Manuel Cimadevilla
Gracias a su mecenazgo liberal actué como cantautor cobrando por primera vez en la “Alianza Francesa” en Oviedo. Fui el único gijonés directivo de Tribuna Ciudadana porque siempre sintonizamos en nuestras inquietudes culturales. Ambos compartimos mesa y mantel en la Cofradía de la Mesa de Asturias que presidía el inolvidable Emilio Alarcos. Lola Lucio y él me honraron presentando en el año 2009, mi “Guía Cimadevilla” en la Librería Cervantes. No me gusta hablar a posteriori de quienes mueren, pero quiero dejar
constancia de lo que dije hace cinco años en la Librería Cervantes, a
los efectos oportunos como recordatorio y homenaje a su impecable
trayectoria intelectual, ya que siempre me gusta reconocer los méritos
de las personas en vida:
“Discúlpenme por hacer las cosas de otro
modo a lo habitual., pero toda actuación tiene un telonero que sale a
escena antes de los artistas principales. Y es que Lola Lucio es el sol
que nos ilumina de día y Juan Benito es la luna que brilla de noche.
Sois perfectamente complementarios. ¡Pero cuántos minúsculos soles
envidiosos sufrimos en nuestro entorno porque no quieren que deslumbren a
los demás sus brillantes estrellas!
En un maravilloso abril, en
1970, me contrataron en Oviedo para dar un recital. Fue la primera vez
que cobré por cantar y lo hice con total libertad, sin censura alguna y
con canciones críticas en defensa de los derechos fundamentales de los
ciudadanos. El escenario fue el salón de aquella inolvidable “Alianza
Francesa” fundada por Juan Benito Argüelles. Allí, bajo el paraguas
protector de Pedro Caravia se realizaron las primeras conspiraciones
políticas contra el régimen dictatorial. Se utilizaban los libros de
Simone de Beauvoir, Jean Paul Sartre y Albert Camus, para hablar de
democracia y hasta se podían recitar poemas acordes con aquella
primavera de 1968 que nos había abierto la esperanza de que la
imaginación iba a llegar al poder. Lamentablemente no fue así, pero
siempre nos queda París para soñar.
Pero hoy no toca hablar de
los políticos mediocres que aburren hasta las piedras, sino de las
buenas comidas con sobremesas inolvidables, como las que he tenido la
fortuna de gozar con grandes hombres en aquellas que compartimos en la
Cofradía de la Mesa de Asturias que presidía el gran Emilio Alarcos y en
la que me concedieron el honor de ingresar tras un discurso sobre los
oricios. Siempre digo que si mucha hambre tenía que haber pasado quien
se atrevió a comer un oricio, Juan Benito también las pasó canutas. Hace
también un cuarto de siglo que me confesó cómo fueron sus inicios
gastronómicos, que también son muy ilustrativos en estos tiempos en los
que a quienes dicen la verdad y mantienen la cabeza bien alta se les
acusa de antipatriotas.
“En la posguerra comíamos un pan que
cambiaba de color todos los días. Un día era amarillo, otro malva y, en
definitiva, el color dependía de la materia con que estaba hecho. Aparte
de que los cacagüeses los comíamos con cáscara, un médico me dijo
muchos años después que de ahí venían muchas apendicitis, pues comíamos
mucha algarroba. Esa cosa dulzona cuyo árbol yo no vi en mi vida hasta
el día en que conocí a Camilo José Cela. Me acuerdo que le di un abrazo a
un algarrobo y Cela, claro, me preguntó que qué hacía, un tanto
extrañado. Yo le expliqué que era el árbol nutricio de mi infancia y él,
con su sorna habitual, contesto que: "¡Ah, bueno!" Siempre hablan de
los hambrientos cuarenta, porque todo el mundo, hasta los que tenían
dinero, pasaba hambre, ya que lo que no había era artículos para
comprar. Yo recuerdo, sin embargo, haber cambiado una libra de chocolate
por un libro de cuentos…”
Juan Benito es un hombre culto que sí
sabe mucho de gastronomía. Es de los que les gusta comer bien y no de
los que les basta con que les echen mucho en el plato para decir que
todo está muy bueno. Lola siempre me dice que es un estómago muy
agradecido. Afortunadamente para él, ha alcanzado ya la sublime
felicidad porque, después de tantas comidas con tantas personalidades,
ha logrado la satisfacción máxima de gozar con la síntesis de la
gastronomía -sin recurrir a la cocina molecular tan en boga en estos
tiempos- con su plato preferido que le hace Lola y que es el puré de
lentejas con churrusquinos de pan frito.
De ahí que les haya
rogado a Lola Lucio y a Juan Benito que estuviesen hoy aquí, a mi lado,
ya que un niño que a los diez años cambiaba chocolate por un libro es
alguien de quien hay que recordar su clarividencia al presentar esta
guía, en el marco de este Foro Abierto en esta librería Cervantes
ejemplarmente regentada por la familia Quirós, que tanto ha hecho por la
cultura asturiana”.
DdA, XII/3079
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