José Ramón Ripoll
Si todos callásemos un poco cuando hay que callar y hablar lo preciso
para clarificar unan idea. Ni la tuya ni la mía, sino aquella sin dueño
sobre la que giran las palabras y las opiniones. Harta escuchar a tanto
tertuliano tratando de imponer su criterio más allá de la dialéctica,
defendiendo su propuesta como gato panza arriba sin atender las razones
del otro, que incluso no es su contrincante, sino quien le ha corregido
simplemente unos datos. Parece que aquello que sostienen
ya no es una idea, sino el carácter irrevocable de su exposición, como
si le fuera el puesto de trabajo en admitir una debilidad. En vez de
dialogar cacarean como en un gallinero, olvidando el porqué y para quién
están ahí. O quizás lo contrario. Actúan de esa manera por consigna
programática, para aumentar el sordo griterío de la calle, ahogado
palabras atropelladas sin significado. Lenguaje y poder de nuevo. Masa
en vez de conjunto de individuos. Pueblo en lugar de ciudadanía. En el Parlamento sucede lo mismo. Nadie pregunta para que le respondan ni
nadie responde a la pregunta. Todo es un espectáculo mediático donde el
razonamiento y la inteligencia importan poco, como todos nosotros. Los
demás ¡Qué palabra también vacía! Recuperar el tono, la semilla de la
lengua común, la pausa y el silencio. Quizás esta encomienda no sea sólo
tarea de los poetas.
DdA, XII/3052
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