Quizá el rojo del kalimotxo y el amarillo de la
bilis sean los colores de nuestra bandera. Quizá nuestro auténtico himno
nacional sea una gigantesca pachanga interpretada por ti, por mí y por todos los miembros de nuestra orquesta. La orquesta Titanic.
Toño Fraguas
Agosto. La Virgen. España es una gigantesca verbena (ojo, la España
leal y como Dios manda, no la de los antiespañoles que ladran su rencor
por las esquinas). Las fiestas populares, las de los patronos y
patronas, sirven de válvula de escape para esa cosa llamada pueblo
que nadie sabe realmente lo que es. Pero que el pueblo cante, baile y
se desahogue. Sobre todo los jovencísimos: que lo suelten todo, no vaya a
ser que les dé por canalizar la ira en otra dirección. Hacia arriba.
En las fiestas populares de todas las infancias tocaba una orquesta en la plaza.
En mi infancia no había plaza (cosas de la posmodernidad); pero
recuerdo, ya de veinteañero, a la orquesta Titanic (cada temporada esos
conjuntos musicales se bautizaban con el éxito cinematográfico del año).
Elocuente nombre el de Titanic para una orquesta que nunca alcanzaría
el éxito. Imaginen qué pasaría si las películas más taquilleras fueran
las de arte y ensayo. En verano, en los pueblos, lo notaríamos: Orquesta
Las Fresas Salvajes, Orquesta La cinta blanca, Orquesta Léolo…
¡Fiestas populares! ¡Qué delicia! Esos toros agonizando, ahogándose
en su propia sangre y esos púberes conociendo de primera mano qué es la
crueldad (la crueldad no es más que una de las formas que adopta la indiferencia)
y, también, conociendo qué es vomitar por el alcohol. Diez vasitos de
Málaga virgen o de mistela, que ganábamos en las barracas, disparando a
botellitas con escopetas de aire comprimido; carabinas con unos cañones
tan torcidos como nuestras intenciones.
Esas escopetas, que aún existen, están vivas y crecen, y algún día se
hacen mayores y matan a toros a bocajarro en cualquier calle de
cualquier pueblo. O a elefantes y a osos, cuando es un rey el que las
empuña. O a leones famosos, con nombre; leones por los que hay quien siente más lástima que por ese bebé quemado en Gaza,
del que nadie sabe su nombre. Y si no sienten más lástima por el león
que por el bebé, por lo menos se indignan más. Y hasta se movilizan.
En la gran ciudad, el tronar de los petardos y los ecos de la verbena
de barrio llegan a los oídos de Los Invisibles. ¿Quiénes son Los
Invisibles? La mayoría: el subsahariano que, tirado en
un colchón del piso-patera en el que vive, llora de añoranza; la anciana
olvidada que se abanica ante un televisor apagado; el enfermo postrado e
incurable, que sorbe agua de limón con una pajita.
España en fiestas. Quizá el rojo del kalimotxo y el amarillo de la
bilis sean los colores de nuestra bandera. Quizá nuestro auténtico himno
nacional sea una gigantesca pachanga interpretada por ti, por mí y por todos los miembros de nuestra orquesta. La orquesta Titanic.
La Marea DdA, XII/3051
No hay comentarios:
Publicar un comentario