Félix Población
Abre la temporada Teatro de la Ciudad, el nuevo proyecto en marcha del
Teatro de la Abadía, con un triple plato fuerte, como no podía ser menos con
motivo de los veinte años de historia del centro que dirige José Luis Gómez. Tres reputados directores, Alfredo Sanzol, Andrés Lima
y Miguel del Arco, ponen en escena -respectivamente- Antígona, Medea y Edipo Rey, tres espectáculos fruto del
taller Mito y Razón, organizado en el citado centro. Tanto el montaje de Medea como el de Edipo Rey fueron muy
bien acogidos al término de la temporada anterior, así como en la última edición Festival de
Mérida.
Parte Andrés Lima de la Medea de Séneca, no de la de
Eurípides, y lamento no haberle preguntado por qué al término de la función,
aunque creo intuir sus razones. Utiliza asimismo como fuente al propio autor griego, a Jean Anhouil, Heiner Müller y Robert Graves, entre otros. Quizá nuestro entorno histórico guarde más semejanzas con el del imperio romano que con la Gracia del siglo V antes de
Cristo. El poeta trágico griego prestó una mayor hondura racional a su obra, algo que en Séneca –quinientos
años después- se torna mucho más violento, colérico, visceral y exasperado, con
un odio sin límites, enajenador y frenético, que arranca desde el mismo momento en que
Medea avanza hacia el escenario por el patio de butacas, tras abrir el
extraordinario espacio sonoro en que discurre el montaje con sus impactantes
gritos de dolor.
Se trata de una mujer, tal como se enuncia en el programa para sintetizar la clave esencial de la dramaturgia, que en plena madurez de su fuerza, inteligencia y belleza ha hecho lo inenarrable por el amor de un
hombre, y desgarra su alma para encontrar las palabras que den forma a los
hechos que ejecutará para vengarse de ese hombre que ahora le niega su amor. Eso, en palabras, imágenes, sonido y acción hay que hacerlo vibrar sobre el escenario, y para ello no va al dar tregua Lima desde el arranque de la función.
Medea aparece como un personaje convulso, febril, pletórico de una afán destructor sin fisuras,
desgarrado y tenso, cuya intensidad trágica se va a mantener sin desmayo con toda su sobrecogedora impronta visceral, merced al agotador y
extraordinario trabajo de voz y expresión corporal llevado a cabo por Aitana
Sánchez-Gijón en la que -estoy por asegurar- quizá sea su más brillante y
convincente interpretación escénica. Bien
arropada por Laura Galán (Nodriza) y Joana Gomila (Corifea), que presta a la acción tanto la melodiosa dulzura de su canto como el agudo desgarro de sus gritos, a los que añade la pulsión musical del contrabajo a modo de
latido telúrico.
Aitana se entrega a las dificultades y suma exigencia de ese papel
con una honradez, sensibilidad e inteligencia profesionales dignas del máximo
aprecio y encomio. Sorprende, cuando la saludo al final casi sin poder desasirme como espectador
del efecto emocional que me provocó su interpretación, que una mujer de tan
delicada complexión y efusiva afabilidad en el trato logre sobre las tablas tan firme,
contundente, irascible y poderosa contextura pasional.
Antes de que Medea entre en escena, Lima nos pone en
antecedentes sobre la hechicera con un pasaje de la cosmogonía de Hesiodo,
mientras suena in crescendo la envolvente e inspirada música compuesta por Jaume Manresa.
Entre luces y sombras, Nodriza y Corifea se perfilan en el escenario mientras
las voces del coro parecen fluir del fondo del tiempo, privándolo de memoria.
En ese tiempo inmemorial discurren varias escenas verdaderamente antológicas. Una es la
del conjuro con el que Medea acaba con su rival, Creusa, hija de Creonte y futura esposa de Jasón. El cuerpo casi al desnudo de Medea se desboca en un
espasmódico ritual de estremecimientos, al tiempo que toda su piel y cabello son
untados de plumas, sangre y barro como si con ello se quisiera significar la inmersión de todo su carnalidad
pujante en el trance enajenador de la venganza. Tras esa ceremonia frenética y
mientras escuchamos el atroz final de Creusa, Medea llega a la culminación del
delirio con la muerte de sus hijos.
Una pena que este excelente montaje de Andrés Lima, que una vez más nos demuestra la lucidez, profesionalidad y autoexigencia que preside toda su carrera teatral, sólo esté en la Abadía hasta el próximo día 19. Los aplausos del respetable y el llenazo de la sala aconsejarían prolongarlo en cartel o volver a reponerlo en otras fechas. Puedo asegurar que pocas veces un director puede sacar tanto provecho a una actriz y pocas veces una actriz como Aitana Sánchez-Gijón puede dar tanto de sí, con tanto talento y tanta entrega. Puestos a sacar algún defecto, no veo a Lima haciendo de Jasón -aunque haga de Corifeo y Creonte- y tampoco lo veo en la escena del conjuro, pero supongo que eso obedece más a cuestiones de ahorro derivadas de los rigores del IVA que a otra cosa.
DdA, XII/3082
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