Luis Dial
Según se sale del histórico palacio del Congreso a la derecha, se
cruza la calle de Zorrilla hacia la de Jovellanos y enseguida se
encuentra Casa Manolo, la tradicional taberna de vinos, cañas, vermut de
Reus y exquisitas tapas en la que ayer almorzó el presidente del
Gobierno, Mariano Rajoy, en compañía de la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, el presidente del Congreso, Jesús Posada, el ministro de Sanidad, Alfonso Alonso, y el secretario de Estado de Relaciones con las Cortes, José Luis Ayllón. Eran
las 15:30, acababan de votar el Presupuesto para 2016, traían cara de
hambre, pidieron croquetas, riñones –que a Rajoy le encantan– y otras
raciones de esas que se toman los seres racionales en los bares
(Siniestro Total). Su presencia en una mesa de mármol, separada de la
puerta por una marquesina de tablillas de confesionario, causó la
consiguiente curiosidad de los parroquianos y las amables molestias de
rigor por parte de unas señoras que querían acercarse al presidente y
hacerse fotos con él. La “política de proximidad”, de carne y hueso,
está en marcha. Rajoy la comenzó a practicar la semana pasada en otra
taberna popular de la Villa y Corte, Casa Mariano.
“Has visto que estoy aquí”, dijo el
presidente a un periodista de los que sientan plaza con mesa reservada
al mediodía en el establecimiento. Intercambian algunas frases sobre la
familia y enseguida surge la pregunta sobre el sondeo del CIS que da
mayoría absoluta a los independentistas en las elecciones catalanas del
día 27. El presidente asiente con la cabeza cuando el periodista
manifiesta su impresión de que los pronósticos han sido forzados para
movilizar a los electores de los partidos contrarios a la secesión. El
pleno del Congreso va a tramitar dentro de media hora la proposición
unilateral del PP que permitirá al Tribunal Constitucional sancionar a
los presidentes autonómicos que incumplan sus sentencias. Es una reforma
inoportuna, oportunista, lamentable y chusca. Toda la oposición la
rechaza. Rajoy no opina y se limita a comentar que se pasará por el
plenario antes de regresar a La Moncloa.
A propósito de idas y venidas, el presidente confirma que acudirá el
viernes a la boda del vicesecretario general del partido y exalcalde de
Vitoria, Javier Maroto, con su pareja José Manuel Rodríguez.
El enlace se celebrará a las ocho de la tarde en el salón de plenos del
Ayuntamiento y reunirá a unos trescientos dirigentes del partido.
Rajoy desvía hacia el ámbito deportivo el asunto de la boda gay y
cuenta la anécdota de la vez que Alonso, sentado a la mesa, le invitó a
ver un partido del Alavés en Mendizorroza. “La gente, al verme, comenzó a
gritar: ¡Mariano quédate, Mariano quédate… sin respiración! Éste (en
referencia al entonces alcalde) decía que eran un grupito irrelevante,
pero yo creo que eran muchos más, casi dos terceras partes del estadio”.
Ya puestos a hablar de fútbol enumera los apellidos de dos delanteras
históricas del Atleti, “el equipo de la mayoría de los
españoles en aquellos tiempos”, dice. Todo un elogio a los vascos. Y a
continuación desvela que él y los del Madrid están en minoría en el
Consejo de Ministros frente a los colchoneros. Ahora se entiende la
filosofía gubernamental: golpe a golpe, decretazo a decretazo.
Como tampoco es cuestión de ponerse trascendente mientras el
presidente mueve su vaso sobre la mesa, volvemos a los viajes que tiene
previsto realizar este otoño, antes del fin de la legislatura. “Iré a
Turquía, Nueva York y Bruselas”, dice lacónicamente entre dientes. Se
entiende que tiene interés en participar en el nuevo periodo de sesiones
de la Asamblea General de Naciones Unidas y que su viaje a Ankara
guarda relación con la iniciativa del diálogo de las civilizaciones que
lanzó su antecesor José Luis Rodríguez Zapatero. Bruselas es cita obligada de la próxima cumbre de la UE.
De inmediato surge la cuestión de los refugiados y la pregunta de un
informador sobre su afirmación de que hay que intervenir en origen, es
decir Siria. El presidente abre los ojos y muestra un gesto de
extrañeza. “¿Eso quién lo sabe?”, dice. El periodista cita un artículo
del diplomático Javier Ruperez, El Putinato
(Revista de Libros, septiembre de 2015), pero el jefe del Gobierno
prefiere no decir ni “mu” sobre el apoyo del presidente ruso al criminal
presidente sirio Bashar al Asad. La vicepresidenta Sáenz de Santamaría se remite a lo que diga el ministro de Exteriores, José Manuel García-Margallo,
y zanja la cuestión. Después de todo tampoco se trata de anunciar
intervenciones militares antes de las elecciones generales y menos en
una conversación de café para orearse y como dice el ministro Alonso,
“pisar la calle”.
Cuarto Poder
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