Confiemos en que el
descubrimiento de la filosofía como opuesta a la economía se produzca antes de
que el rico y la sociedad en general se den cuenta de que después de haber
contaminado el último mar, pescado el último pez y haber cortado el último árbol,
el dinero no se come.
Jaime Richart
Y termino. La
ventaja del desposeído en el siglo XXI sobre el pordiosero del medievo es que
cuenta ahora con la filosofía vital al alcance de cualquiera que entonces no
contaba con el nihil obstat y
por eso le estaba vetada en nombre de la maldita resignación religiosa. Esa que
acaso insuflaba vida en los tiempos áticos o en la edad de oro cervantina. Y
ello pese a que la filosofía ha desaparecido prácticamente de nuestras escuelas y universidades. Sin
embargo, por todo esto mismo que digo, creo que está llamada a recuperarse
espontáneamente como suplemento de valor incalculable de las exigencias
institucionales de justicia social. Pues la filosofía puede suplir perfectamente
a la Medicina y es el perfecto recurso para renunciar tanto en abstracto como
en concreto al consumo, a los bancos, al coche, al televisor, a la internet,
al lujo y a lo superfluo. Incluso nos permitirá mejor burlarnos de la
insaciable voracidad del rico, del consumidor compulsivo, del ambicioso
patológico y de los ansiosos de la Bolsa y del Ibex35.
Amortizar o anular
el deseo en línea con la filosofía budista, considerar que el deleite de lo
poseído y el ansia de acumular bienes y dinero es enfermizo; tener presente que lo que das al pobre no es parte de tus bienes, sino que le pertenece porque lo que nos ha sido dado para el uso de todos tú te lo
apropias... son pautas que pueden configurar un patrimonio personal que, como
la libertad íntima -ésa que se tiene aun en prisión-, nadie nos puede
arrebatar. Pero es que, por si fuera poca su utilidad, puede llegar a ser una
bomba de relojería sin agresividad ni daño material capaz de desmantelar un
sistema abominable que lleva camino de destruir el planeta a corto plazo pero
que también en el sentido opuesto puede extirpar sobre la tierra la enfermedad
de la ambición.
Sí, la filosofía
-¡quién lo diría!- puede destruir ideologías fábricadas minuciosamente para
mejor depredar, para establecer abismos entre poseedores y desposeídos y
potenciar su goce por contraste entre la imposibilidad de acceder al disfrute
por parte de los más y la conciencia redoblada de disfrutar de lo que estos no pueden alcanzar. A nada conduce
desear lo inasequible, y menos dejarse consumir por el deseo. Si tenemos en
reserva este recurso, tengamos por seguro que los ricos incluso nos
envidiarán e irán comprendiendo que no vale la pena perder la salud por
conservar o acrecentar lo poseído, y que la vida sobre el planeta pide a gritos
no ya la austeridad que cansinamente se cita, sino la renuncia responsable y
la indiferencia lúcida a todo lo que no es indispensable.
El mundo y las
sociedades hegemónicas occidentales especialmente han de cambiar, están
cambiando. Es difícil ahora comprender (por la razón señalada al principio de
que estamos atrapados en nuestra época y que quienes tratan de salirse de ella
y de su trampa lo pagan a menudo con la salud mental y en otro tiempo hasta con
la muerte) los beneficios del cambio. Pero también estos son tiempos de
inflexión en los que está cada vez más extendida la idea de que con sólo elevar
la conciencia un peldaño más, habrá de producirse una honda transformación. Y
de ella no surgirá el superhombre nietzscheano, de ella y del ser humano
corriente nacerá otro nuevo más cercano a la divinidad... Confiemos en que el
descubrimiento de la filosofía como opuesta a la economía se produzca antes de
que el rico y la sociedad en general se den cuenta de que después de haber
contaminado el último mar, pescado el último pez y haber cortado el último árbol,
el dinero no se come.
DdA, XII/3032
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