Jaime Richart
Han tenido que llegar demasiado
lejos los abusos de los gobernantes hasta ahora en España, para que la
sociedad civil reaccionase a través de formaciones políticas de nuevo cuño pertrechadas
de una nueva moral, que en realidad es la moral más antigua, resueltos a
atajarlos, a corregirlos y a evitarlos.
Porque si idealista es esa persona
que piensa en los demás tanto como en sí mismo, no es España, cuna de quijotes
y de cristianos que nunca debieran olvidar al prójimo, precisamente el país
donde más abundan los idealistas. Lo sé de buena tinta y por experiencia
propia, porque yo soy uno de ellos y no conozco a ninguno de mi generación ni
de la siguiente. España, además de eso, por mucha solidaridad que se publicite
en ciertos estratos sociales y al margen de gestos puntuales, todavía adolece
en su conjunto de mucha primariedad en ciertas materias y razonamientos. Tiene
destellos de lucidez acerca de "el otro", como lo prueba ese 85% de
los españoles encuestados que respeta la homosexualidad. Pero en general, hasta
que no nos golpea la adversidad, hasta que no vivimos en carne propia un
contratiempo severo o una ofensa personal... hasta que no llega el momento
preciso en que nos vemos personalmente despojados u ofendidos, raro es el que,
estando acomodado, se resiente visiblemente de la precariedad ajena y brama por
la justicia social. Eso, cuando no nos alegramos del mal ajeno. Y así nos va...
Un país que, desde el punto de vista internacional, tiene más fama como
territorio poblado por fanfarrones y vividores alternados ahora con millones
que viven una vida lamentable, que valor específico como país respetable.
Sin embargo, de un tiempo a esta
parte los movimientos sociales emergentes convertidos en partidos políticos,
responden al reclamo y las llamadas de una multitud de idealistas que aunque yo
decía antes que no abundan, empiezo a pensar que estaban escondidos.
DdA, XII/3023
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