Antonio Aramayona
Hay personas que parecen plantear su vida como si les fuese a
durar siglos y siglos. Acumulan, planifican, se preocupan, programan,
hipotecan años y años de su existencia en aras de unos hipotéticos
planes finales de los que no tienen certeza alguna de alcanzar.
Hay personas, en cambio, que parecen plantear su vida como si el
tiempo fuese primordialmente un maldito traidor que los va deteriorando y
haciendo viejos. Cada arruga, cada cicatriz del cuerpo o del alma es un
pequeño drama, del que intentan huir a base de cosméticos y cirugías
externos y sobre todo internos.
Hay
personas que prefieren no plantearse su vida por la cuenta que les
trae, por si las moscas. Se ajustan exactamente a la superficie variable
de las olas, flotan, y se dejan llevar simplemente por las agujas del
reloj, el calendario y las obligaciones cotidianas. Intentan tener la
mente en vacío (aunque raramente lo consiguen), pues lo que les viene a
la cabeza suele inquietar o, al menos, produce tedio. Cuando abren los
ojos, perciben a sus pies los restos de decenas de sueños, sin alas y
sin vida.
Hay también personas que consideran una pérdida de tiempo plantearse
nada que no les sirva de inmediato para algo. De tanto no mirar hacia
dentro, se convierten en pura epidermis, tersa, hermosa, admirada y
admirable, aunque también insípida. Suelen despreciar lo que no
entienden, y reírse de cuanto les parece complicado. Si alguna vez se
les despierta por dentro algo de lo que antes existía en ellos, quedan,
beben, trabajan o simplemente zapean sin tregua delante del televisor.
Otras veces, lamentablemente son sus allegados quienes pagan los platos
rotos.
Hay personas que súbitamente se hallan inmersas en situaciones
difíciles, donde la vida concede entonces pocos armisticios. La realidad
aparece entonces descarnada y la única posibilidad es o huir hacia
ninguna parte o quedar desnudo, en plena intemperie, con los brazos, el
corazón y los ojos muy abiertos al vaivén de la incertidumbre.
No obstante, en realidad, por debajo de las diferencias y como común
denominador, también es cierto que todos tenemos necesidades y
aspiraciones similares. En cierto modo, somos como hormigas en busca
incesante de su propia identidad y de encontrar su propio rincón dentro
de un hormiguero habitado por millones y millones de hormigas.
Ciertamente, todos somos muy parecidos, pero a la vez anhelamos también
una mirada especial por parte de otros seres que consideramos y nos
consideran especiales.
Si nos detuviéramos unos segundos para descubrir con sosiego en qué
consiste realmente lo más valioso, lo que verdaderamente merece la pena,
en nuestras manos quedaría depositado un minúsculo mensaje donde habría
una respuesta bastante sensata: el instante. No podemos hacer regresar
un solo segundo de nuestro pasado, tampoco podemos adelantar una sola
anécdota de un futuro desconocido e incontrolable. Nos queda, sin
embargo, el inmenso e inagotable tesoro del instante, del latido del
corazón de cada momento, de la bocanada de aire que está penetrando en
nuestros pulmones, de ese sonido que en estos segundos perciben nuestros
oídos, de esta imagen concreta que ahora perciben nuestros ojos, de la
persona que está a nuestro lado, de los objetos que pueden rozar ahora
nuestros dedos. Cada instante es un cúmulo de millones de cosas
maravillosas que podemos aprovechar y asimilar o que podemos desechar o
dejar pasar desapercibidas.
A menudo creemos que la vida consiste en grandes proyectos,
conseguidos tras muchos años de esfuerzo y trabajo, durante los que
hipotecamos lo que sea para hacerlos realidad. Aun valorando en lo
posible esta perspectiva, corremos así el riesgo de pasar por la vida
sin atender sus colores, sus sabores, sus sonidos: es decir, sin
instantes, sin cada uno de los momentos presentes que componen el tiempo
y la vida, llenos de matices, sorpresas y emociones, dolor y ternura,
pasión y quietud.
Ciertamente, el ser humano ha de planificar y recordar, proyectar y
aprovechar las experiencias habidas, para poder llegar a ser una persona
cabal dentro del entorno sociocultural concreto donde le ha tocado
existir. Sin embargo, ha de poner también empeño en no echarse a perder
como humano al ir echando a perder cada uno de esos instantes de los que
consta su vida.
La Oca DdA, XII/3073
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