Los trabajadores ofreciendo traer cosas a los becarios. Este medio no tiene vergüenza ni la conoce. Aquí uno se siente tratado con respeto, del profesional, del que te llena de responsabilidad y de orgullo.
Crónica de Guillermo Guzmán, reincidente (prácticas en 2014 y en 2015)
El timbre sonaba como antes. La puerta se abría con la misma
dificultad. Volver fue como regresar a la casa que tu familia compró en
la playa el año pasado. Todo parece igual pero algo ha cambiado, en la
casa y en ti. “¿Otra vez aquí?”, las primeras palabras que me dedicó
Eduardo Muriel. Un grande. Y ya estaba otra vez en casa.
La misma sala de reuniones que el año pasado se había convertido en
la sala de los estudiantes en prácticas retomó su improvisada función.
Que el lector no se engañe, lo que este becario llama sala de reuniones
es, en realidad, casi la mitad de la redacción de este medio, que en
total debe tener unos 40 metros cuadrados. Lo ideal para que el roce
haga el cariño, quieras o no.
El año pasado me sorprendió lo mismo que le sorprende a cualquiera al
que le hablo del medio donde estoy. Después de enseñarles la web, la
revista en papel y todo lo que hace este pequeño gran medio llega el
momento: “Ah, y todo esto lo hacen cuatro personas”. A lo mejor el que
lea estas líneas no es consciente de ello tampoco -no me extrañaría-,
pero resulta que La Marea la sacan adelante periodistas que se pueden contar con los dedos de la mano izquierda, y algún dedo sobra.
Pues cuando volví este año había menos gente aún: Daniel Ayllón está de excedencia. Y La Marea
sigue adelante, tal vez con más ojeras en ellos, con sus incombustibles
socios trabajadores. Encantador. Precariamente encantador. Diablos,
periodísticamente encantador. A veces pienso que La Marea es muy Toni Martínez: va a su bola, parece un disperso desastre, pero acaba siendo un ejemplo de cómo hacer bien las cosas.
Un servidor había pululado durante este año por otras redacciones,
volviendo a pisar el aula de la universidad y tocando aquí y allá todo
lo que pudo para seguir aprendiendo. Como decía antes, algo había
cambiado en ambos. Mi incombustible compañera de becariado en 2014 ahora
se encarga de las redes sociales y el márketing; La Marea ha
madurado y este adorable desastre de medio ahora está más ordenado. Y el
que aquí escribe ahora junta las letras con algo -que tampoco mucho-
más de agilidad.
Pero también hay cosas que no cambian. Al volver volvió la tensión
informativa de Magda Bandera -siempre jefa suprema desde la
horizontalidad y compañera de fatigas más suprema aún-, el “tienes diez
minutos para buscarme una apertura que nos salve el día” y los grandes
temas propios. También el recordatorio de que hay que hablar con
todo el mundo, de que hay que buscar muchas fuentes y de que si una
pieza no está rematada, mejor sacarla tarde y bien que pronto y vulgar. Pero qué raro es este medio en el que las cosas se hacen con el menos común de los sentidos.
Vamos de culo, tenemos un pollo. Seguramente sea lo que más se escucha en esta sala del becariado. Dentro del desastre que es La Marea,
los becarios somos muy poco becarios. No traemos cafés, por ejemplo.
“Bajo a por mierdas, ¿queréis algo?”, también se escucha mucho, piruetas
refinadas del léxico incluidas, como se puede comprobar. Los
trabajadores ofreciendo traer cosas a los becarios. Este medio no tiene vergüenza ni la conoce. Aquí uno se siente tratado con respeto, del profesional, del que te llena de responsabilidad y de orgullo.
Sin vergüenza, sin complejos y haciendo lo que le da la gana. Imagino que es una buena manera de definir a La Marea.
Si uno se pone a pensarlo, es complicado saber cómo todo este trabajo
sale adelante. Claro que la capacidad de trabajo unido a las ojeras de
esta gente se escapa de lo racional.
Cuando volví a La Marea casi todo estaba en su sitio. Aquí
seguían Magda, Toni, Edu, Alejandra, Laura, Thilo, Brais, Maestre… De
los que aún me quedaba -y queda, para qué engañarse- mucho que aprender.
Cuando vuelvo a irme la puerta se sigue abriendo mal, sigue habiendo
pollos y todo parece que va a irse al traste en cualquier momento. Y yo
sigo poniendo demasiadas palabras iguales en los textos en vez de buscar
mejores sinónimos. Que me perdonen Edu, Magda y Toni, que lo han tenido
que sufrir.
Ya ven, hay cosas que no cambian, y es que resulta que cuando volví a La Marea seguía siendo La Marea. Y que dure, porque nos hace falta a todos.
La Marea DdA, XII/3065
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