriquecerse
escandalosamente, si el rico cumple taxativamente leyes fiscales y el Estado
las hace cumplir. De modo que si las fortunas en España llegan a esos niveles
es porque ni el rico las cumple ni el Estado las hace cumplir. Es más, quienes
redactan las leyes están pensando en la manera de proteger de distintos modos a
esas fortunas para luego recoger los frutos una vez fuera de la política. Son
inagotables los ejemplos. Motivos por los que la sociedad en su conjunto está
siempre a punto de estallar aunque la fuerza del Estado, siempre en guardia, lo
impida.
Y así
es cómo ese riquísimo titular de Inditex, un paradigma para los neoliberales,
un tal Amancio Ortega, ha dejado de tributar 900 millones de euros en un
periodo cortísimo de tiempo. Alábenle por su pericia haciendo dinero aunque
pague salarios de hambre quienes tengan alma de esparto. Celebren los
entusiastas de los ricos y poderosos sus artes para zafarse de los tributos y
ser al mismo tiempo el icono del emprendedor para el periodismo rancio consentido
por el Estado aunque el país acabe en bancarrota. Pero los bien nacidos y humanistas
no podemos ver en semejante ser, si no a otro más de los protegidos del sistema
y a un público depredador.
Os digo
una cosa: es en ese prototipo de rico y emprendedor dedicado a comprar a seres
humanos a esgalla y 50.499 más en España, en 2015, en quienes pensaba Voltaire
cuando dijo esa frase digna de labrarse en bronce que reproduzco al principio.
Lo mismo que cuando habla del pobre que se ve en la necesidad de venderse, ése
es más de la mitad de este país y el 90 por ciento de la humanidad.
DdA, XII/3118
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