Mi estimado amigo Carlos Algueró, buen conocedor de rutas, rincones y figones de nuestra Asturias, me emplaza a que visite La Cuevona, más arriba de las Cuevas de Tito Bustillo, en Ribadesella, y aproveche la subida en coche para seguir ruta a pie hasta la pequeña aldea de Tresmontes, siguiendo el camino que al lado de la vía del tren se poblará hoy sábado de miles de espectadores, con ocasión del multitudinario y folklórico espectáculo que cada año convoca el descenso internacional a piragua por el río Sella. La Cuevona sorprende por su longitud -casi trescientos metros- y por la dimensión y hondura de sus oquedades, iluminadas para conformar un roquedal de caprichosas y enigmáticas formas que cada cual puede interpretar según su gusto y fantasía. También sorprende que siga sirviendo de paso a todo tipo vehículos, por aquello del riesgo a que se resienta su interior, pero se trata del único acceso de comunicación con la pequeña localidad de Cuevas del Agua.
Aquí en Cuevas encontrará el caminante un buen lugar para un yantar satisfactorio y a buen precio en La Solana, al regreso de su ruta por los Molinos de Cuevas del Agua, nombre que se atiene a los cinco o seis que encontrará el senderista en su ascensión, todos ellos tan emboscados al pie del riachuelo que baja rumoroso hasta el Sella que casi podrían pasar desapercibidos si no estuvieran convenientemente indicados. El último, según se sube, se encuentra abierto y permite comprobar los primarios y esenciales elementos que hicieron del molino un lugar clave para la humana existencia. Dentro de tan angosta edificación se puede imaginar el visitante la vida umbría y retirada del molinero durante largas horas, marcadas por la monodia del río y la gran muela centenaria.
Ya
arriba, en Tresmontes, una aldea casi despoblada, la vista sobre el valle es
espectacular, como casi siempre que se otea Asturias desde lo alto. Un cartel,
junto a la pequeña ermita que pone fin al itinerario, nos permite saber que en el lugar nació el escritor
y periodista Manuel Fernández Juncos (1846), que emigró a Puerto Rico siendo
niño y fue autor a la postre del himno nacional de ese país -conocido como La
Borinqueña-, así como fundador de varios periódicos, promotor de la enseñanza popular y defensor de la lengua
española y la independencia de aquella nación con respecto a la influencia del imperio USA. En el texto que figura en la placa, colocada tardíamente en 1997, podemos
leer la emotiva impresión que causó a su autor el regreso a su aldea cuarenta
años después de su nacimiento, cuando se reencontró con sus padres y los caminos y rincones de su niñez afincados en su memoria.
DdA, XII/3048
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