¿Qué ha pasado con esas
bolsas de plástico negras llenas de billetes de 500 euros, o con el ex
arzobispo zaragozano Ureña, tras descubrirse un sospechoso manejo de
dinero para indemnizar a un diácono despedido por motivos que siguen
siendo secretos?
Antonio Aramayona
Seguramente recordarán algunos que a
principios de 2011 fueron encontradas por la policía en un monasterio
cisterciense sito en la periferia de la ciudad de Zaragoza tres bolsas
de plástico negras que contenían 1,5 millones de euros, que a las pocas
horas se convirtieron en la declaración ante la policía en 1,2 millones
de euros y a los pocos días quedaron transformados por arte de magia en
solo 450.000 euros.
En efecto, en tres bolsas de plástico
negras guardaban en un armario las monjitas, una de ellas pintora de
cierto renombre, el millón y medio de euros. Entretanto, sonaba en la
corte celestial lo de los lirios del campo y las aves del cielo que
viven sin preocuparse del mañana, pues a cada día le basta su propio
afán. Y mi diablo de la guarda me preguntó desde el primer día si
tendríamos información acerca de las investigaciones de la policía o de
las pesquisas de la fiscalía y los jueces sobre todo ese ir y venir de
los billetes de 500 guardados en esas tres bolsas. Quizá sea muy
descuidado a la hora de obtener información en los medios habituales y
públicos, pero hasta la fecha no ha llegado hasta mí ninguna información
y solo ha habido silencio y más silencio.
Para colmo de nuestra probable
condenación eterna, sus respectivos diablos de la guarda inoculan a los
descreídos aún peores pensamientos protervos y nos susurran al oído que
la iglesia católica se lleva al año, entre exenciones e ingresos varios,
la friolera de 11.000 millones de euros, el 1% del PIB, destinados,
entre otras lindezas, a subvencionar colegios religiosos concertados
(incluidos los segregadores por sexo); sueldos de profesores de
religión; sueldos y seguros sociales de obispos y curas; mantenimiento
del culto, del patrimonio inmobiliario y artístico, museos y catedrales;
capellanías castrenses en cárceles y cuarteles, etc. etc.
Eso, por no hablar del valor incalculable
de las numerosas inmatriculaciones que han perpetrado desde hace años
(es la segunda mayor propietaria de inmuebles en España), de las
innumerables cesiones de parcelas de terreno público que reciben, o de
las innumerables ayudas y subvenciones que reciben de los municipios,
diputaciones y Comunidades Autónomas. Por si fuera poco, hay que añadir a
esta bochornosa subordinación del Estado a los intereses confesionales,
el estatus fáctico de la iglesia católica de un paraíso fiscal, al
estar exenta del pago por IBI, ICIO, Sucesiones, Transmisiones, IAE,
etc.). Mi diablo de la guarda, en fin, me insiste machaconamente en que
estos fondos públicos son utilizados por la iglesia católica para
socavar ciertos derechos y libertades civiles, pasando por encima de la
libertad de conciencia de la ciudadanía que no piensa como la dogmática
jerarquía católica (eutanasia, matrimonios homosexuales, aborto,
sexualidad, anticonceptivos, investigación biológica con fines
terapéuticos, etc.).
Y nosotros, los descreídos, en vez de
ahuyentar tales insidias satánicas, anhelamos la derogación del
Concordato de 1953 y los Acuerdos de 1979 entre el Estado español y el
Estado del Vaticano. Ahora bien, como eso nos parece mucho esperar de
don Pedro Sánchez y Cía. (no han osado llevarlo a cabo en los veinte
años que el socialismo español ha estado ya en el gobierno del país
supuestamente aconfesional), y la izquierda fragmentada seguramente
tampoco estará en condiciones de hacerlo realidad, nos gustaría saber al
menos, sin salirnos de las lindes locales, qué ha pasado con esas
bolsas de plástico negras llenas de billetes de 500 euros, o con el ex
arzobispo zaragozano Ureña, tras descubrirse un sospechoso manejo de
dinero para indemnizar a un diácono despedido por motivos que siguen
siendo secretos, o de un párroco de Borja, acusado de blanquero de
dinero y abusos sexuales, o de… Amén.
DdA, XII/3057
No hay comentarios:
Publicar un comentario