Su amigo Willy Brandt solía decir que quien
a los veinte años no es de izquierdas es porque no tiene corazón, y quien a los sesenta no es derechas es porque no tiene cabeza.
Jaime Richart
La naturaleza del político común -y en España
el político común es mayoría por la escasa experiencia de la política con
mayúsculas en el país y por la idiosincrasia del español- pertenece, según los
casos, al mimetismo o a la cripsis. La diferencia entre el uno y la otra
radica en que el mimetismo consiste en que un ser vivo se asemeja a otros de su
entorno, y la cripsis en que el ser vivo se asemeja al propio entorno donde
vive para asegurar su supervivencia.
La ordinaria en el político común es la del
mimetismo desvergonzado, cuando no la del escorpión que aguijonea con ucases
(decretos del zar) o recurre al cuartelazo para mantener su poderío... La
propiedad de la cripsis en el político es, o puede ser, coyuntural, como lo es
en este momento el trance catalán.
La alta política, la política
"noble" (si existe) es la que evita el cuerpo a cuerpo. Pero eso y la
flexibilidad de que se hace acompañar es una cosa y otra muy distinta la
adaptabilidad rampante del político villano
que se resiste a perder protagonismo o por simple extravagancia. Me
refiero al político que aprovecha el hecho de que el entorno más allá de la
Cataluña estricta no le es favorable a este territorio más que para presumir
ante el mundo de las grandes cosas y lugares que le pertenecen.
El caso es que a juzgar por la carta del ex
presidente González publicada en un periódico de primera línea sobre el derecho
a decidir de Cataluña, la cripsis a que me refiero es el rasgo que destaca en
este caballero. Y digo esto, porque el entorno que predomina en una España
dominada desde el principio de esta dudosa democracia por fuerzas visibles e
invisibles herederas de la dictadura y por factores que se encuentran desde en
la línea editorial de los medios oficialistas hasta en la amenaza subyacente
del estamento militar, es mucho más proclive no ya a la no secesión, sino a
impedir que Cataluña ejerza su derecho a decidir. Y a esta tendencia se apunta
este expresidente, falso socialista y consejero
"hidroeléctrico" con más de
cien mil euros euros de paga al año que, para su mayor baldón, él mismo
privatizó.
Pero hay que recordar que no siempre fue así.
González y su partido en los inicios de
este régimen reconocieron en su día la pluralidad del estado español, hasta el
punto de admitir para Cataluña el derecho de
autodeterminación. Ahí están los documentos escritos por el partido durante la
clandestinidad. En ellos se recoge la idea de que Cataluña, en una España
democrática, debería tener el derecho de autodeterminación, que no es ni más
ni menos que el derecho a decidir por parte del pueblo catalán sobre su futuro.
Un derecho ampliamente apoyado según las encuestas, por el 80%
de la población que vive en Cataluña.
Por eso digo que González es un miserable.
Primero por no percatarse de que la "transición" en la que se apoya,
primero pudo no ser tan modélica como él la califica al dominar de punta a cabo
en el clima social la derecha que llegaba de la dictadura, segundo porque su
vida personal contradice al socialismo (los renegados son los mayores enemigos
de la fe religiosa o de la fe ideológica que profesaron), y tercero porque no
es capaz de descubrir en sí mismo que desde hace mucho viene haciendo
buena la diagnosis de su entonces amigo Willy Brandt, que solía decir que quien
a los veinte años no es de izquierdas es porque no tiene corazón, y quien a los sesenta no es derechas es porque no tiene cabeza.
En resumen que la diferencia entre la derecha
española y este ex presidente español consiste, exclusivamente, en que en la
mayoría de los casos aquella se ha enriquecido súbitamente desvalijando lo
público, mientras que él se ha enriquecido paulatinamente, ha traicionado al
pensamiento socialista y a quienes lo siguen profesando, y olvida bellacamente
aquellos sus papeles que reconocían el derecho a decidir de Cataluña.
DdA, XII/3069
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