La mayoría de barceloneses jamás
han estado en Ciutat Meridiana ni un sólo minuto de sus vidas. Con poco
más de medio siglo de existencia, este lugar recuerda a Bellvitge o
Badia del Vallès, todos ellos barrios dormitorio que acogieron a
inmigrantes del sur de España durante los años 60 y que se caracterizan
por sus grandes bloques de pisos de construcción barata, que con en el
tiempo se han ido deteriorando. La falta de infraestructuras y de acondicionamiento para la movilidad dentro del barrio es notable.
Si, por un lado, la línea 11 del metro conecta Ciutat Meridiana con el
resto de la capital catalana, por el otro, aún hay zonas en las que las
escaleras de paso son las mismas que cincuenta años atrás o en las que
la vía de acceso es un empinado e improvisado camino campo a través.
Mientras todos los focos mediáticos se centraban ayer en la Via
Lliure de la Meridiana, al final de la misma avenida, a escasos
quilómetros, Ciutat Meridiana vivía la Diada Nacional de Cataluña ajena
al auge del movimiento independentista. Ni rastro de esteladas en sus balcones y la presencia de tan sólo un par de banderas españolas
en toda la zona dejan claro que el debate nacionalista no va con un
barrio que centra sus reivindicaciones en la lucha por la supervivencia y
la dignidad de una población especialmente castigada por la crisis
económica. “Hoy dependemos de unos. Mañana podríamos depender de otros. A nosotros nos da igual, porque nunca seremos independientes”, sentencia con resignación Filiberto Bravo, presidente de la asociación de vecinos de Ciutat Meridiana.
En las calles del barrio se habla de política a diario. Pero esta
actividad política, basada en la lucha por la defensa de sus intereses
individuales y colectivos, en general, no casa con los debates y
propuestas que realizan los partidos nacionalistas en época electoral.
En las últimas elecciones al Parlament de Catalunya (noviembre de 2012),
las tres opciones políticas que ahora se presentan con un programa
independentista (CDC, ERC i la CUP) sumaron juntas en Ciutat Meridiana el 8,6% de los votos. En las pasadas elecciones municipales de Barcelona, la abstención del barrio 55 de la capital catalana fue del 51,5%,
mientras la media de la ciudad fue del 39,4%. En Ciutat Meridiana,
Barcelona en Comú ganó con claridad las municipales del mes de mayo con
un 35,9% de los votos. La plataforma liderada por la nueva alcaldesa,
Ada Colau, despertó ciertas esperanzas entre sus vecinos pero lo cierto es que el cambio político no ha mejorado para nada la realidad social de la zona.
El pasado lunes la asociación de vecinos consiguió parar un desahucio
en la avenida Rasos de Peguera, 90. Mohamed Bawa iba a ser desahuciado
junto a su mujer embarazada y su hija de un año. Finalmente, la acción
de los abogados acabó temporalmente con la amenaza, pero ahora los vecinos ya piensan en el próximo desahucio, que tendrá lugar el lunes 14 de septiembre.
No hay tiempo para las reivindicaciones nacionales. En su pequeña
república las pequeñas luchas son las que cuentan. En la misma avenida
donde vive Bawa, se encuentra Dani, un vecino de etnia gitana de 38
años, que vende melocotones en el maletero de su coche, a 3,20 euros los
cuatro quilos. Encofrador de profesión, hace dos años que no encuentra
trabajo y, actualmente, vive ocupando una vivienda junto a su mujer, sus tres hijos y un nieto de pocos meses.
“Una vez por semana recibo atención psicológica. ¡Yo, que nunca había creído en esto de los psicólogos!
Y me va bien, porque tengo muchas ansiedad. Lo peor es la situación de
mis hijos”, explica con signos evidentes de cansancio. La Diada de
Cataluña la vive con el maletero del coche abierto, en el que lleva
decenas de cajas de cuatro quilos de melocotones de viña. “Dame una, que
ya sé que el genero que llevas es bueno. Los melones estaban
exquisitos”, le comenta una cliente. “A mí si me ponen una ayuda para
comer, me da igual que me digan que soy francés, portugués o chino. Lo de los países me da absolutamente igual”, confiesa cuando sale el tema de la independencia de Cataluña.
Y es que aunque muchos medios de comunicación hayan bautizando a
Ciutat Meridiana como Ciudad Desahucios, la vivienda no es sólo un
problema más. La escasez de alimentos, con toda la dureza de una
expresión que estamos acostumbrados a relacionar con países lejanos, es
una de las más alarmantes realidades que sufren algunos de los vecinos
del lugar. Actualmente, hay unos 200 usuarios del banco de alimentos de
la zona norte del barrio que reciben lotes valorados en 20 o 30 euros al
mes con comida básica. “Nosotros queríamos autogestionar la donación de
alimentos, pero el Ayuntamiento nunca nos ha dejado. Ahora lo lleva la
Cruz Roja, pero faltan alimentos para la gente de aquí. No entiendo cómo
se pueden dar estas situaciones, pero hay escasez de alimentos”,
denuncia Filiberto Bravo.
En el bar situado en el interior del casal para jubilados, que se
encuentra en los bajos de un bloque de pisos, se da cita la parroquia
habitual jugando a las cartas y al dominó entre cafés, vinos y cervezas.
Bajo la luz amarilla del lugar se debate sobre la situación política
actual y se habla de la movimiento independentista. “Yo vine aquí con 16
años. A mí cuando llega un chaval de 30 años y me dice que él es más catalán que yo, le digo, no, chico, no.
Yo llevo muchos más años aquí que tú”, comenta José, nacido en Ronda
(Málaga) en 1946. Aunque la solidaridad entre los vecinos es uno de los
grandes símbolos de Ciutat Meridiana, no es difícil encontrar síntomas
de xenofobia hacia los inmigrantes musulmanes. “Si yo y mi mujer hemos
pagado un alquiler siempre, ¿por qué ellos tienen que vivir del
cuento, sin pagar ni alquiler, ni gastos de comunidad ni luz ni agua?
Además, son unos guarros”, añade uno de los jubilados
habituales de la barra del bar. “Cada vez hay más respeto hacia las
personas que llegan de otros países, hemos mejorado mucho, pero siempre
habrá quien sienta miedo y no quiera relacionarse con ellos”, apunta
Filiberto.
Detrás de la barra del bar trabaja Leo, una camarera nacida en el
barrio de la Barceloneta que ha decidido trabajar durante la Diada y así
poder cerrar al día siguiente. Ella es de las pocas personas que
muestra simpatía hacia el nacionalismo catalán. “Yo soy catalana y, si
bien esta tarde no puedo ir a la Via Lliure, sí que estoy a favor de la
independencia de Cataluña. Aunque sea para dar por saco. Yo lo que sé es
que no quiero a la derecha. Al Mas no lo quiero, pero pienso que presionando vamos a sacar algo para vivir mejor”,
expresa orgullosa Leo mientras los presentes, contrarios en su mayoría a
la propuesta nacionalista, la miran con esa media sonrisa de quien ya
sabe que la camarera del bar “es así”. “Aquí nos respetamos todos y hay
cosas que sí que tienen razón los que están en contra de la
independencia”, zanja la responsable de servir principalmente desayunos y
las meriendas.
Y aunque los problemas son evidentes, el presidente de la asociación
de vecinos, con su boina y su característica perilla blanca, se muestra
feliz de vivir en Ciutat Meridiana. “No cambiaría vivir aquí por irme al centro de Barcelona.
Hay que conseguir muchas cosas, pero tenemos la naturaleza a dos pasos
de casa. Disfrutamos de Collserola y esto muy pocos barceloneses lo
tienen. Y, además, el transporte ha mejorado mucho en el barrio en los
últimos años”, reconoce Filiberto Bravo, o señor Fil, como lo llaman
algunos de los vecinos que más agradecen su ayuda y energía. “La gran victoria de Ciutat Meridiana es la solidaridad”, sentencia.
La Marea DdA, XII/3077
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