En España la mayor parte
de los medios está concentrada en tres grandes grupos, que no
son ni pueden ser neutrales ni plurares, pues los
presuntos propósitos orientados a la imparcialidad acaban sucumbiendo ante los
demoledores argumentos del beneficio y del poder político.
Jaime Richart
Los grupos humanos
organizados en empresas (y también algún partido político de este país
degenerado como tal) no están compuestos por robots, pero sus miembros
funcionan como si lo fuesen. Lo de menos para ellos es el bien individual
ajeno y menos aún el bien común. Su bandera es el dinero y su objetivo el beneficio.
Extraer hasta las heces, de la inocencia, de la ingenuidad, de la ignorancia o
del aturdimiento de los destinatarios de la información o de cualquier otra
mercancía es el procedimiento. Y el beneficio (lo sabemos bien por los
estragos que causa la explotación de servicios básicos a cargo de empresas
privadas), es incompatible con el igualitarismo, con la honradez y con la
veracidad. Por eso sus motores son el engaño, la artimaña, la manipulación y
la maniobra que bordean el delito o caen en la ilegalidad misma, tanto en el
plano comercial como en el
institucional.
Y esto sucede en todas partes. Pero en España, por extrañas razones de
idiosincrasia nacional, la degradación de
los fenómenos sociológicos universales es exponencial y se potencia como en
ningún otro país europeo con algún peso específico...
En España la mayor parte
de los medios está concentrada en tres grandes grupos. Grupos que a su vez no
son ni pueden ser neutrales ni plurares, pues los
presuntos propósitos orientados a la imparcialidad acaban sucumbiendo ante los
demoledores argumentos del beneficio y del poder político. En Ucrania, por
razones que ahora son lo de menos, al igual que en Estados Unidos, se prohíbe
concurrir a las elecciones a los partidos comunistas. Pero no obstante, allí y
aquí y en todo el orbe capitalista se sigue alardeando de libertad. A pesar de
cercenar aquella opción, se sigue presumiendo de libertades formales, de libertades políticas, de libertad de
expresión y de información, y su propaganda se las niega a cualquier otra
opción que no pase por el aro de sus ortodoxias. Además, no importa que esa libertad
no sirva para nada a quienes o no tengan un bocado que llevarse a la boca si no
es por la filantropía o un sitio donde caerse muerto. Se comprende por todo ello que Ryszard Kapušcińsky diga que
cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de tener
importancia...
Y no es que no se cuente la verdad: se cuenta,
aunque a menudo también se oculta. Lo que significa la locución "decir que
la verdad deja de tener importancia", es que se cuenta pero hay muchas
maneras de contarla: desde abultar la insignificancia con una obscena exageración, hasta empequeñecer maliciosamente la
noticia que encierra abominación y tiene que ver con miembros de la facción de
los "protegidos". El grupo o grupos mediáticos en cuestión, su
beneficio prioritario y las ideologías que el grupo o los grupos desean
apuntalar, asientan los mecanismos, las formas y el protagonismo de los
vectores. Ellos se encargan de organizarlo todo: quiénes han de ser los
periodistas que cuenten la verdad, cómo deben contarla, en qué detalle hay que
poner énfasis y en qué otro hay que pasar de puntillas; qué periodistas pueden
ocupar más tiempo en los debates y tienen más derecho a interrumpir y a hacer
más ruido acallando así y oscureciendo los argumentos de los adversarios en
ciertos espacios televisivos. Es decir, establecer ventajas de unas facciones
sobre otras, como los ciclistas que se dopan -o les dopan- las tienen sobre sus
contrincantes (ésta es por cierto la esencia de la infamia que encierra la
financiación ilegal declarada del partido ahora del gobierno)
En efecto, y hablando de televisión, como la
intención es reforzar la ideología dominante que apesta en sus dos vertientes
principales hasta ayer, los tres grupos propietarios de la información
nacional ya saben qué tienen qué hacer. Y aunque la presencia en los platós sea
plural, la mentalidad y la ideología de dos determinados periodistas que lucen
un cinismo elevado al cubo, invariablemente presentes en combates por todo
ello desiguales, son los que al final deciden. Los deseos presuntos de
neutralidad de los moderadores nada puedan hacer nada para equilibrar la
correlación de fuerzas.
En resumen, si queremos debilitar o anular a
los medios y precipitar al abismo a este sistema inmundo, generador de sufrimiento
y de pobreza, debiéramos plantearnos las siguientes pautas bien sencillas:
comprar sólo lo indispensable y lo superfluo sólo lo usado; no pedir dinero
prestado (la manera más segura de perder la libertad); ignorar la publicidad
(quitar el sonido de los aparatos
mientras dure)
Si esto se hace de una manera sostenida
durante un cierto tiempo sin que deba ser necesariamente prolongado, antes de
lo que imaginamos la sociedad estallará en un clamor exigiendo el
reordenamiento a fondo del sistema para separar el grano de la paja
aprovechando sólo lo digno de ser aprovechado. Luego ya vendrá el verdadero
barrido de las corruptelas. Y la corrupción propiamente dicha, a la que tan proclive
es la condición humana pero sobre todo el espíritu maleado del jerifalte
español por acción u omisión, será eliminada. Será eliminada no tanto directamente
como derogando los incontables mecanismos de corrupción "legal" y
extralegal que el propio sistema propicia al estar articulado y fabricado más
o menos por los mismos que delinquen.
DdA, XII/3042
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