jueves, 6 de agosto de 2015

EL DERECHO A DECIDIR Y LOS INCENDIOS FORESTALES


Jaime Richart

Está en juego en Cataluña el ejercicio del derecho a decidir sobre el futuro político del territorio. Pero ese derecho no equivale a una simple elección de alternativas. El "derecho a decidir" es una opción genuina que satisface por sí misma la sensa-ción de libertad tanto del ciudadano corriente para cualquier iniciativa, incluso la de delinquir, como de quienes habitando un espacio geográfico determinado manifiestan ostensiblemente el deseo de elegir su destino político. En esto, en el espíritu de la libertad, apriorística, es decir, antes de materializarse su ejercicio, se fundan los aparatosos alardes que hacen los voceros de los países llamados "libres", frente a los totalitarismos de izquierda donde ─según ellos mismos─ no hay libertad. Pero nuestro sistema, lamentable en tantas cuestiones, no penaliza los propósitos; al menos hasta ayer. Las leyes penales son de resultado, no de intención. De modo que perseguir a quienes intentan ejercer el "derecho a decidir" sería como prohibir al hijo que no ha alcanzado la mayoría de edad tramitar su emancipación, o impedir al que la ha alcanzado el abandono del hogar familiar.

Esa actitud hostil contra el derecho no ya a independizarse sino a tantear la voluntad de los habitantes de Cataluña, dice muy poco en favor de esta sociedad y de dirigentes ya bastante envilecidos por tantos otros motivos. En cualquier caso, ¿saben esos autócratas cuántos territorios a lo largo de la historia hoy son nación porque así lo quiso la mayoría de los que integraron una colectividad dependiente de otra o sojuzgada por ella?

Por esta manera de responder institucionalmente al asunto negando a los catalanes ahora ese derecho, para decir lo que voy a decir no preciso probar nada, pues las pruebas, formales o materiales, sólo sirven a la justicia ordinaria. A los demás nos bastan la intuición, los indicios, conocer la condición humana y los comportamientos políticos que se reiteran con pasmosa fa-cilidad. Lo que hacen los medios de información es poner a contribución simplemente sólo los detalles. Lo demás lo adivinamos. Pero no era sin embargo necesario ser adivino para, por ejemplo, suponer, mientras estaba sucediendo, lo que se ventilaba en miles de despachos. Ni era falta ser un lince para ver, si no el escandaloso expolio que luego se ha sabido, sí el derroche que vivía este país durante al menos dos décadas, provocado en buena medida por los propios bancos incitando a sus clientes a consumir. Y sin embargo, ni la intuición ni las pruebas periodísticas que han ido llegando después han servido para torcer la voluntad de millones de votantes que han seguido dando su confianza a malhechores.

La política hace estragos en España como en ningún otro de Europa; unas veces por el saqueo, otras por la incompetencia, y otras por la venganza de quienes no soportan la derrota de los suyos en las urnas, o porque niegan a Cataluña su derecho a decidir. Y de esa venganza esperan sus frutos. Y los frutos son los votos, tanto de quienes creen que con la facción que gobierna todo irá mejor, como de quienes piensan que no habrá más incendios forestales si en el gobierno sigue un escuadrón de cínicos redichos y otro de descerebrados chabacanos.

De manera que afirmo, sin creer que deba probarlo, que en la inmensa mayoría de los casos (sabiendo hoy que nada se puede esperar ya de recalificaciones de terrenos incendiados sencillamente porque se ha agotado el filón de la fiebre constructora), los incendios forestales en Galicia están provocados por los perdedores en las urnas, y en Cataluña por los que toman por anticipado represalias contra su derecho a decidir.

DdA, XII/3046

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