Rajoy y Ana Rosa Quintana pasean por los jardines de La Moncloa durante el reportaje-entrevista de Telecinco. / lamoncloa.gob.es
Javier Pérez de Albéniz
“El político es un ser humano, y aunque muchos no se lo crean tiene sentimientos”, confesó Mariano Rajoy a Ana Rosa Quintana
mientras paseaban por Moncloa. Una frase estremecedora con la que el
presidente del Gobierno desnudaba su alma ante la popular escritora, y
presentadora televisiva, en una de las mayores exclusivas de los últimos
tiempos: “Mariano Rajoy abre por
primera vez las puertas de la Moncloa a Ana Rosa Quintana”, decía la
promoción de las cadenas de Mediaset.
¿Es posible que el presidente del
Gobierno abra las puertas de Moncloa por primera vez, milagro, y lo haga
para el programa de Ana Rosa Quintana, reina del chismorreo matinal y
el cotilleo desaforado? Pues sí, lo es. Muy bien podría el presidente
haber dejado entrar a su residencia al equipo de “Informe Semanal”
(TVE), televisión pública, pero ha preferido apostar por audiencias
horteras pero millonarias: a semanas de las elecciones Mariano
prefiere la cantidad en lugar de la calidad. Para no variar sus
estrategias de gobierno. Para que veamos que rezuma humanidad, que es
todo piel, que no todo es coche oficial y sobres B.
El programa no tiene desperdicio. Es
un duelo de titanes mediáticos: Hombre plasma frente a mujer Botox.
Superhéroes de barrio pijo. Una batalla equilibrada, puesto que Rajoy
tiene de gran estadista exactamente lo mismo que Quintana de gran
periodista. El resultado solo podía ser esperpéntico: “Como dices que no
salgo (de Moncloa), te voy a invitar a una caña. Ahora tal”, dice
Mariano. “¡Esto sí que es una exclusiva!”, advierte entusiasmada una Ana
Rosa que transpira periodismo. Salen de la sede reformada con dinero
negro de la calle Génova, Ana Rosa ni pío, y en un bar cercano se toman
unos dobles con unas papas arrugás y unos boquerones en vinagre. “Que
les vaya bien a todos los que nos están viendo en televisión… A España
le va a ir mejor”, sentenció el presidente, cerveza en mano, a modo de
despedida.
La política y el periodismo son, en
demasiadas ocasiones, primos hermanos. El presidente del Gobierno, un
tipo que vive enclaustrado, escondido en una burbuja que le protege de
la realidad y de la prensa, decide salir a la luz de cara a las próximas
elecciones. Un programa matinal de chismes del corazón,
comadreo político y crímenes brutales, que emite la cadena generalista
más cutre (Telecinco) se ofrece para seguirle el juego y hacerle un
promo reportaje. Gracias a ese pacto de trileros sabemos que Rajoy tiene
un perro, una profesora escocesa, un teléfono rojo que es negro, que se
trata de usted con sus ministros, que no va ni al cine ni al teatro,
que corre en una cinta… A esta
pantomima, una burda representación teatral, unos le llaman política y
otros periodismo. Solo es un cómic chungo visto del revés, un manga con
personajes de plástico que se derriten al pisar la calle y recibir los
rayos del sol.
Mientras Rajoy y Ana Rosa se
despedían e intercambiaban las últimas sonrisas, piropos y caricias en
el lomo, en la parte inferior de la pantalla se podía leer: “A
continuación, el crimen de la peregrina y el doble asesinato de Cuenca”.
Cuarto Poder DdA, XII/3081
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